Socialismo
“Economía y desigualdad”
Las raíces del socialismo moderno se remontan al interés de la Ilustración por el progreso humano y su respuesta a los problemas sociales y desigualdades económicas, puestos de relieve por el auge del industrialismo. “La felicidad es una idea nueva en Europa”, escribió en 1791 el revolucionario francés Louis de Saint-Just (1767-1794). Para el inglés Jeremy Bentham (1748-1832), padre del utilitarismo, la búsqueda de la felicidad no es una empresa individual, sino colectiva. Los utilitaristas sostienen que lo más importante de toda legislación es si aumenta o reduce «la mayor felicidad del mayor número de personas». Según los socialistas, para lograr este objetivo los gobiernos tienen que intervenir en los asuntos sociales y económicos, declarando la guerra a las injusticias, las desigualdades y las diferencias de clase que son el resultado inevitable del capitalismo industrial.
La palabra «socialismo» se empezó a utilizar a partir de 1830 en Inglaterra y Francia, y ya entonces abarcaba una amplia gama opiniones e hipotéticos remedios para los males de la sociedad. No obstante, había unas cuantas ideas básicas que eran aceptadas por todos los que se declaraban socialistas. La premisa fundamental del socialismo ha sido siempre que la producción es una función de todos los miembros de la sociedad y, por tanto, los beneficios de la producción deben ser para todos. Los socialistas exaltan el esfuerzo cooperativo por encima de la iniciativa privada y creen que el Estado debe tomar posesión de los medios de producción, por el bien del conjunto de la sociedad. Además, el Estado debe tomar medidas para garantizar la justa redistribución de la riqueza entre los individuos que componen la sociedad. El objetivo es la eliminación de las diferencias de clase. Una cuestión eternamente debatida entre los socialistas es la de si se puede llegar por medios democráticos a una sociedad sin clases, organizada según principios socialistas, o si el único modo de vencer a las poderosas instituciones del capital y la propiedad privada es la violencia revolucionaria.
Fundadores
Los dos hombres que reúnen más méritos para ser considerados los padres fundadores del socialismo moderno son: el sociólogo francés Claude-Henri de Rouvroy Saint-Simon (1760- 1825) y el fabricante textil y reformista británico Robert Owen (1771-1858).
Saint-Simon dedicó su vida intelectual al estudio de la sociedad industrial y de las relaciones entre el sistema de creencias dominante y la estructura de las sociedades. Creía que el liberalismo estaba demasiado ligado a los derechos individuales y sería incapaz de mejorar la situación de las clases trabajadoras y lograr que éstas recibieran su justa recompensa como creadoras de riqueza. Esto no ocurriría hasta que los poderes que dominaban la sociedad —los grandes terratenientes y la Iglesia— fueran sustituidos por una nueva clase de científicos, intelectuales, artistas y productores, unidos por un nuevo espíritu religioso en el proyecto de dirigir todas las actividades hacia el bien común.
Owen era más práctico. En sus fábricas textiles de New Lanark (Escocia), y posteriormente en New Harmony (EEUU), formó cooperativas comunales, tratando de poner en práctica su visión de una sociedad en la que la propiedad y el control de los medios de producción fueran comunes. Además, era partidario de abolir el dinero y sustituirlo por un sistema de trueques en el que se distribuyeran las cosas según las necesidades. Creía que el carácter y el comportamiento están determinados por el ambiente. Como Saint-Simon, llegó a la conclusión de que la construcción de una nueva sociedad basada en principios socialistas cooperativos tenía que apoyarse en una moralidad cristiana reforzada.
Sindicatos y Sindicalismo
El sindicalismo, la organización de los trabajadores para luchar unidos por salarios más altos, jornadas más cortas y mejores condiciones de trabajo, fue una respuesta al industrialismo, y el primer país en el que echó raíces fue la primera sociedad industrial del mundo, Gran Bretaña. En 1825 se levantó la prohibición de acciones colectivas por parte de los trabajadores, y casi inmediatamente nacieron los primeros sindicatos.
En toda Europa, los trabajadores siguieron el ejemplo británico y, a finales del siglo XIX, los sindicatos eran legales en casi todos los países occidentales. La principal arma de los sindicalistas es la huelga, y el desarrollo de los sindicatos dio origen a una rama del socialismo llamada sindicalismo, cuyo período de apogeo fue las dos o tres décadas que siguieron a la fundación en Francia de la Confederación General del Trabajo, en 1895. Los sindicalistas quieren que la propiedad y la gestión de la industria estén controladas directamente por los trabajadores —a diferencia de los socialistas que pretenden poner la propiedad pública en manos del Estado— y aspiraban (en la época de auge del sindicalismo) a prescindir del Estado, sustituyéndolo por federaciones de trabajadores. Para conseguir sus objetivos políticos, proponían recurrir al sabotaje industrial y a la huelga; sobre todo, la huelga general. En muchos aspectos el sindicalismo coincide con el anarquismo, por lo que este movimiento tiene una variante denominada anarcosindicalismo.
Socialdemocracia
La expresión «socialdemocracia» se empezó a usar para describir el socialismo revisionista adoptado en 1875 por el Partido Socialdemócrata Alemán y distinguirlo del marxismo. Su programa reflejaba las ideas de Ferdinand Lasalle (1825-1864) y Eduard Bernstein (1850-1932). Creían que se podía llegar al socialismo mediante el sufragio universal en un Estado libre, a diferencia de los marxistas estrictos, que no creían que el Estado, siendo de por sí un instrumento de dominio de una clase, pudiera mantener una actitud neutral ante el cambio social.
Ferdinand Lasalle y Eduard Bernstein
Estos dos pensadores abogaban por la «distribución justa» de los beneficios de la producción, mientras que para los marxistas no tenían sentido valores morales como la «justicia», que carecían de existencia independiente fuera de su contexto económico. En un principio, la «socialdemocracia» era indistinguible del «socialismo democrático». Pero en la Europa posterior a 1945 ha acabado identificándose con una postura que acepta una economía mixta (en la que coexisten la propiedad pública y la privada) y cree que se puede lograr la justicia social mediante la intervención del gobierno en el funcionamiento del mercado libre. Este socialismo atenuado, renuncia a la guerra contra el capitalismo.
Fabianismo
El fabianismo es una rama del pensamiento socialista que aboga por la paciencia y la confianza en los lentos procesos de la educación y la legislación para ir creando la sociedad socialista. La palabra se deriva de la Sociedad Fabiana, fundada en Londres en 1884 por intelectuales de clase media como George Bernard Shaw (1856-1950) y Sidney y Beatrice Webb (pareja de esposos dedicados a la investigación sobre la explotación laboral en las industrias inglesas). El nombre de la sociedad hacía alusión al general romano Fabio el Cunctator, fallecido hacia el 203 a.C., que en su campaña contra el caudillo cartaginés Aníbal (247-182 a.C.) renunció al ataque, optando por una guerra de hostigamiento y agotamiento.
George Bernard Shaw Sidney y Beatrice Webb
Los fabianos se oponían a la vía revolucionaria para llegar al socialismo y tenían fe en el sufragio universal y en lo que Sidney Webb llamaba «la inevitabilidad de lo gradual», creyendo que es a través de una evolución en la que poco a poco el Estado tiene cada vez mayor papel en la economía, para evitar la explotación de los capitalistas burgueses. Es un socialismo no marxista, pero que también apuesta por la propiedad colectiva de los medios de producción como forma de impedir los abusos del mercado. La postura fabiana ha llegado a ser la predominante en los partidos socialdemócratas de todo Occidente, que creen que persuadiendo a los votantes de la justicia del socialismo se puede transformar la sociedad por medio de las urnas. Según los fabianos originales, para educar a la población se necesitaban equipos de profesionales, elegidos por sus méritos y democráticamente responsables, que serían los guías del pueblo.
Socialismo Cristiano
Así pues, el socialismo cristiano era en esencia un programa conservador. El socialismo propiamente dicho, que aspira a crear un paraíso en la tierra, se tiende a considerar intrínsecamente incompatible con el cristianismo. De ahí la opinión del papa Pío XI: “Socialismo religioso y socialismo cristiano son expresiones que llevan implícita una contradicción”.
Casi todos los socialistas democráticos han renunciado a la nacionalización de la tierra o de la producción de alimentos, pero un reformista norteamericano estaba convencido de que la propiedad de la tierra era la clave de las relaciones sociales y económicas. En 1879, Henry George (1839-1897) publicó un libro titulado Progreso y pobreza, con la intención de demostrar que tanto la pobreza crónica en las sociedades capitalistas en expansión como los ciclos económicos de crecimiento y depresión eran consecuencia de las fluctuaciones del valor de la propiedad (y por tanto, de las rentas). Dichas fluctuaciones favorecían la especulación financiera por parte de individuos ricos que actuaban en beneficio propio. Como antídoto a este síntoma de mala salud nacional, George proponía que se aplicara un único impuesto sobre el valor de la tierra y que se abolieran los impuestos sobre las ganancias.
Aunque este programa coincidía en algunos puntos con el pensamiento socialista —el impuesto único generaría una propiedad común basada en la tierra, aunque la propiedad de la tierra no fuera común—, lo que pretendía era crear un incentivo para la empresa privada en un mercado laboral libre. Ningún país ha adoptado por este plan, aunque en muchos se recauda un impuesto único sobre la propiedad inmueble, que va a parar a las arcas del gobierno local.
Henry George
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