Parménides: El Ser
PARMÉNIDES DE ELEA (539-450 a. C.)
Fundador de la escuela de eleática, fue el máximo exponente de ella. Ha llegado hasta nosotros buena parte de su poema alegórico «Sobre la Naturaleza". Niega que solo exista el puro fluir como quisiera Heráclito, y afirma, en cambio, que sólo existe el ser uno, homogéneo, eterno, indestructible, etc. Platón le dedica uno de sus mejores diálogos. Aristóteles lo califica de grande.
Obras: Sólo nos han llegado algunos fragmentos. Conocemos su doctrina por referencias de autores posteriores.
EL SER
¿Puedo pensar que las cosas no son como pienso que son? Evidentemente puedo pensar que las cosas no son como las veo o siento que son. ¿Pero puedo pensar que la suma de los ángulos interiores no es lo que pienso que es, 180 grados?
De acuerdo con Heráclito, no es posible pensar la realidad si no es dialécticamente, es decir, afirmando, negando y conciliando afirmación y negación. A la pregunta, ¿qué soy yo en este momento?, debo responder dialécticamente: soy mi pasado, porque sin él no sería lo que soy, pero el pasado ya no es más; soy mi futuro, precisamente porque no he dejado de ser, pero el futuro aún no es. En consecuencia, en el presente, que es el único momento que me importa, soy y no soy, soy pasado que ya no es, y soy futuro, que aún no ha comenzado. Lo mismo se puede decir de las demás cosas, que son y no son, es decir, la realidad es puro devenir.
¿Pero no suena esta forma de hablar algo extraña? ¿Se trata realmente de una forma de pensar, y no más bien de un juego de palabras? Para Parménides, no hay duda de ninguna clase. No se piensa afirmando, negando y conciliando, se piensa afirmando o negando, no hay término medio. “La misma cosa es el pensar y pensar que es”, este es el punto de partida del sistema de Parménides, y, al mismo tiempo, la base de su crítica al sistema de Heráclito. Pensar es pensar que es. Pienso que lo blanco es blanco, pienso que lo negro es negro, pero no pienso que lo blanco es negro o lo negro es blanco. Cuando Heráclito afirma que la realidad es y no es, que en nosotros es una misma cosa el vivo y el muerto, el despierto y el dormido, ¿no está afirmando que podemos pensar que no es como pensamos que es, que podemos pensar que no es vivo lo que pensamos que es vivo? ¿Hay algo más absurdo, replica Parménides, que pretender que no es lo que es, o que es lo que no es? ¿A dónde llegaremos si optamos por esta forma de hablar, o por esta seudoforma de pensar? La respuesta es sencilla, cree Parménides, a ninguna parte. El método propuesto por Heráclito es “un sendero en el que nadie aprenderá nada".
¿Pero qué decir del cambio que nos atestiguan los sentidos? ¿Puede una cualidad surgir de su contraría? De ninguna manera, responde Parménides. El ser no puede provenir del no-ser, algo de nada. Si, responde Heráclito, con tal que no pensemos una cualidad y su contraria como dos entes, dos realidades ya hechas, como si permanecieran idénticas a sí mismas un solo instante, sino que las pensemos dialécticamente, como manifestación de una realidad que no permanece idéntica a sí misma, que es y no es, que es lucha y armonía de contrarios, que ambas cualidades opuestas coexisten en tensión y armonía. ¿Pero qué significa todo esto? Pregunta nuevamente Parménides. ¿Podemos pensar, acaso, que una cosa no es como pensamos que es? ¿No negamos con esto la misma posibilidad de pensar?
Pero si una cualidad no puede surgir de su contraria, y si el cambio es, aparentemente, el paso de una cualidad a su contraria, de lo frío a lo caliente, de lo húmedo a lo seco, de lo grande a lo pequeño, de lo joven a lo viejo, etc., ¿Cómo explicar, entonces, el cambio? De acuerdo con los principios establecidos por Parménides, la respuesta es evidente: el cambio no es más que una ilusión de los sentidos, el cambio en toda su amplitud, de una cualidad a otra, de una sustancia en otra, etc., no es real, es solo aparente. La realidad es tal como nos dice la razón que es, y la razón nos dice, en contra del testimonio de los sentidos, que la realidad es inmutable, siempre la misma, única, compacta. No hay elementos primigenios, a no ser, solo aparentemente; no hay transformación de unos elementos en otros; nada nace, nada perece. La realidad no consta de multitud de individuos, es una sola, única, inmóvil, eterna, sin fin. Evidentemente, el mundo de los sentidos es un mundo en continuo cambio, en continua transformación, pero este mundo de los sentidos no es más que apariencia, ilusión, el mundo real, el mundo de la razón, el único mundo real, es inmóvil, único y eterno.
¿Por cuál de los dos sistemas optar? ¿Por Heráclito, en favor del testimonio de los sentidos? ¿Por Parménides, en favor de la razón? ¿No existe el ser, existe el devenir? ¿Existe el ser, no existe el devenir? ¡Sólo se puede pensar la realidad dialécticamente! ¿Pero no es el pretendido pensamiento dialéctico, la negación misma del pensamiento? Heráclito, Parménides, dos hombres para dos sistemas grandiosos, cuyo influjo llega hasta nuestros días, como nos irá mostrando la historia del pensamiento humano es su esfuerzo por comprender la realidad.
Zenón de Elea, discípulo y contemporáneo de Parménides, se dedicó a defender las tesis de su maestro, mostrando que el movimiento y la multiplicidad llevaban al absurdo. Para esto se valía del planteamiento de problemas sin solución aparente para sus contemporáneos; por esto recibieron el nombre de aporías o caminos sin salida. Expondremos, suscintamente, algunas de ellas.
En la dicotomía planteaba Zenón el siguiente problema: para ir de un punto A a un punto B es preciso ir primero a la mitad de este trayecto, luego a la mitad de la mitad, y así sucesivamente, sin que nunca podamos llegar al punto B, pues siempre quedará una distancia, así sea infinitamente pequeña, entre el punto de llegada y la meta final, el punto B. Ahora bien, argumenta Zenón, si no se puede ir de un punto a otro, es porque el movimiento es imposible. ¿Diremos, acaso, que el movimiento sí es posible, porque cualquiera puede ir cuando le plazca de un lugar a otro? ¿Pero cómo explicar racionalmente este movimiento, si para ir de un punto a otro hay que ir a la mitad y luego a la mitad de la mitad, etc., sin nunca llegar a la meta? ¿Habrá que admitir que el movimiento es real a pesar de que no se puede explicar racionalmente? ¿Pero decir que no se puede explicar racionalmente, no es lo mismo que decir que es absurdo, imposible? La única solución posible, dice Zenón, es admitir con Parménides que el movimiento no es real, que no es más que una ilusión de los sentidos. Una sucesión rápida de imágenes, como en el caso del cine, puede dar la impresión de movimiento. Algo semejante es lo que afirma Parménides, el movimiento no es real, es aparente.
La aporía de Aquiles y la tortuga lleva de una forma equivalente al mismo dilema: si los sentidos están en lo cierto, la realidad no se puede explicar racionalmente; si la realidad se puede explicar racionalmente, los sentidos nos engañan. Aquiles, a pesar de ser más veloz que una tortuga, nunca la puede alcanzar, porque cuando llega a donde estaba ésta, en el momento de la partida, la tortuga ha avanzado una distancia determinada, por pequeña que sea, y así sucesivamente. Ahora bien, si un cuerpo más veloz no puede alcanzar a un cuerpo más lento, entonces, el movimiento no es más que simple apariencia.
De acuerdo con la aporía de la finitud-infinitud, la realidad solo puede constar de un individuo, compacto, indivisible, como propone Parménides. Si la realidad consta de más de un individuo, estos constituirán un número finito y un número infinito de individuos, lo cual es absurdo. El número de individuos sería finito, porque el número infinito no existe. Y si no, ¿cuál es el número infinito? El número de individuos sería infinito: entre el individuo A y el individuo B debe haber otro individuo que los separe y separándolos los distinga, y si no, ¿cómo distinguir una gota de agua de otra gota de agua en un estanque lleno de agua? Ahora bien, entre este individuo C y el individuo A debe haber otro que lo distinga y separe, y así sucesivamente, por consiguiente, el número de individuos es infinito. Como el número de individuos no puede ser simultáneamente finito e infinito se sigue que la realidad no puede constar sino de un solo individuo. La multiplicidad en el mundo de la experiencia sensible es tan irreal, como el cambio y el movimiento de traslación.
Los sentidos nos engañan y debemos tener valor para aceptar la conclusión de nuestra razón, aun en contra de la experiencia común y ordinaria. Si no existe “algo” que permanezca, no se puede pensar, pues todo pensamiento es pensamiento sobre algo. Si la realidad es puro devenir, nada se puede afirmar, nada se puede expresar, nada se puede “decir”,pues en el momento en que vamos a afirmar algo de algo, ese algo ya no es lo que pensamos que era, sino que es otra cosa. Ahora bien, es un hecho que pensamos, que existe el pensamiento, por lo tanto existe el “ser" y no existe el devenir. «La misma cosa es el pensar y pensar que es (el objeto del pensamiento), porque sin el ser, en lo que está expresado, no podrías encontrar el pensamiento". El puro devenir imposibilita el pensamiento, éste es el punto de partida de las reflexiones de Parménides. El ser, es decir, la realidad, es una, inmóvil, inmutable, eterna; la multiplicidad de seres, la movilidad, la mutabilidad y el tiempo son mera ilusión.
TEXTOS
1. Veamos -yo te diré- y escuchando el discurso consérvalo en ti, las dos únicas vías de investigación que se pueden concebir. La una, que el ser es y no puede no ser; ésta es la vía de la Persuasión, porque se halla acompañada de la verdad; la otra, que no es, y que es necesario que no sea: y este, te digo, es un sendero en el que nadie aprenderá nada.
2. La misma cosa es el pensar y la existencia de lo pensado.
3. Nunca ha sido ni será, pues ahora todo en conjunto, uno y continuo. En efecto, ¿qué origen buscarías para él? ¿Cómo y de dónde habría crecido? No te dejaré decir ni pensar que provenga del no ser, pues no es posible decir ni pensar que el ser no sea. Y si viniese del no ser, ¿qué necesidad lo habría forzado a hacer antes o después? Así pues, es menester que sea del todo o que no sea en absoluto. Ni tampoco la fuerza de la verdad permitiría a cualquier cosa que sea, ni nacer ni disolverse soltándola de sus cadenas, sino que la retiene en ellas, y el juicio nuestro sobre estas cosas está expresado en estos términos: ¿es o no es…?
¿Cómo pues, podría no-ser en el futuro lo que es? ¿O cómo podría nacer? Si hubo nacido, no es; ni es, si fuese para ser en el futuro. De esta manera queda cancelado el nacimiento, y no se puede hablar de destrucción. El destino lo ha encadenado a ser todo, enteramente e inmóvil: para él, no son sino solamente nombres, todas las cosas que los mortales han establecido creyéndolas verdaderas, el nacer y el morir; el ser y el no-ser; el cambiar de lugar y el mudar del color brillante.
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