El atomismo
DEMOCRITO (460 - 370 a. de C.)
Natural de Abdera (Tracia), por lo que se le denomina frecuentemente el «Abderita». Dueño por herencia de vastos bienes, llevó una vida de holgura que le permitió dedicarse por completo al estudio. Hay autores que lo consideran el hombre más culto de su época. Según Diógenes Laercio, Demócrito escribió setenta y dos obras, sobre gramática, física, matemáticas y ética, de las cuales sólo han llegado hasta nosotros algunos fragmentos.
En la historia del pensamiento griego se le recuerda como el materialista quizás más consistente. Aunque su teoría atómica deriva parcialmente de Leucipo, débese considerar a Demócrito como el verdadero fundador del atomismo.
OBRAS:
-El universo mayor (megas diacosmos) (fragmentos).
- Acerca de la inteligencia (peri nou) (fragmentos).
Conocemos su doctrina por autores posteriores.
EL ATOMISMO
Los sistemas de Anaxágoras y de Empédocles constituyen un primer intento en la solución del dilema movimiento-inteligibilidad. Si el movimiento o cambio se concibe como “puro fluir”, nada podemos afirmar de nada y consiguientemente, nada podemos conocer de nada, el ser es ininteligible. Si, por el contrario, el movimiento se concibe como mezcla y separación de elementos primordiales, el juicio se hace posible y, consecuentemente, el conocimiento, el ser es inteligible. La visión vitalista del Universo es reemplazada por una visión mecanicista. Pero, ¿qué razón habría para optar por una visión en contra de otra? La razón es muy simple, la conciliación del movimiento con la inteligibilidad. O admitimos que la realidad es puro devenir y negamos la inteligibilidad del ser (Heráclito), o admitimos la inteligibilidad y negamos el movimiento (Parménides), o admitimos el movimiento y la inteligibilidad, y en este caso el movimiento es mezcla y separación (Anaxágoras, Empédocles).
Sin embargo, los sistemas de Anaxágoras y Empédocles habían dejado sin considerar dos problemas fundamentales, íntimamente unidos con el dilema del movimiento y de la inteligibilidad: el problema de la divisibilidad «infinita» y el problema del vacío.
Supongamos un ser cualquiera, dividámoslo en partes cada vez más pequeñas. Existen dos posibilidades: llegamos a partes que no se pueden dividir más, o al contrario, la división se puede continuar indefinidamente, sin nunca llegar a un término. En el primer caso, las partes serían inextensas (sólo lo inextenso no se puede dividir) y llegaríamos así al absurdo de suponer que el cuerpo extenso (el ser) está formado de partes inextensas; en el segundo caso, el ser estaría formado de partes infinitamente pequeñas, tan pequeñas, que son menores que cualquier magnitud que podamos considerar; ahora bien, la suma de infinitesimales no puede dar por resultado más que un infinitesimal. De esta argumentación sacaba Zenón de Elea la conclusión de que el ser no consta de partes, de que es uno y no múltiple, «totalmente compacto". Siguiendo con todo rigor la lógica de Zenón y supliendo los datos que nos faltan, podemos concluir que para éste, aunque el ser es extenso (pues todo «cuerpo» lo es, y no existe más que el ser corporal), es «físicamente» indivisible, aunque lo sea mentalmente. Y si el ser individual es totalmente compacto, sin posibilidad de separación de sus partes, pues no consta de partes, entonces es inmóvil en sí mismo, inmutable e incorruptible.
Supongamos ahora que existe una multiplicidad de seres siempre iguales así mismos, es decir, sin posibilidad de cambio interno. Estos seres individuales estarían separados unos de otros, por más juntos que lo supongamos, de lo contrario, no serían muchos seres, sino uno solo. Entre un ser y otro habría un espacio vacío, pero ¿qué es el espacio vacío? ¿Un ser corporal? ¿No es precisamente la carencia de ser? Es decir, ¿no-ser? y si fuera algo corporal, y por lo tanto extenso, no habría separación entre un ser y otro, sino que todos formarían un todo, «una esfera» (Sphairos) homogénea, compacta, sin posibilidad de movimiento.
Llegamos así nuevamente, y aprovechando la argumentación de Zenón contra la divisibilidad «infinita» y la posibilidad del espacio vacío, al concepto de «ser» de Parménides, como un todo, compacto, indivisible, inengendrado y eterno, inmóvil: «No hay ni habrá nunca ninguna cosa fuera del ser, pues el destino lo ha encadenado a ser todo eternamente e inmóvil. «No es divisible, porque es todo igual». Ni puede llegar a ser más en ese lugar (lo que le impediría a formar un todo continuo) ni tampoco menos; sino que está todo pleno de ser» (Parménides, fragmento 8, 22-25).
Anaxágoras niega la existencia del espacio vacío fuera y dentro del universo. Las cualidades primordiales son infinitas en número y están tan íntimamente mezcladas una con otras que sólo son separables por la inteligencia. En cada partícula del universo, por pequeña que se la conciba, están mezcladas todas las cualidades del universo. Empédocles, sin embargo, pasa por alto el problema de los infinitesimales y del espacio vacío.
La superioridad de un sistema está en su mayor capacidad para explicar o responder a un mayor número de preguntas. En este sentido, al atomismo es muy superior, como sistema, al de Anaxágoras y al de Empédocles, que habían dejado de responder de una manera directa a las preguntas de la divisibilidad infinita y del espacio vacío. ¿Es posible la división indefinida en los cuerpos extensos, o por el contrario es necesario suponer un término a la división? ¿Existe el espacio vacío? A Ia primera pregunta responde el atomismo que es necesario llegar a un término, a una partícula elemental que es en sí misma indivisible, el átomo. Si no queremos calificar de ingenuos a los grandes pensadores antiguos, en nuestro caso, a Leucipo y a Demócrito, debemos suponer que hablan de una posibilidad física de división, no imaginativa. Toda magnitud se puede dividir en cantidades cada vez más pequeñas «mentalmente», como lo han habían demostrado los pitagóricos, pero este no es el problema. El problema es si los seres, y todos los seres son materiales y consiguientemente extensos, se componen de elementos infinitesimales, es decir, siempre divisibles en otros elementos, o por el contrario, estos elementos son de tal manera «compactos» que su división es imposible. La realidad se compone de átomo y de vacío (espacio vacío), pues de lo contrario, habría que admitir con Parménides que no habría muchos seres, sino uno solo, fundidos en un todo continuo, inmóvil. El vacío existe, es una realidad como lo son los átomos. Los cuerpos se componen, por lo tanto, de átomos y de vacío; los átomos son lo lleno, lo compacto, el vacío es lo no lleno.
Los átomos no se diferencian unos de otros sino por la forma (hay átomos esféricos, convexos, cóncavos, lisos, con aristas, etc.) y, al unirse con otros átomos, por la posición y el orden (unos antes y otros después, unos en una posición y otros en otra). No existen átomos calientes o fríos, húmedos o secos, sino que estas cualidades derivan de las formas, orden y posición de un átomo con otros. Los átomos están dotados de movimiento eterno en todas direcciones a través del vacío. Al chocar puede suceder que la arista de uno coincida con una concavidad de otro, entonces se unen, y al unirse forman los cuerpos visibles; o al contrario, al chocar con un conglomerado lo pueden desintegrar. El nacimiento es reunión; la muerte, separación de átomos.
En un momento determinado, y en una parte del espacio infinito, los átomos chocan entre sí formando un gran torbellino. Los de mayor tamaño se van reuniendo en el vértice del torbellino, por la mayor resistencia que presentan a este, formando así la Tierra. Los menores se van reuniendo a distancias cada vez mayores del vértice, formando los distintos planetas. Los átomos más alejados, que son los más pequeños y giran a mayor rapidez, se encienden debido a la rapidez de su movimiento y forman el Sol. Algo semejante puede ocurrir en otras regiones del espacio infinito, dando origen a infinitud de mundos. Sin embargo, los mundos no forman un conglomerado estable de átomos, dentro de estos hay choques continuos de unos átomos con otros, o de grupos de átomos, pudiendo producir la desintegración de los compuestos que forman los objetos visibles; o átomos que vienen del exterior pueden romper el equilibrio que da lugar a un mundo. Los mundos son en número infinito, en continua formación y en continua desintegración.
Las cosas no tienen color, ni son frías o calientes, ni ligeras o pesadas, ni dulces o amargas, puesto que los átomos constitutivos de toda la realidad sólo se diferencian por su forma, posición y orden. De aquí que las sensaciones no sean más que la reacción de nuestros órganos al impacto de átomos de distintas formas, posiciones y órdenes. La sensación de acidez la producen los átomos de forma «angulosa, con muchas aristas, pequeños y sutiles»; «la sensación de salado, átomos grandes y no redondos», etc.
El conocimiento y la sensación son una misma cosa, y como la sensación varía de un individuo a otro, pues no todos los individuos reaccionan de la misma manera, el conocimiento es necesariamente relativo; por lo tanto, es imposible conocer la verdadera naturaleza de cada cosa. Sólo hay un conocimiento absoluto: que la realidad se compone de átomos y de vacío.
Los seres de la experiencia se pueden dividir en dos grandes grupos: el de los animados (que tienen alma) y el de los inanimados (que no tienen alma). Al primer grupo pertenecen las plantas, los animales y el hombre; al segundo, el reino de los «minerales». El alma es el principio del movimiento de los seres animados. El alma se compone de átomos esféricos que, por el mismo hecho de ser esféricos, son más sutiles y móviles. Pueden chocar con otros átomos sin quedar engarzados con estos, pues carecen de aristas que puedan encajar en concavidades. A los átomos que forman el alma se debe el movimiento especial que caracteriza a los seres «orgánicos». El bombardeo continuo de átomos del exterior tiende a expeler los átomos esféricos que forman el alma; sin embargo, los seres vivos restablecen el equilibrio tomando nuevos átomos esféricos del exterior a través de la respiración. La muerte significa la dispersión de los átomos esféricos que forman el alma.
Anaxágoras había llegado a postular un principio del movimiento cósmico, el «Nous» o inteligencia suprema; Empédocles introduce dos fuerzas cósmicas, la una de atracción y la otra de repulsión, el Amor y el Odio. Leucipo y Demócrito suponen que el movimiento de los átomos es eterno, no necesitan, por lo tanto, recurrir a un principio exterior, más aún, de tal manera es inherente el movimiento al átomo que es imposible concebir un átomo en reposo total, a pesar de los choques de unos con otros. Dentro de nuestra concepción del movimiento, es posible que al chocar dos cuerpos uno le comunique toda su cantidad de movimiento al otro, quedando en reposo. Para la concepción atomista el movimiento es algo que pertenece al átomo por ser átomo, y dejaría de serlo en el momento que dejara de moverse, lo que además es imposible, pues los átomos son eternos e indestructibles.
Dentro de la historia del pensamiento, el atomismo constituye un sistema explicativo imponente, comparable solamente a los grandes sistemas de Heráclito y Parménides, donde se compendia los esfuerzos de varios siglos de reflexión a partir de la escuela de Mileto (siglo VI a. de C.). Se intenta dar respuesta a los problemas fundamentales planteados por las distintas escuelas en su esfuerzo por comprender la realidad. Al dilema del cambio-inteligibilidad, responde con Anaxágoras y Empédocles que el cambio es reunión y separación. Al problema del origen del movimiento de las partículas elementales, responde que el movimiento es inherente a los átomos. Al problema de la divisibilidad o no divisibilidad infinita, responde que las partículas elementales, los átomos, son indivisibles, pues son enteramente compactos, totalmente llenos. Al problema de la existencia o no existencia del vacío, responde que el vacío existe y que los átomos se mueven en él en todas las direcciones. Los elementos primordiales de todos los cuerpos son lo lleno y lo vacío. Al problema de la conciliación o armonía de las cualidades contrarias, lo frío, lo caliente, etc., responde que las cualidades se deben a las distintas formas, posiciones y orden de los átomos. El conocimiento es sensación, y la sensación, reacción al impacto de los átomos (Sofistas). Sin embargo, hay una verdad absoluta, que la realidad se compone de átomos y vacío, es decir, el atomismo, como sistema, constituye todo lo que podemos saber de la realidad.
¿Quedan resueltos todos los interrogantes? No parece así, ciertamente. Se ha construido un sistema general que sólo es explicativo en la medida en que se acepten sus principios fundamentales, pero, ¿si estos se ponen en duda?
¿Por qué razón no se pueden dividir los átomos? Porque son totalmente compactos. Se trata de una imposibilidad física, es decir, no se da ni se puede dar un «instrumento» apropiado para llevar a cabo la división. ¿No parece esto un poco absurdo? O más bien, se trata de una imposibilidad «metafísica», es decir, el átomo no se puede dividir porque tal es su naturaleza, porque no tiene partes, porque es simple. ¿y qué significa un cuerpo simple? ¿No es el átomo un ser material? ¿Y no es todo ser material (corporal) compuesto? Y si el espacio es algo, un ser material (todo es material, a no ser que se quiera hablar de seres inmateriales, etc.), ¿ocupa lugar?, ¿no equivaldría a decir que el espacio vacío está en el espacio vacío y así sucesivamente? ¿Qué es en fin de cuentas el espacio? ¿Con qué derecho se le adjudica movimiento a los átomos como algo que les pertenece por naturaleza, más bien que reposo? ¿Lo que se mueve por sí mismo, no tiene por este solo hecho, la razón de su ser, en sí mismo? ¿Y no llamamos, precisamente, al ser autosuficiente, Dios? ¿Es suficiente explicación del orden, de la constancia de los fenómenos físicos la casualidad, el azar, de los choques de unos átomos con otros? ¿Es posible reducir el conocimiento a la sola sensación?
Calificamos de monista todo sistema que pretende explicar el universo por el universo mismo, sin recurrir a un principio exterior. Dios y mundo, materia y espíritu, cuerpo y alma, son conceptos propios de un sistema dualista. Con la única excepción de Anaxágoras, todos los sistemas hasta ahora estudiados son monistas. Para el pensamiento antiguo, el concepto de ser es equivalente al de corporalidad. Todo cuerpo es un ser y todo ser es un cuerpo. La reflexión filosófica ni siquiera consideraba la posibilidad de la existencia de seres incorporales, es decir, inmateriales, espirituales, no extensos. El atomismo constituye el tipo más claro de sistema monista. El «Nous» de Anaxágoras es declarado superfluo; las fuerzas cósmicas de Empédocles, que bien pudieran dar hincapié a separarlas de los elementos primordiales, como de un orden superior, son reemplazadas por el movimiento eterno de las partículas elementales. El alma no es más que agregado de átomos, la inteligencia es sensación. Dentro del universo de Leucipo y Demócrito no queda el menor sitio para lo que no sea átomo y vacío.
Además de monista, el sistema atomista es mecanicista en el sentido que ya explicamos: el cambio es unión y separación de átomos, debido al choque casual de unas partículas con otras. Lo contrario del mecanicismo es el finalismo (vitalismo). Las aves no tienen alas para volar, sino que vuelan porque tienen alas. Los ojos no son para ver, sino que se ve porque se tiene ojos. No existe más ley que la del azar, la del choque fortuito.
Si nos adelantamos por un momento en la historia, y distinguimos entre materia y espíritu, y entendemos por materia lo sensible, lo corporal y lo extenso, entonces, el sistema atomista es materialista, en el mismo sentido de los sistemas anteriores, con la sola excepción de Anaxágoras, y en este, todavía de una forma muy primitiva.
TEXTOS
1. Leucipo y Demócrito han dado su explicación siguiendo una misma dirección y razón para todas las cosas, asumiendo como principio lo que es primero por naturaleza. Pues a algunos de los antiguos (los eleatas) les había parecido que el ser necesariamente debía ser uno e inmóvil, pues el vacío es no-ser, y sería imposible todo movimiento del ser, no existiendo vacío fuera de él. Ni, por otra parte, podría darse la multiplicidad no habiendo algo (vacío) separador... Por estas razones (los eleatas), pasando por encima de la experiencia sensible y despreciándola en la convicción de que conviene atenerse a la razón, dicen que todo es uno e inmóvil, y alguien (Meliso) también lo cree infinito, porque su límite debía confinar con el vacío... Ahora, Leucipo creyó que hubiese una teoría, que afirmando cosas de acuerdo con la experiencia sensible, no suprimiera el nacimiento ni la destrucción, ni el movimiento, ni la multiplicidad de los seres. Poniéndose de acuerdo con los fenómenos en este reconocimiento, y concordando con los sostenedores de lo uno en el afirmar que no podría haber movimiento sin el vacío, y que el vacío es no-ente, él afirma que nada de lo que es ente puede ser no-ente. Porque hablando con propiedad, el ser es un lleno absoluto, pero este ser de esta manera constituido, no es uno, sino que son infinitos en multiplicidad e invisibles por la pequeñez de las masas. Y estos se mueven en el vacío (porque el vacío existe) y uniéndose producen el nacimiento; disgregándose, la destrucción (Aristóteles, De gener, et Corrupt.).
2. Opinión lo amargo, opinión lo dulce, opinión lo cálido, opinión el frío, opinión el calor: sólo los átomos y el vacío constituyen verdad (Demócrito, fragmento 5).
3. Por esto, muchos consideran eterno el acto, como Leucipo y Platón, pues afirman que existe siempre el movimiento, pero no dicen qué movimiento y por qué causa se produce, ni tampoco por qué es de tal manera, ni cuál es su causa (Aristóteles, Metafísica, XII, 6, 1071).
4. De manera parecida (a la opinión de Protágoras), otros también consideran la verdad acerca de los fenómenos de acuerdo con las cosas sensibles. Pues creen que la verdad no debe juzgarse de acuerdo a la multitud o la escasez del número, y que la misma cosa parece dulce al gusto de unos y amarga al de otros, de manera que si todos se encontraran enfermos o locos y sólo dos o tres sanos y sensatos, parecerían estos, y no aquellos, enfermos o locos. Y además, a muchos animales las mismas cosas parecen de manera opuesta que a nosotros, y a cada uno por sí mismo no parecen siempre idénticas las mismas cosas, de acuerdo a los sentidos. Por ello no resulta claro cuáles son verdaderas o falsas entre estas cosas; pues no son más verdaderas estas que aquellas, sino de la misma manera. Por eso Demócrito dice que no hay nada verdadero, o que nos queda ignoto. Simplemente, por el hecho de que considera que la inteligencia es sentido y que el sentido es cambio, declara que lo que es de acuerdo al sentido, esto es necesariamente verdadero (Aristóteles, Metafísica, IV, 5,1009).
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