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Democracia

“El gobierno del pueblo”

Técnicamente, la democracia puede ser solamente un método: “la elección por el pueblo de algún tipo de gobierno representativo”. Pero una auténtica democracia es algo más que un simple ejercicio para hacer creer a la gente que gobierna la nación y que así se deje gobernar. En realidad, la democracia tiene más que ver con los medios que con los fines. La justificación comunista para llamar democracias a las «repúblicas populares» de la Europa oriental de posguerra era que, puesto que el Estado poseía los medios de producción y distribución y los utilizaba en beneficio de sus ciudadanos, actuaba por el bien del pueblo. Desde luego, aquella defensa de sistemas totalitarios con partido único era incompatible con el concepto occidental de democracia.

El filósofo inglés John Stuart Mill (1806-1873) insistía en que la verdadera democracia debe fomentar «la difusión de la inteligencia, la actividad y el espíritu público entre los gobernados». Ésta era también la postura del que quizás sea el mejor teórico moderno de la democracia, el filósofo político norteamericano John Dewey (1859-1952), que creía que la democracia favorece la comunicación entre las personas y las impulsa a la deliberación informada y a la acción colectiva para mejorar la sociedad.

 
John Stuart Mill y John Dewey

Según Dewey, la democracia es el único sistema político capaz de dar expresión a un enfoque pragmático y experimental del mundo, el único que no se inclina ante la autoridad ni adora un concepto ideal de verdad absoluta. En su opinión, la democracia fomenta el deseo de ser útil, al permitir a los individuos ejercer sus responsabilidades en una vida común y compartida. En esta versión de la democracia, los «derechos» del individuo ocupan un lugar poco importante. Exaltar los derechos individuales conduce al libertarismo, que, en sus formas extremas, puede ser tan incompatible con el espíritu democrático como su enemigo el totalitarismo. En cambio, el hacer hincapié en los deberes mutuos y la participación colectiva conduce a la democracia social.

A continuación un listado de conceptos que hacen, o han hecho, parte del estudio sobre la democracia.

El Contrato Social

La idea de un «contrato social» entre el gobierno y el pueblo ha sido crucial en los debates sobre sistemas políticos. Tres gigantes de la filosofía aportaron sus versiones de dicho contrato:

Thomas Hobbes (1588-1679), escribió en medio de la turbulenta guerra civil inglesa de mediados del siglo XVII. Decía que los hombres establecían un contrato con el soberano, renunciando a su libertad a cambio de protección. Habiendo consentido en ser dominados, no tenían derecho a retirar su consentimiento. De este modo, Hobbes argumentaba en defensa de la monarquía absoluta.

John Locke (1632-1704), sostenía que el contrato era bidireccional. El pueblo renunciaba provisionalmente a sus libertades, pero si no se sentía satisfecho con sus gobernantes tenía derecho a exigirles cuentas. Así pues, Locke defendía el gobierno parlamentario y la monarquía limitada.

Jean Jacques Rousseau (1712-1778), insistía en que el contrato social se establecía entre los miembros de la sociedad, y que un gobierno que no expresara la «voluntad general» del pueblo no tenía derecho a gobernarlo. Con estas razones, Rousseau abogaba por la soberanía del pueblo.

Thomas Hobbes  

Thomas Hobbes, John Locke y Jean Jacques Rousseau

Gobierno Representativo

La expresión «gobierno representativo» se utiliza para describir un sistema en el que el pueblo elige representantes para que formen parte de un parlamento o asamblea nacional. La teoría clásica de la representación sostiene que, una vez elegidos, los miembros son libres para votar en la asamblea según su propio criterio; no se los envía al parlamento como delegados obligados a cumplir los deseos de sus electores. Esta idea la expresó Edmund Burke (1729-1797) en 1774, cuando dijo que un representante «no debe sacrificar su opinión imparcial, su criterio meditado, su conciencia informada». Rousseau y Marx sostenían la opinión contraria: los representantes eran delegados, a los que el pueblo podía pedir cuentas si no representaban adecuadamente en la asamblea la opinión de sus votantes.

 Edmund Burke

Cartismo

El cartismo, cuyo nombre deriva de una petición o Carta del Pueblo dirigida a la Cámara de los Comunes británica en 1838, fue una de las primeras y mayores campañas de masas por la reforma política que se han organizado en Europa. Fue un movimiento de protesta contra la exclusión de los trabajadores de la participación en la política nacional (la Gran Reforma de 1832 sólo concedía el sufragio a sectores de la clase media, básicamente comerciantes). Y fue en gran medida una «rebelión de los hambrientos» contra las largas jornadas y las penosas condiciones de trabajo en los mal pagados trabajos de la nueva era industrial.

En aquella época, el parlamento británico todavía no representaba realmente más que a los terratenientes ricos. Los cartistas querían convertirlo en un organismo auténticamente representativo de la nación y, por consiguiente, capaz de elaborar leyes que beneficiaran a la gente corriente. La Carta contenía seis peticiones: el voto para todos los varones adultos, igualdad entre los distritos electorales, voto secreto con papeleta (para reducir la influencia de los ricos en las votaciones), una paga para los miembros del parlamento, supresión del requisito que exigía que los miembros fueran propietarios (para que no sólo los ricos pudieran formar parte del parlamento) y parlamentos anuales. El cartismo se extinguió en menos de una década sin haber logrado ninguno de sus objetivos, pero con el tiempo casi todos se cumplieron.

 
Las inhumanas condiciones de trabajo de este niño y otros como él, que picaban carbón desnudos en las minas, impulsaron a miles de británicos a afiliarse en 1838 al movimiento cartista y hacer campaña por la reforma política. En aquella época, los trabajadores carecían de representantes y el principal requisito para obtener un escaño en el parlamento era ser rico.

Partidos Políticos

La organización de partidos políticos en Europa y Norteamérica fue una innovación de finales del siglo XVIII y principios del XIX. La oleada de movimientos revolucionarios y los cambios en la estructura social provocados por el industrialismo hicieron que la gente se alineara a la «izquierda» o a la «derecha», términos que tienen su origen en la situación de los escaños de los radicales (jacobinos) y los moderados (girondinos) en la asamblea francesa de 1790. El primer ministro británico Benjamín Disraeli (1804-1881) definía los partidos como “opinión organizada”, pero los partidos son también intereses organizados: el campo contra las ciudades (una importante división en la Europa del siglo XIX), el capital contra los trabajadores, la Iglesia oficial contra las no oficiales, etc. Antes de la aparición de los partidos políticos, el centro de la vida política era el monarca, el principal responsable de la política pública, el que nombraba y destituía ministros y el que controlaba las prebendas, que son el cemento de la política. A medida que las monarquías iban perdiendo poder o desapareciendo en los países occidentales, surgieron los partidos para sustituirla como motor de la política; y a medida que el derecho al voto se fue extendiendo a más personas, hasta incluir a todos los adultos, los partidos fueron creciendo hasta convertirse en las organizaciones de masas actuales.

 Benjamín Disraeli

La Tiranía de la Mayoría

Según el filosofo alemán Immanuel Kant (1724-1804), «de las tres formas de soberanía —autocracia, aristocracia y democracia—, la democracia es necesariamente un despotismo porque establece un poder ejecutivo a través del cual las mayorías pueden tomar decisiones acerca (e incluso en contra) del individuo, sin el consentimiento de éste».

Este potencial peligro de la democracia también fue advertido por el escritor francés Alexis de Tocqueville (1805-1859), que en su análisis de la democracia norteamericana utilizó la expresión «tiranía de la mayoría», y por el inglés John Stuart Mill (1806-1873).

 Alexis de Tocqueville

Ninguno de estos hombres era contrario a la democracia y todos consideraban que el peligro no estaba en las leyes ni en la acción política directa, sino en la agobiante presión de la opinión pública sobre el pensamiento y la conducta individuales. Es difícil resistirse a la tiranía de la opinión. Por ejemplo, las relaciones homosexuales han estado prohibidas en muchos países democráticos, debido en parte a la hostilidad de la opinión pública. Aunque los legisladores necesitan un cierto grado de libertad para actuar en contra de la opinión pública y conseguir que se haga justicia, también es preciso poner límites a su poder para legislar. Para impedir que los legisladores no abusen de su poder y pisoteen los derechos del individuo, muchos países han adoptado una declaración de derechos que no se puede alterar con una simple votación de la mayoría de los legisladores.

Referéndum

El referéndum, es una votación del electorado para aprobar o rechazar una propuesta. Este tipo de consultas ganó popularidad a finales del siglo XIX. En los Estados Unidos, los progresistas, un movimiento reformista bastante fuerte, pretendieron convertir el referéndum en un instrumento permanente de la toma de decisiones políticas, alegando que se trataba de «democracia directa». Los contrarios al referéndum argumentan que a los legisladores se les elige para que tomen decisiones no para consultar a los ciudadanos y que éstos decidan por ellos. Uno de los inconvenientes del referéndum es que casi ningún gobierno lo convoca a menos que esté seguro de que el resultado será el que él desea. El sistema es muy popular en Suiza, donde está consagrado en la Constitución y se le dedican cuatro días al año. Los suizos pueden solicitar un referéndum si 50.000 ciudadanos proponen un cambio en la Constitución.


Un zulú deposita su voto en las primeras elecciones democráticas celebradas en Suráfrica (1994). De no haber sido por un referéndum en el que la mayoría de la población blanca votó por poner fin al "apartheid", todavía estaría esperando.

División de Poderes

La expresión “división de poderes” se utiliza para describir los métodos constitucionales encargados de impedir que una rama del gobierno –la ejecutiva, la legislativa o la judicial- predomine sobre las otras. El primero en exponer la idea fue el francés Montesquieu (1689-1755), que creía que el sistema funcionaba en Gran Bretaña. En realidad, en el sistema británico, el ejecutivo (el primer ministro y el consejo de ministros) es designado por la mayoría legislativa de la Cámara de los Comunes y depende totalmente de ella. Tampoco el poder judicial posee autoridad independiente para invalidar un estatuto parlamentario.

 Charles de Secondat, barón de Montesquieu

Fue la constitución estadounidense de 1787 la que permitió (y sigue permitiendo) la más completa puesta en práctica de la idea de la división de poderes. El ejecutivo (el presidente) es elegido directamente y puede pertenecer a un partido distinto del que posee la mayoría legislativa (el Senado y la Cámara de Representantes). El Tribunal Supremo puede invalidar una ley aprobada por el Congreso y firmada por el presidente si considera que dicha ley viola la constitución. Esta forma de división de poderes se practica teóricamente en la mayoría de democracias occidentales.

Libertad de información

El conocimiento es poder, y el conocimiento secreto facilita el poder absoluto. Los sistemas totalitarios se basan en el secreto; los democráticos procuran acabar con él. En su estudio "Masas y poder", el literato búlgaro Elías Canetti (1905-1994), escribió que «gran parte del prestigio de las dictaduras se debe al hecho de que disfrutan del poder concentrado del secreto. En una democracia, un secreto se diluye entre muchas personas, y de este modo su poder se debilita».

 Elías Canetti

La libertad de información que implica el libre acceso a los archivos del gobierno, ha sido en los últimos años uno de los objetivos de los liberales de todas las democracias del mundo, y las leyes fundamentales de muchos países incluyen normas para garantizarla: Estados Unidos, Canadá, Australia y varios países europeos. El Reino Unido no es uno de ellos. Los archivos de su gobierno central sólo son accesibles, y de manera selectiva, al cabo de 30 años. Uno de los principales obstáculos a la libertad de información, la Ley de Secretos Oficiales, es sin duda necesaria para proteger intereses vitales del Estado, pero los críticos argumentan que la ley se utiliza para proteger a los ministros contra investigaciones legítimas. Y así se reduce el debate público informado, que es la base de la democracia.

Desobediencia Civil

El primero que utilizó la expresión «desobediencia civil» fue el escritor Henry Thoreau (1817-1862), en el título de su ensayo "Sobre el deber de desobediencia civil". Se recurre a la desobediencia civil —la negativa pacífica y no violenta a obedecer una ley— cuando se considera que no se puede cambiar la ley o el gobierno por medios legales. Un individuo puede emprender su propia campaña de desobediencia civil. Durante varios años, Thoreau se negó a pagar impuestos, como protesta por la guerra de Estados Unidos contra México y la esclavitud de los negros. Pero rara vez da resultados, a menos que se trate de una protesta masiva y organizada.

 Henry Thoreau

La desobediencia civil masiva fue utilizada por Mahatma Gandhi (1869-1948), primero en Suráfrica pero sobre todo en la India, donde en 1930 organizó una marcha con decenas de discípulos, seguidos de periodistas; donde, después de un recorrido de 300 kilómetros llega a la costa del océano Indico y avanza dentro del agua y recoge entre sus manos un poco de sal, gesto irrisorio pero altamente simbólico, ya que alienta a sus compatriotas a violar el monopolio del gobierno británico sobre la distribución de sal. Esta campaña y otra similar realizada diez años después contribuyeron decisivamente a socavar la autoridad británica en la India y a conseguir finalmente la independencia del país.

 Mahatma Gandhi

La desobediencia civil puede ser persuasiva o coactiva; por ejemplo, puede saturar de tal modo los tribunales y las cárceles que el Estado se vea obligado a plegarse a las exigencias de los activistas. En los años sesenta, los actos de desobediencia civil fueron muy importantes en la campaña para poner fin a la segregación racial en Estados Unidos. Pero algunos demócratas liberales alegan que en una sociedad constitucional (en la que los reformistas disponen de medios políticos y legales para procurar la reparación de las injusticias) el imperio de la ley nunca debería verse sometido a ataques colectivos.

Representación Proporcional

La elección popular de los miembros de las asambleas representativas es el meollo de los sistemas democráticos de gobierno. El método de elección varía según los países, pero estos métodos se pueden clasificar en tres categorías. La primera, utilizada en el Reino Unido, se puede describir como «el primero es el que pasa». El candidato vencedor no necesita ningún porcentaje mínimo de votos, sino sólo ser el más votado. Es decir, se gana por mayoría simple. El segundo sistema, utilizado en Francia, se desarrolla en dos etapas. Todo candidato que obtenga una clara mayoría de los votos emitidos —más del 50 por 100— queda elegido. En las circunscripciones en las que ningún candidato logra este porcentaje, los dos candidatos más votados se enfrentan en una segunda vuelta para decidir el ganador. Esto se acerca más a la representación proporcional, pero casi siempre deja sin representación a los votantes de los partidos menores.

El tercer método de elección, la representación proporcional, tiene por objeto elegir una cámara que refleje con la mayor exactitud posible las primeras preferencias del conjunto del electorado. En Alemania, por ejemplo, todo partido que obtenga el cinco por ciento de los votos nacionales tiene derecho a estar representado en el Bundestag (la asamblea nacional alemana), y los representantes los elige el partido a partir de una lista. En los sistemas británico y francés, es muy improbable que un partido que sólo obtenga el cinco por ciento de los votos nacionales coloque representantes en una circunscripción concreta.

No cabe duda de que la representación proporcional ofrece un reflejo más “justo”, o por lo menos más preciso, de la opinión política del electorado. Pero los críticos argumentan que el principal objetivo de las elecciones, al menos las de nivel nacional, no es elegir una asamblea, sino elegir un gobierno, y que el sistema de «el primero es el que pasa», a diferencia de los sistemas de representación proporcional, provee a los votantes un conocimiento directo de la fuerza de sus votos. Y el gobierno elegido sabe (excepto en el caso excepcional de que obtenga la mayoría de los escaños, pero no la mayoría de los votos populares) que cuenta con más apoyo que ningún otro partido.

Encuestas de opinión

 George Gallup

Los políticos siempre han encontrado formas de sondear la opinión pública. Pero las encuestas de opinión independientes y organizadas comenzaron en 1935, cuando el matemático George Gallup (1901-1984) fundó el Instituto Americano de Opinión Pública. Desde entonces, los métodos para realizar encuestas se han ido perfeccionando, ya que Gallup estableció las bases esenciales del sistema. En primer lugar, las personas encuestadas deben elegirse al azar. Para que los resultados sean de fiar, la muestra encuestada debe ser como mínimo de 1.200 personas. Dicha muestra debe representar adecuadamente a la población, teniendo en cuenta factores como el sexo, la edad, la profesión, el nivel de ingresos, el grupo étnico y otros semejantes.

Las encuestas de opinión de Gallup adquirieron prestigio al predecir el resultado de las elecciones estadounidenses de 1936. Las encuestas de opinión han proliferado en todo el mundo democrático, pero no se han librado de las críticas, y en muchos países no se pueden publicar los resultados de las encuestas durante cierto período antes de las elecciones. Esta violación de la libertad de expresión se justifica porque así se aminora la tendencia a «subirse al carro», por la que algunas personas se inclinarían a votar por quien estuviera a la cabeza en las encuestas, o a abstenerse el día de la elección si su candidato o partido va mal en las encuestas.

Referencia:
Stewart, R. (1997). Ideas que transformaron el Mundo. Círculo de Lectores.