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Immanuel Kant

Decir de Kant que es un filósofo ilustrado no es del todo exacto. Habría que matizar la presentación y afirmar que Kant es el filósofo ilustrado. Por un lado, fue capaz de abordar en su filosofía todos los temas que habían sido objeto de la reflexión filosófica a lo largo de su siglo. Por otro lado, es una referencia obligada: no es fácil encontrar a un solo pensador posterior a Kant que no incluya en su obra alusiones a las ideas y los textos kantianos.

Kant Kant.

La obra de Kant

En la obra de Kant pueden distinguirse dos períodos.

• Un primer período, llamado «precrítico», donde se interesa por la física, aunque su atención irá virando progresivamente hacia la metafísica.

• El segundo período es el llamado «crítico». En él Kant publica la Crítica de la razón pura en dos ediciones (1781 y 1787). Entre ambas publicaciones, para defenderse de algunas críticas e incomprensiones, escribe un breve resumen titulado Prolegómenos a cualquier metafísica futura que quiera presentarse como ciencia. Más tarde publicará las obras de contenido moral Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785) y, por fin, la Crítica de la razón práctica (1788). Las últimas obras de Kant se centran en responder a la pregunta «qué cabe esperar» y, en consecuencia, tratan aspectos relacionados con la religión.

El modelo de la ciencia

Si la ciencia es segura y obtiene buenos resultados, habrá que analizar los juicios en que expresa sus conocimientos. Así podemos saber qué características debe reunir todo juicio para ser válido.

Juicios analíticos. Aquellos en los que el predicado está contenido en el sujeto: «El triángulo tiene tres lados». Se pueden comparar con las que Hume denominaba relaciones de ideas.

Juicios sintéticos. Aquellos en los que el predicado no está contenido en el sujeto: «El Sol calienta la piedra». Cabe compararlos con las cuestiones de hecho de Hume.

Juicios a priori. No necesitan comprobación experimental: sé que el triángulo tiene tres lados sin necesidad de hacer experimentos, porque al pensar triángulo pienso en figura de tres lados. Este tipo de juicios es válido en todo tiempo y lugar, es universal y necesario. Además son independientes de la experiencia.

Juicios a posteriori. Contrariamente a los anteriores, este tipo de juicios exige, para ser considerados verdaderos, que la experiencia los confirme, dependen de la experiencia: sé que el Sol calienta la piedra porque lo he comprobado, o me creo lo que otros me dicen que se ha comprobado. Como afirmaba Hume, no son universales ni necesarios.

Parece evidente que los juicios sintéticos son a posteriori: para saber que el Sol calienta la piedra tengo que experimentarlo; y que los juicios analíticos son todos a priori, pues el predicado dice lo que el sujeto ya contiene. Es preciso que los juicios científicos posean:

- Las características de los juicios sintéticos, a saber, que incrementen el conocimiento, al predicar cualidades distintas de las implícitas en el sujeto.

- La universalidad y necesidad de los juicios a priori. Por consiguiente, si hay ciencia, y es evidente que la hay, tiene que haber «juicios sintéticos a priori». Eso parece contradictorio. ¿Cómo va a ser un juicio sintético y, al mismo tiempo, a priori? Aquí la opinión de Kant se separa de la de Hume. Explicar cómo es ello posible, es Ia gran tarea de la Crítica de la razón pura. Por ello debe, primero, explicar cómo y por qué son posibles los juicios sintéticos a priori en matemáticas: es la tarea de la Estética trascendental. Luego, explicar cómo y por qué son posibles los juicios sintéticos a priori en física, es el contenido de la Analítica trascendental. Y finalmente, explicar por qué no son posibles tales tipos de juicios en la metafísica -que por tanto no es una ciencia- es el objeto de la Dialéctica trascendental.

Estética trascendental

Para explicar por qué son posibles los juicios sintética priori en matemáticas, Kant realiza un estudio de las facultades básicas del conocimiento, que son:

La sensibilidad, por la que percibimos intuiciones sensibles (impresiones en Hume).

El entendimiento, por el que pensamos las cosas.

Lo primero que necesito para conocer algo es tener sensaciones. Si carezco de ellas -en esto estarían de acuerdo Kant y Hume-, todo pensamiento es imposible. La sensibilidad me permite tener intuiciones sensibles, sensaciones. ¿Cómo se producen esas intuiciones? Hasta ahora se ha supuesto que la sensación se produce porque hay cosas fuera de mí «en» el espacio y «en» el tiempo. Pero ese supuesto, dice Kant, nos ha llevado a contradicciones y a situaciones que impiden explicar cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en matemáticas. Veamos por qué.

• La geometría estudia las figuras geométricas y, en definitiva, su objetivo es conocer las características del espacio.

• La aritmética está estrechamente relacionada con el tiempo. Contar es una acción que supone, básicamente, la existencia del tiempo. Si no hay tiempo no puedo contar: 1, 2, 3...

Normalmente se supone que el espacio y el tiempo son cosas exteriores. Pero si lo son, lo que de ellos sé lo adquiero por experiencia. Mas si lo aprendo por experiencia, los juicios matemáticos serán a posteriori, con lo cual lo aprendido tendrá una validez momentánea. Pero esto no es así: sé que 2 x 4 = 8 antes de hacer la operación con los dedos y sé que eso es válido para siempre y en todo lugar.

¿Cuál es entonces la solución? Si el fallo no está en los juicios que expresan verdades matemáticas, sólo puede estar en la concepción presupuesta de «espacio» y «tiempo». La propuesta kantiana supone un «giro copernicano» en el planteamiento. Si suponiendo que aquello en lo que se basan las matemáticas, el espacio en geometría y el tiempo en aritmética, es algo exterior a mí, no hemos llegado a una solución coherente, probemos a suponer que espacio y tiempo no son realidades exteriores, sino formas subjetivas de mi propia capacidad de percibir, de intuir.

Esas formas, que son «mías», no «cosas» exteriores a mí, son anteriores, previas a la experiencia, a priori. Todo lo percibido está conformado por esa especie de «lentes» de mi sensibilidad que son el espacio y el tiempo. Si espacio y tiempo son formas de mi sensibilidad previas a la experiencia, lo que yo sepa de estas formas podré estar seguro, si es verdadero, de que será válido en todo tiempo y lugar; por ejemplo, el teorema de Pitágoras o la tabla de multiplicar. Estaré seguro de su verdad incluso a priori, antes de tener la experiencia.

«Noúmeno» es, en el lenguaje kantiano, la cosa «en sí», no cognoscible por la intuición tal cual es. Sólo puede serlo si se somete a las formas de la sensibilidad. Todo lo que intuyo lo percibo «en» el tiempo y «en» el espacio. Kant llama «fenómeno» a lo que aparece a la sensibilidad, al noúmeno revestido de las condiciones de la sensibilidad. Espacio y tiempo tienen otras dos características: son intuiciones puras.  Nosotros tenemos constancia de dichas realidades formales independientemente de la experiencia, son «puras». El espacio y el tiempo son únicos. Sólo hay un espacio y un tiempo, que yo impongo a toda intuición sensible.

A la pregunta de la estética trascendental ¿por qué son posibles los juicios sintéticos a priori en matemáticas? responde Kant: porque tales juicios están basados en las formas a priori de la sensibilidad, que son previas a la experiencia y condiciones de toda intuición sensible. El análisis de la sensibilidad ha explicado la razón por la que las matemáticas formulan juicios sintéticos a priori. Ahora vamos a ver por qué también la física puede hacerlo. Para ello es preciso analizar el entendimiento.

Nosotros no tenemos sensaciones aisladas. No captamos rojo por un lado, dulce por otro, esférico por otro, sino que captamos «manzana». Si lo único que recibo son impresiones sucesivas, ¿de dónde sale esa seguridad de que ante mí hay «una» manzana que «tiene» color verde, sabor dulce, etc.? Por otra parte, sabemos desde Hume que ninguna sensación es la «sensación unidad», imprescindible para la física. Luego si esa «unidad» no procede de fuera, necesariamente procede de mí mismo: debo ser yo el que unifica esos datos, esas intuiciones sensibles en una totalidad.

Estas síntesis, estas objetivaciones no son otra cosa que juicios: «esto es una manzana». Existen diversas posibilidades de formar juicios: la causa de la manzana es el manzano, algunas manzanas son dulces, etc. ¿Cuántas son estas capacidades, cuántas «formas» o «moldes» tenemos? Para Kant el método es sencillo: habrá tantas como clases de juicios pueda formar. La lógica siempre había afirmado que existen doce clases; de juicios, por tanto existen doce «formas», doce «categorías», doce modos de formar juicios. Estos son unidad, pluralidad, totalidad, realidad, negación, limitación, sustancia, causalidad, comunidad, posibilidad, existencia y realidad.

Este análisis de cómo funciona el entendimiento sirve a Kant para explicar por qué son posibles los juicios sintéticos a priori en física. Esta ciencia sabe a priori las categorías: que los hechos tendrán siempre una causa, que los objetos serán unidades, etc. Por eso el científico va seguro de ciertas cosas a su laboratorio, aunque no las ha experimentado.

La razón hace síntesis. Pero nunca se conforma con agrupaciones parciales de los datos de la experiencia. Pretende unificar conjuntos cada vez mayores. Para ello hace razonamientos y trata de encontrar principios absolutos. Como no tiene datos suficientes, ya que no puede abarcarlo todo, aplica las categorías -que sólo sirven para unificar datos sensibles- más allá de la experiencia, pretendiendo crear premisas absolutas que fundamenten todo razonamiento. Al hacerlo, lo que consigue es crear ilusiones que, aparentemente, dan respuestas absolutas. El afán sintetizador de la razón es positivo mientras se aplica al material dado por la sensibilidad, pero nunca cuando imagina ese material. Esto es lo que ocurre con la metafísica y es la explicación de que incurra en errores y contradicciones. Ese afán sintetizador lleva a la metafísica a intentar saber de lo absoluto. Con ello llega a formar lo que Kant llama ideas trascendentales de la razón pura: alma, universo y Dios.

El término idea tiene en la obra kantiana un sentido diferente del que tiene en Platón o en el empirismo. Para Kant, «idea» expresa conceptos que son fruto de ese intento inútil de la razón por pensar en síntesis supremas que sean las premisas fundamentales de todo razonamiento deductivo, explicaciones últimas, principios absolutos. Estas síntesis no pasan de ser meras especulaciones, pues en caso de existir los objetos correspondientes, lo harán como cosas «en sí», imposibles de conocer para el conocimiento humano, que carece de la capacidad que lo haría posible: una intuición intelectual.

La razón práctica

Nuestra vida no es tan sólo conocer cosas. Recordemos que Kant partía de tres preguntas básicas: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? Hasta ahora ha respondido a la primera. Pero Kant trató también de contestar a las otras dos preguntas. Si la Crítica de la razón pura se basa en la evidencia de la ciencia, en sus análisis en torno a la razón práctica Kant parte de otro hecho para él tan evidente como aquél: yo, como ser humano, también actúo moralmente, decido «prácticamente» sobre lo que debo hacer en mi vivir diario, y me encuentro en la necesidad de ejercer mi voluntad.

Se puede comprobar continuamente que no somos «autómatas», que nos sentimos personas responsables y consideramos responsables a los demás. Este hecho pone en evidencia la existencia de normas morales. Por eso sabemos que hay personas honradas y otras que nos hacen avergonzarnos de nuestra condición. Al pensar así estamos aceptando valores éticos reales respecto a los cuales juzgamos de la bondad o maldad de las acciones y personas, valores reales pero diferentes de los hechos «físicos y químicos». Se trata de realidades que no pueden explicarse con matemáticas o física.

¿Cuándo actuamos moralmente bien? Puede parecer que siempre que me ajuste a la ley, a la norma, actúo bien moralmente, pero no es así. Si mi acción se ajusta a la norma por casualidad o por interés. Esperando algo a cambio, tal acción carece de valor. Kant dirá que, en tal caso, la acción está regida por lo que denomina un imperativo hipotético. El mandato o imperativo que me mueve a actuar se somete a una condición, y el acto que lo obedece pierde todo mérito. Para que una acción resulte moralmente valiosa debe regirse por lo que Kant denomina imperativo categórico. Tales mandatos, surgidos del fondo de nuestra conciencia, ordenan incondicionalmente: ama a tus padres, respeta a tus semejantes...

Las éticas que a lo largo de la historia han propuesto un fin al que se subordina la acción, por muy espiritual que sea este fin, son denominadas por Kant éticas materiales. Tanto da que ese fin sea el placer del epicureísmo: «come moderadamente para conseguir una vida placentera», como la vida eterna del cristianismo: «honra a tus padres... para alcanzar la salvación». Lo que prima en las éticas materiales es la materialidad del interés, no el valor de la acción moral en sí misma: vendo a precio justo porque me interesa para ganar clientela.

Kant propone, pues, una ética formal: la que propugna obrar bien por el valor de la propia acción. En la ética formal la acción moral se refiere exclusivamente a su forma, no a su materia. Así, en lo ejemplos anteriores, la ayuda que se presta o la moderación en el comer es la materia de la acción, y la forma es la razón por la que se hace. Esta última es realmente la que importa. La ética de Kant obliga, en definitiva, a actuar por deber y no sólo conforme con el deber. Tanto si se ayuda por interés como si se hace por altruismo, el acto de ayudar es el mismo, pero el valor moral es distinto y, sólo si se hace sin esperar algo a cambio, se puede juzgar como meritorio.

La ética formal se rige así por el imperativo categórico. Y la expresión del imperativo categórico puede adoptar diversas formulaciones:

• «Obra de manera que puedas querer que el motivo que te ha llevado a obrar sea una ley universal».

• «Obra de manera que uses siempre al hombre como un fin, nunca como un medio».

• «Obra de manera que uses a la humanidad como un fin, nunca como un medio».

Si lo expuesto es cierto es porque el sujeto de esas acciones, susceptibles de valoración moral, tiene una cualidad que permite que lo sean. Esta cualidad es la libertad. Sin presuponer la libertad no puede existir responsabilidad. Sin libertad no existiríamos como seres humanos, no seríamos ni más ni menos que una piedra, pues estaríamos condicionados por una serie de determinaciones externas.

En la Crítica de la razón pura, Kant ha tenido mucho cuidado en situar el «yo» en el terreno nouménico. El «yo» está fuera de la posibilidad del conocimiento científico. Ahora, en el fondo de nosotros mismos sentimos la característica fundamental de ese supuesto «yo»: la libertad. Estamos, pues, en contacto directo con la realidad nouménica, lo trascendente, el mundo Inteligible de Platón.

Hemos alcanzado así lo que llama Kant el primer postulado de la razón práctica. Algo que no es posible comprender como hace la ciencia con las cosas del mundo fenoménico y sólo suponer como condición: sólo puede ser postulado, supuesto. Pero la libertad es algo que no está sometido al principio de causalidad ni a las restantes categorías, puesto que aquello de lo que es característica esencial, el alma, nuestra esencia más recóndita, pertenece a otro mundo que el sensible.

Si esto es así, esa realidad tampoco debe estar sometida a las condiciones de la sensibilidad, espacio y tiempo. No tiene sentido, por tanto, hablar de temporalidad de ese algo libre. La inmortalidad es el segundo postulado de la razón práctica.

El tercer postulado es algo derivado de lo anterior. Todo lo dicho exige la existencia de algo que explique y dé sentido a estas cuestiones: si soy consciente del mundo de la moralidad, de la responsabilidad y los valores en sí, debe existir la razón suprema donde mis aspiraciones ideales encuentren su realización, y el ser y el deber ser se fundan en unidad perfecta. Dios es ese tercer postulado que sustenta el edificio entero de la moralidad y, por tanto, del ser del hombre.

Que espacio y tiempo son sólo formas de la intuición sensible y, por tanto, sólo condiciones de la existencia de las cosas como fenómenos, que nosotros además no tenemos conceptos del entendimiento y, por ello, tampoco elementos para el conocimiento de las cosas, sino en cuanto a estos conceptos puede serles dada una intuición correspondiente, que consiguientemente nosotros no podemos tener conocimiento de un objeto como cosa en sí misma, sino sólo en cuanto la cosa es objeto de intuición de todo posible conocimiento especulativo de la razón a los meros objetos de experiencia. Sin embargo, y esto debe notarse bien, queda siempre la reserva de que esos mismos objetos, como cosa en sí, aunque no podemos conocerlos, podemos al menos pensarlos.

I. KANT, Crítica de la razón pura. Prólogo de la 2a edición. 

Referencia:
Archila, L. (2000). Filosofía. Editorial Santillana S.A.