Teorías y leyes de la economía
Los mecanismos invisibles de la sociedad
En 1758 François Quesnay (1694-1774), dirigente de los fisiócratas -un grupo de filósofos franceses que fueron los primeros en definirse como «economistas»-, publicó su obra Tableaux Economiques, donde afirmaba que la tierra es la fuente de toda riqueza y, por tanto, la agricultura, la pesca y la minería son las únicas actividades productivas. La fabricación, según los fisiócratas, no generaba riqueza; sólo transformaba o redistribuía el rendimiento de la clase productora. Esta teoría económica elemental fue modificada por el escocés Adam Smith (5 de junio de 1723 - 17 de julio de 1790), considerado generalmente como el «padre de la economía».
En su “Estudio sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones” (1776), uno de los libros que más influencia ha ejercido sobre la economía, Smith exponía una explicación coherente de su funcionamiento, estableciendo las bases de lo que ahora se llama «economía clásica». Smith no estaba de acuerdo con los fisiócratas en que la riqueza se encontrara sólo en la tierra y no pudiera ser creada. Según él, era el trabajo el que creaba riqueza, y el valor de un producto viene determinado en gran medida por la cantidad de trabajo invertida en él.
Economía clásica
Adam Smith abogaba por la libre empresa, la economía competitiva de mercado, con el mínimo posible de interferencia del gobierno. Así, afirmaba, siempre se impondría un orden económico «natural» que asegurara la eficaz distribución de los recursos. Todo individuo procuraría obtener beneficios, principalmente produciendo artículos que otros quisieran comprar.
La codicia (subir los precios) no consigue más que estimular a la competencia, animando a otros a entrar en el mercado con artículos más baratos, con lo que se logra una redistribución natural de la riqueza. Por esta razón, Smith era contrario a los monopolios, cárteles, tarifas de importación y cualquier otro sistema que impida el funcionamiento del mercado libre.
Según Smith, cuando se permite al individuo actuar en beneficio propio, este mismo individuo acaba beneficiando a todos los demás. El pequeño crecimiento de la riqueza particular contribuye al aumento general de la riqueza de la comunidad. Dicho con palabras de Smith, todo hombre «está guiado por una mano invisible que le dirige hacia un fin que no formaba parte de sus intenciones».
Este modelo de economía de libre empresa, se suele resumir en una frase muy conocida, acuñada por los fisiócratas: «laissez faire» (dejad hacer). El capitalismo del «laissez faire» financió la Revolución industrial, y sus diversas variantes han seguido constituyendo la base de casi todas las economías occidentales.
Capitalismo
Se llama capitalista a todo sistema económico en el que las empresas o individuos producen e intercambian mercancías y servicios por medio de mercados. El término abarca una gran variedad de modelos económicos, pero todos ellos tienen una característica fundamental común: la tierra, las fábricas y la maquinaria utilizada para producir mercancías y servicios son de propiedad privada.
Tanto los productores como los consumidores tienen libertad para atender a sus propios intereses -pueden elegir qué quieren producir y qué van a comprar-, y aquí entra en juego el mecanismo de la oferta y la demanda. Los fabricantes procuran suministrar a los consumidores lo que éstos piden, y tratan de generar más demanda ofreciendo nuevos productos, anunciándolos con habilidad o, simplemente, bajando los precios.
En el siglo XX, y sobre todo en Europa oriental, los gobiernos comunistas impusieron un sistema económico muy diferente. Los medios de producción, distribución e intercambio eran todos propiedad del Estado. Los precios y los niveles de producción los decidía el gobierno, en lugar de estar regulados por el mercado.
Leyes de la economía
LEY DE DISMINUCIÓN DEL BENEFICIO: “En cualquier empresa, llega un punto en el que el aumento de la inversión ya no proporciona un beneficio que valga la pena”. Muchas explotaciones petroleras se abandonan cuando aún queda petróleo en el subsuelo, porque la inversión necesaria para extraerlo es superior a los posibles beneficios. Formulada por el economista francés Anne Robert Jacques Turgot (1727-1781).
LEY DE GRESHAM: “El dinero malo expulsa al bueno”. Si un gobierno permite que en el país circulen simultáneamente dos tipos de monedas de curso legal, y una de ellas es considerada por el público como "buena" y la otra como "mala", la moneda mala siempre expulsa del mercado a la buena. En definitiva, cuando es obligatorio aceptar la moneda por su valor facial, y el tipo de cambio se establece por ley, los consumidores prefieren ahorrar la buena y no utilizarla como medio de pago. Formulada por Thomas Gresham en el siglo XVI.
LEY DE HIERRO DE LOS SALARIOS: “Los salarios se fijan siempre al nivel de subsistencia”. Si no ganan lo suficiente para subsistir, los trabajadores no estarán en condiciones de trabajar ni de reproducirse; si los salarios suben por encima del nivel de subsistencia, la población laboral crecerá, y la competencia por el empleo hará bajar los salarios al nivel de subsistencia. Formulada por los fisiócratas, pero atribuida al economista inglés David Ricardo (1772-1823).
LEY DE PARKINSON: “El trabajo se expande para ocupar todo el tiempo disponible”. Cuanto más tiempo tengan los trabajadores para realizar una tarea, menos eficientemente trabajan. Formulada en 1955 por el economista británico Ciryl Northcote Parkinson.
LEY DE SAY: “Las existencias crean su propia demanda”. Cada vez que aumenta el rendimiento industrial o agrícola, aumentan los ingresos y, por tanto, el dinero disponible para comprar mercancías. Los excedentes, por tanto, se venden sin problemas. Formulada por el economista francés Jean Baptiste Say (1767-1832).
Valores, acciones y responsabilidad limitada
La salud de una economía capitalista depende de los empresarios, personas dispuestas a arriesgar su dinero en un negocio con la esperanza de obtener un beneficio. Por lo general, los empresarios necesitan reunir capital para financiar nuevos negocios o introducir cambios en los ya existentes, y el modo habitual de conseguirlo es solicitar una pequeña cantidad de dinero a muchos inversores. A cambio de su participación en la empresa, los inversores reciben una parte de los beneficios, o dividendos. Además, pueden vender acciones de compañías prósperas a otros inversores, y para ello existen mercados de acciones (bolsas de valores) en los principales centros comerciales del mundo.
Para reducir los riesgos, se reúne una «cartera», formada por acciones de distintas compañías, con lo que se compensan las pérdidas de unas acciones con las ganancias de otras. Las acciones, junto con otros instrumentos financieros, ayudan a repartir aún más los riesgos y constituyen el combustible financiero de los negocios mundiales.
Sin embargo, si adquirir una participación en una empresa (o dirigirla) supusiera hacerse responsable de todas sus deudas, habría pocas personas dispuestas a ello: la mayoría se echaría atrás por miedo a perder todas sus propiedades personales, e incluso ser procesado por los fallos cometidos por la empresa.
Si una compañía se declara en bancarrota, no se puede exigir a los accionistas que paguen sus deudas. Es más: la ley trata a las empresas como a entidades legales discretas, capaces de firmar contratos y poner pleitos como si se tratara de individuos particulares. Así pues, los accionistas y empleados no son responsables de las actividades legales de la empresa, aunque, evidentemente, se supone que los directores deben seguir en todo momento las normas legales. Si las acciones hacen posible la financiación de las empresas, la responsabilidad limitada es lo que la hace factible. En este concepto se basan casi todas las empresas del mundo actual, y sin él no existirían las grandes empresas.
La renta
En el lenguaje corriente, la renta es un pago periódico que se le hace a alguien por el uso de su propiedad. Pero para un economista, la palabra tiene un significado especializado: «renta económica» es la diferencia entre el coste de producción de un producto y el precio que se obtiene por él.
El economista David Ricardo expuso elocuentemente la teoría en el siglo XVIII, señalando que el precio del trigo (que en aquellos momentos era escandalosamente alto) no se debía, como mucha gente creía, a que los avariciosos terratenientes cobraran rentas exorbitantes a los colonos; en realidad, las rentas eran altas debido al elevado precio del grano: la tierra cultivada y el rendimiento de las cosechas eran más o menos los mismos, de manera que cuando el precio del grano subía, se obtenía más renta económica de cada campo. Los terratenientes se limitaban a cobrar su parte del beneficio. Este sencillo estudio dio origen a toda una teoría, que es fundamental en la economía y tiene numerosas aplicaciones prácticas.
Bancos centrales
Los bancos empezaron siendo lugares donde la gente podía depositar dinero y objetos valiosos. Pero con el desarrollo del comercio a gran escala, las funciones de los bancos se fueron ampliando: prestar dinero, emitir billetes y ofrecer métodos para saldar deudas. Durante los siglos XVII y XVIII, el número de bancos aumentó considerablemente, y surgió la necesidad de un «banco para banqueros», que actuara como cámara de compensación para saldar las deudas entre instituciones financieras.
Al mismo tiempo, los gobiernos necesitaban instituciones que se encargaran de sus actividades bancarias y se responsabilizaran de las finanzas nacionales: ejecución de la política monetaria, gestión de los ingresos y pago de las deudas. El primero de los bancos centrales fue el Banco de Inglaterra, fundado en 1694 para prestar al gobierno 1,2 millones de libras, con los que financiar la guerra contra Francia. Otras naciones siguieron el ejemplo, entre ellas Estados Unidos en 1791; pero esta iniciativa no duró, y EEUU careció de banco central desde 1836 hasta 1913. Uno tras otro, se fueron fundando bancos nacionales y en la actualidad es inconcebible que una nación carezca de banco central. Las nuevas naciones que surgieron de la descomposición de la Unión Soviética se apresuraron a crear sus propios bancos.
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