Realismo
“Imágenes del lado duro de la vida”
En la primera mitad del siglo XIX Europa se recuperaba del caos de las guerras napoleónicas; la industrialización deshacía comunidades tradicionales y creaba otras nuevas en las ciudades; los descubrimientos científicos y las innovaciones tecnológicas alteraban la percepción popular del mundo; y el descontento latente se combatía con represión política. El romanticismo ya no servía como respuesta a este nuevo clima, era demasiado escapista, emotivo y elitista. Los artistas y escritores pendientes de la realidad querían retratar el mundo contemporáneo tal como ellos lo veían, y a veces -aunque no siempre- intentaban expresar ideales revolucionarios, y para ello adoptaron un enfoque que llamaron: realismo.
El deseo de describir el mundo real no era nada nuevo: muchos artistas de épocas anteriores habían intentado crear la ilusión de un relato documental. Sin embargo, el realismo del siglo XIX tenía un matiz particular. Aunque no fuera abiertamente político, reflejaba una preocupación por los problemas sociales de la época. En ocasiones, esta preocupación se manifestaba en descripciones de las miserias de la vida, que hasta entonces no se consideraban un tema adecuado para el arte. Muchas de estas obras escandalizaron a la sociedad, acarreando castigos a sus autores.
La mayoría de edad de la novela
La novela fue uno de los principales beneficiarios de los cambios tecnológicos y sociales de principios del siglo XIX, y en especial de las mejoras en la impresión y distribución de la literatura y el rápido aumento del número de lectores. Aunque se escribían ficciones de todas clases -desde novelas de aventuras a historias de amor-, el realismo resultó ser el género más atractivo para autores y lectores. Hasta entonces, la sociedad corriente contemporánea no se solía considerar un tema literario adecuado; el realismo parecía algo nuevo y completamente moderno.
Parte de su atractivo residía en la idea de que la gente corriente -personas como los lectores- podía servir como sujeto literario. El desarrollo psicológico de los personajes solía ser la fuerza impulsora de la narración. Los detalles de ambiente y diálogo se reproducían cuidadosamente, y los hechos descritos eran verosímiles.
Los novelistas franceses formaban la vanguardia de este movimiento, encabezado por Stendhal (seudónimo literario de Henri Beyle, 1783-1842) y continuado por Honoré de Balzac (1799-1850) y Gustave Flaubert (1821-1880). Rusia engendró a dos de los grandes novelistas del período realista: León Tolstói (1828-1910) y Fedor Dostoievski (1821-1881).
Pintura realista
«La belleza está en la naturaleza y se puede encontrar en la realidad, en toda clase de formas», decía el pintor Gustave Courbet (1819-77), «pero el artista no tiene derecho a añadir nada a esa manifestación. Si la tocas, te arriesgas a alterar su condición ... y siempre acabas por debilitarla». Courbet se dedicaba a pintar imágenes del mundo tal como las veía, sin adornos y sin utilizar las convenciones tradicionales del arte. Cuando se expuso su “Funeral en Ornans” en el Salón de París de 1850, causó sensación. Es una obra fúnebre, pintada en colores de tierra y que describe una escena del pueblo natal del artista, cerca de la frontera con Suiza. Pero tiene una escala monumental e incluye más de 30 figuras de tamaño natural. Hasta entonces, nadie había tenido el atrevimiento de describir este tipo de temas con semejante formato.
Los críticos tildaron la obra de vulgar y hubo quien la consideró políticamente subversiva. Courbet -irascible, arrogante y directo- era, efectivamente, un activista que acabó su vida en el exilio por haber tomado parte en la Comuna de París en 1871, pero en este caso declaró que se había limitado a describir un acontecimiento solemne en la vida de la gente corriente. Su actitud combativa y su empeño en pintar imágenes auténticas de la vida contemporánea sirvieron de inspiración a numerosos artistas posteriores.
El pintor francés Jean-Francois Millet (1814-1875) fue agricultor en su juventud y más tarde se especializó en escenas de la vida agrícola, que mostraban una gran simpatía por los campesinos y un buen conocimiento de sus penalidades. Su obra más famosa, El Ángelus (1859) representa a una pareja de labradores que interrumpe su trabajo para rezar al oír las campanadas que llaman a oración, y alcanzó una enorme popularidad en su tiempo.
Pintura realista norteamericana
Aunque directamente influido por lo que sucedía en Europa, el arte estadounidense empezó a adoptar una identidad propia durante el siglo XIX. El paisaje norteamericano fue un elemento clave: «Aquí, toda la naturaleza es nueva para el arte», declaró Thomas Cale (1801-1848), fundador de la escuela de pintura del río Hudson. Este grupo, no muy bien definido, de artistas de talento se dedicó a describir la grandeza del paisaje norteamericano, pero su estilo era esencialmente romántico.
Fue la siguiente generación -en especial, Thomas Eakins (1844-1916)- la que introdujo el realismo en el arte norteamericano. Eakins, dotado de una técnica superlativa y un gran poder de observación, se propuso describir la realidad con absoluta fidelidad. Su retrato de grupo “La clínica Gross” (1875) muestra al eminente cirujano Samuel Gross supervisando una operación, y constituye una elocuente combinación de retrato y celebración de la ciencia en un contexto totalmente plausible.
El otro gran pintor de esta época, Winslow Homer (1836-1910), adquirió fama con las obras que pintó durante la guerra civil norteamericana (1861-65). Posteriormente pintó escenas de la vida rural, y más adelante temas marinos.
El nacimiento de la fotografía
En 1819 el artista francés Louis Daguerre anunció la invención del daguerrotipo, una imagen fotográfica producida en una plancha de cobre cubierta de plata y tratada con vapor de yodo. Era la solución a un antiguo problema. Durante siglos, se había conocido la posibilidad de proyectar sobre un papel una imagen -por ejemplo, un paisaje- cuando la luz pasa por un pequeño orificio o lente. Y se había aplicado en un artefacto con forma de caja que se llamaba «cámara oscura», que los artistas utilizaban para calcar con exactitud los contornos de paisajes o edificios. Este fenómeno planteaba un intrigante problema: ¿se podría plasmar de alguna manera esta imagen proyectada? Evidentemente, la solución consistía en encontrar algún material sensible a la luz, que preservara la imagen.
Daguerre lo había encontrado. Pero no era el único. En Inglaterra, William Henry Fax Talbot había investigado el mismo problema de manera independiente, y en 1841 presentó su invento: el calotipo (bella imagen). Su método era diferente: primero se captaba la imagen sobre papel traslúcido sensibilizado, obteniendo una imagen en negativo; luego se colocaba el negativo sobre un segundo papel sensibilizado y se exponía a la luz, produciendo así la imagen positiva. El método de Talbot fue el auténtico precursor de la fotografía moderna. El daguerrotipo producía una imagen nítida y permanente, pero cada fotografía era única; con el método del calotipo se podían hacer cuantas copias se quisieran a partir del negativo.
Lo que el público quería eran copias múltiples. Por primera vez, la gente corriente podía tener retratos realistas de sí mismos y de sus familias a bajo precio. Por todo el mundo empezaron a proliferar los estudios fotográficos. A partir de 1860 se empezó a utilizar la palabra «cartomanía» para describir la moda de los retratos fotográficos en formato pequeño, de tarjeta de visita.
La fotografía planteaba, además, cuestiones estéticas. Al fin existía un método para producir imágenes precisas del mundo, tal como habían pretendido pintores como el francés Gustave Courbet (1819-1877). Algunos artistas utilizaban la fotografía como ayuda para obtener mayor realismo, convencidos de que no podía rivalizar con la pintura en cuanto a color y textura. Otros la rechazaban como algo no compatible con la capacidad de interpretación del artista, que ayudaba a centrar la mente en el significado de dicha interpretación.
Pero unos pocos opinaban que seleccionar el tema de una fotografía era ya un acto artístico. Algunas de las primeras fotografías eran paisajes muy artísticos; y en poco tiempo, pioneros como la inglesa Julia Margaret Cameron (1815-1879) habían demostrado las posibilidades artísticas del retrato fotográfico.
La Gran Exposición
En 1851 tuvo lugar en Inglaterra la Gran Exposición, la primera de las grandes y prestigiosas exposiciones comerciales internacionales. Se celebró en un enorme local de cristal y acero construido en Hyde Park, en pleno centro de Londres. Ocupaba 3,6 hectáreas y la prensa lo bautizó como «el Palacio de Cristal». La exposición incluía locomotoras, imprentas, muebles, tejidos, porcelanas, esculturas producidas en masa, juguetes, equipos fotográficos y algunas rarezas, como una capa de goma que se podía inflar para convertirla en un bote.
Al terminar la exposición, se desmontó el Palacio de Cristal para volverlo a montar en el sur de Londres. La exposición fue un éxito de organización y la visitaron unos seis millones de personas de todas las clases sociales. Pero no gustó a todo el mundo. A muchos les impresionó la cantidad de artículos presentados, pero se lamentaban de su baja calidad estética. Fue un punto de inflexión en las actitudes del siglo XIX hacia el diseño.
Los prerrafaelistas
En 1848 los artistas ingleses William Holman Hunt, Dante Gabriel Rossetti y John Everett Millais, formaron la Hermandad Prerrafaelista. Aseguraban que su inspiración era la pureza de expresión del arte anterior a Rafael (1483-1520), pero en la práctica los prerrafaelistas no mostraban muchas influencias del arte primitivo. Lo que los distinguía eran sus temas -generalmente religiosos, medievales o simbólicos-, su depurada técnica y su intenso colorido.
El realismo se manifiesta en la precisión con que observaban y trataban sus temas. Por ejemplo, en uno de los cuadros más célebres de Millais, “Cristo en casa de sus padres” (1850), se ve al niño Jesús trabajando en la carpintería de su padre, lo cual escandalizó a algunas personas de la época.
Artes y oficios
«Masas de sordidez, mugre y miseria, adornadas con parches de fealdad pomposa y vulgar», la opinión de William Morris acerca de los productos industriales presentados en la Gran Exposición de 1851 fue tan apasionada e intransigente como era de esperar en él. Morris -poeta, artista, artesano y reformador social- consideraba la industria como algo maligno y pernicioso, y se propuso detener su avance. Su principal queja era que la industria deshumanizaba a la gente, tanto en el trabajo como por medio de sus productos. Echaba de menos los productos artesanales de la era medieval, hechos a mano y marcados por la personalidad de sus creadores.
En 1861 Morris abrió un taller especializado en la fabricación a mano de muebles, pinturas, vidrieras, tejidos, alfombras y papel para paredes. Su objetivo era manufacturar productos de precio asequible que fueran a la vez bellos y funcionales. Pero sus productos resultaban demasiado caros para el público en general y el taller necesitaba clientes ricos para mantener el proyecto.
Con Morris trabajaron numerosos diseñadores y artistas de talento que compartían sus opiniones, entre ellos algunos miembros de la Hermandad Prerrafaelista. El propio Morris era un diseñador de primera fila. Inspirándose en la naturaleza, demostró un talento inigualable para crear patrones para telas y papeles. Muchos de sus elegantes diseños florales entrelazados siguen gozando de gran popularidad en la actualidad.
Hacia finales del siglo XIX apareció un estilo de mobiliario y decoración claramente influido por Morris, racionalizado por el diseñador Philip Webb y desarrollado por artesanos como el ebanista norteamericano Gustav Stickley (1857-1942). A partir de 1888, el estilo adoptó el nombre de Artes y oficios. Por su parte, Morris, convencido de que su futura reputación se basaría en su poesía, dedicó a ésta lo últimos años de su vida.
Museos
El siglo XIX fue la gran época de los museos. En muchas capitales del mundo se crearon museos donde albergar las cada vez más numerosas posesiones nacionales. El Museo Británico, fundado en 1753, se trasladó a mediados del siglo XIX a un nuevo local, construido ex profeso. En París, el Museo del Louvre abría sus puertas al público para que éste contemplara las colecciones reales acumuladas desde el siglo XVI. En 1846 se fundó en Washington DC el Smithsonian Institute -que actualmente es el mayor museo del mundo, repartido en más de 14 sedes- con el legado de James Smithson.
Estas grandes colecciones procedían de numerosas fuentes, aparte de las adquisiciones directas y las donaciones: incluían botines de guerra y tesoros arqueológicos de otros países. El auge de los museos coincidió con un aumento del interés del público, debido a las mejoras de la educación. Pero también eran manifestaciones de orgullo nacional.
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