Islam: Organización social
Tuaregs, pueblo bereber de tradición nómada del desierto del Sáhara. Su población se extiende por cinco países africanos: Argelia, Libia, Níger, Malí y Burkina Faso.
Los mandatos del Corán
Toda la vida social de los musulmanes gira alrededor de su intensa religiosidad. Cualquiera sea el ámbito en que la vida se desarrolle, las leyes coránicas funcionan como una guía y sentencia de lo permitido y lo negado, y su cumplimiento estricto debe ser velado por todo individuo, sin distinción de edad y género, que se precie como buen musulmán.
Desde el siglo VII, con el inicio de la prédica del Profeta Mahoma, el islam va a conquistar paulatinamente cada vez mayor cantidad de adeptos, a la vez que consagraba un corpus religioso que intervenía en todos los aspectos de la vida privada y pública de los fieles. El Corán, texto sagrado que suma el conjunto de los preceptos de todo musulmán, y la Meca, punto neurálgico de la tradición islámica, constituyen los hitos de la práctica religiosa.
Estructura del poder islámico
La organización del imperio islámico contó con una clara jerarquización de roles dirigenciales, en cuyo extremo más elevado se hallaba el Califa, título que se les asignó a los que después de la muerte del Profeta condujeron a la comunidad. El primer Califa fue Abu Bakr al-Siddiq, suegro de Mahoma. Por debajo del Califa se encontraban los Emires, quienes siempre eran designados por aquellos.
El término Emir remite a “el que ordena” y así se llamaban a los gobernadores de cada una de las provincias. El título de Emir ha cambiado de significado en las diferentes etapas de la historia islámica. Distinguiendo en un comienzo a un jefe importante dentro del mundo musulmán, pero, tras instaurarse los títulos de Sultán y Malik (rey), el título de Emir resultó sirviendo para nombrar a una autoridad menor.
Sultán Osmán I, fundador de la dinastía otomana
El título de Sultán, un equivalente a monarca, se utilizó en algunos imperios islámicos. Oficialmente, el primer Sultán fue Mahmud de Gazna, de la dinastía de los gaznauíes, que gobernó desde fines del siglo X hasta el principio del XI, en la ciudad de Gazni (actual Afganistán). A las órdenes del Sultán se hallaba el gran Visir, quien hacía las veces de primer ministro o jefe de ministros, que sólo respondía al Sultán.
Sociedad y vida cotidiana
Según la tradición, fue Mahoma quien formuló el principio de la "iyma", devenido en una suerte de estatuto colectivo que reglaba conductas individuales bajo el consenso colectivo. De esta manera, el individuo está estrechamente vinculado con la comunidad, a la vez que la suma de individualidades es igual ante Dios.
El conjunto de estas leyes es conocido como "sharia" y constituye una especie de código vigente para la vida social y política. Su base lo constituye la letra del Corán y otros textos sagrados, como así también las tradiciones islámicas y su interpretación.
La educación musulmana
Desde los tiempos del Profeta la educación en el conocimiento de la ley de Dios es la mayor distinción que puede alcanzarse. De hecho, todo musulmán debe recordar de memoria por lo menos cierta cantidad de párrafos del Corán, y hay quienes lo memorizan en su totalidad.
La lectura de los textos sagrados constituye una de las actividades más importantes de los musulmanes.
La mezquita se convirtió en el sitio que por excelencia impartía la educación religiosa, y fue bajo su sombra que surgieron las primeras escuelas, llamadas “kultab” y las “casas de sabiduría” y “de ciencia” dedicadas a las actividades académicas. También aparecerán las escuelas superiores o “madrasas” que terminarán hegemonizando la educación religiosa elemental.
La vida comunitaria
La sociedad musulmana, en su vastedad geográfica, se ha desarrollado en tres ámbitos principales: el desierto, la tribu y la ciudad. En el primero de los casos se trata de poblaciones nómadas, que inician sus travesías en busca de pastos y agua que aseguren la supervivencia de su comunidad. Por lo general, las poblaciones nómadas están estrechamente relacionadas con las poblaciones sedentarias, y ambas constituyen diversas caras de un mismo fenómeno comercial. En el caso de los nómades, su aporte de bestias de carga, leche y carne es fundamental, recibiendo a cambio lo que no pueden producir, como granos y manufacturas.
Ciertamente, los nómades fueron una herramienta excepcional para el desarrollo del islam, ya que transportaban sus creencias más allá de las fronteras establecidas por un estado. Pero si el nomadismo ha tenido una especial importancia en el desarrollo de la civilización musulmana, no menos importante ha sido la vida en las aldeas.
Aldea al sur de Alepo, Siria.
En verdad, la mayoría de la población musulmana ha pasado su vida en los límites de la aldea, donde también se ha desarrollado una singular vida religiosa en la que destacan las capillas funerarias. La ciudad, finalmente, tiene dos centros principales alrededor de cuales se desarrollan el resto de las actividades: la mezquita y el bazar, un enorme mercado donde pueden hallarse todo tipo de mercancías.
El bazar musulmán
El origen de los bazares se remonta mucho antes de la fundación del islam, y ya en el siglo IV a.C., con el rápido aumento de la población, creció el comercio y se formaron poblados con un importante tránsito comercial. Los siglos IV y V fueron testigos de la formación de mercados especiales donde los profesionales y los comerciantes ofrecían e intercambiaban sus mercancías, mercados que con el advenimiento del islam constituyeron el prototipo de bazar musulmán.
El bazar es una especie de ciudad pequeña en la que confluyen con igual intensidad asuntos cotidianos, religiosos y sociales. Las numerosísimas tiendas que lo conforman están divididas por gremios y especialidades, a la vez que su secuencia se ve ocasionalmente interrumpida por una mezquita o por una madrasa. Todo en él transcurre en un ambiente atravesado por colores y aromas de lo más diverso, lo que constituye en sí mismo un espectáculo por demás llamativo y atrayente.
Bazar musulmán en Jerusalén. La estética del bazar musulmán conserva la magia de los siglos XVI, XVII, y se conservan las formas arquitectónicas de antaño.
Pero, así como ninguna mercancía de utilidad en la vida cotidiana es imposible no de hallar en los laberínticos pasillos del bazar, también es un sitio ideal para desarrollar relaciones sociales y cita obligada para participar en encendidas lecciones de religión y debates de interés político y social. En este sentido, el bazar cumple el mismo papel que las asociaciones culturales y deportivas en otras culturas, es decir, como punto de reunión y socialización de experiencias y conocimientos.
El hogar musulmán
A lo largo de las callejuelas que parten del mercado y la mezquita se alzan las casas de los musulmanes, que por lo general ofrecen una gran variedad de tipos y dimensiones según el centro geográfico en el que se encuentran. La estética de sus fachadas suele ser, austera, prácticamente libres de decoraciones y salientes, en el mejor de los casos con ventanas pequeñas y una escasez absoluta de indicios sobre la vida que se desarrolla en sus interiores. Por otra parte, dicha austeridad puede entenderse como una falta de interés en lo mundano y una especial atención a lo espiritual.
Los interiores de las casas reflejan la vida en familia o, por lo pronto, la relación con las mujeres: un recibidor al lado de la entrada permite a los hombres ingresar sin toparse con las mujeres de la casa. El recibidor suele tener las dimensiones y la decoración correspondiente a la posición social y económica de su propietario. Por lo general, allí se juntan los varones para debatir sobre asuntos varios, como cuestiones de la fe, política y literatura. El resto de la casa es mayormente para ocupación y labores femeninas, aunque con el tiempo, y lograda cierta democratización de la vida privada, hombres y mujeres han comenzado a compartir espacios tradicionalmente no comunes.
Recreación de una vivienda musulmana con alberca
La mujer musulmana
La situación de la mujer musulmana reviste una cierta desvalorización tradicional que, no obstante, progresivamente fue corrigiendo parte de sus argumentos y expresiones originales. En relación al varón, es evidente la desigualdad al permitírsele al hombre casarse con cuatro mujeres a la vez, mientras que la mujer que compartiera su vida con otro varón que no fuere su esposo cometería el delito de adulterio, uno de los más gravemente penados tanto en este mundo como en el de los muertos.
No se trata de la única diferencia en favor del género masculino. El hombre, por ejemplo, puede casarse con una mujer no musulmana, derecho que la mujer tiene vedado. Igualmente, el varón podrá divorciarse unilateralmente, mientras que la esposa deberá realizar un engorroso trámite ante diversas autoridades, perdiendo la custodia de los hijos comunes. Como si esto fuera poco, el valor del testimonio masculino en un juicio es doblemente valorado que el de la mujer, así como el doble es la participación de los hombres en cualquier herencia que competa también a una mujer.
Buena parte de las prescripciones a la mujer devienen de la letra y el espíritu del Corán, entre ellas la de guardar el mayor recato, siempre cubiertas con un velo y sin lucir ningún tipo de atuendos decorativos. Además, las mujeres musulmanas están confinadas a harenes, según la tradición islámica, para ser protegidas. Incluso a pesar que no se les prohíbe orar en las mezquitas, suele ser mejor visto que a lo sumo acompañen a sus esposos a la hora de los rezos, pero que eleven sus oraciones en los hogares.
Niñas con khimar, especie de velo que tiene forma de capa y se extiende hasta la cintura. Cubre el cabello, el cuello y los hombros, pero sí permite mostrar el rostro.
Esta desigualdad notable a la que fueron confinadas las mujeres, se ve también en la obligatoriedad de su indumentaria, tapada por completo desde la cabeza a los pies, de tal manera que es casi imposible reconocerlas por su rostro. El uso del velo islámico se inscribe en tradiciones anteriores al propio islam. Pero, entre los principales preceptos de la ley islámica, las mujeres están obligadas a llevar velos de diferentes tipos. De todos modos, el proceso de modernización acelerado en el curso del siglo XX ha llevado también a poner a la mujer en un pie de igualdad respecto de los hombres. Este proceso no se da en todo el mundo islámico y depende en buena parte de la nación en cuestión.
El rigor de la ley coránica
Las leyes islámicas se caracterizan por su rigor a la hora de aplicar las penas y sanciones. Por lo general, el castigo a las contravenciones sigue los métodos más tradicionales. algunos de ellos de una severidad absoluta. Entre los delitos más repudiados por el musulmán se cuentan el adulterio, el robo, el alcoholismo y la adicción a las drogas por supuesto. Cualquier indicia de falta de respeto a las tradiciones y costumbres islámicas puede acarrear penas de cárcel, tortura e incluso, la muerte.
Entre los métodos utilizados para castigar un delito se cuentan, por ejemplo, la lapidación, especialmente implementada para penar el adulterio femenino. En caso de robo lo usual es la amputación de una o las dos manos, y en caso de reincidencia se cortan los pies. La más severa de las penas, la de muerte, se aplica en todo delito religioso y en especial cuando se blasfema la religión de Alá.
Un grupo radical aplica la ley coránica de la manera estricta amputándole la mano a un presunto ladrón.
Normas de conducta
Las normas de conducta individual y las de comportamiento social de los musulmanes están puntualmente establecidas por las enseñanzas del Profeta registradas en el Corán y otros textos sagrados. Entre las normas más importantes destaca la de hacer el bien, mandato divino excluyente del islam. Siguiendo este precepto, todo musulmán debe denunciar cualquier conducta que atentara contra ello.
Las leyes coránicas establecen también las normas de cortesía, los gestos y palabras del saludo, las felicitaciones para las ocasiones que así lo ameriten y los consuelos para acompañar los momentos más ingratos. Además, las leyes coránicas también establecen el uso de atuendos tradicionales, entre los que destacan el turbante, símbolo de la dignidad del creyente, y un vestido conformado por un juego de sábanas que, obligatorio para la peregrinación a la Meca, identifica de la misma manera a los fieles ante Dios.
Algunas costumbres identifican unas comunidades musulmanas de otras, por ejemplo, el toque de narices es un saludo cotidiano entre hombres en los Emiratos Árabes Unidos. Su origen se remonta a la época de los antiguos beduinos, quienes al encuentro con un conocido y con sus manos ocupadas (una sosteniendo las riendas del camello y la otra manteniendo la daga en su lugar en el cinto) recurrían a sus narices como forma disponible de contacto físico para saludar al amigo siempre bienvenido. Dicho saludo se usa hoy entre personas cercanas y es una forma de aprecio que celebra la ocasión de ver a alguien estimado.
El toque de narices es un gesto muy afectivo y emotivo que por escasos centímetros no se convierte en un beso.
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