Platón: El Demiurgo
¿Es posible establecer una jerarquía dentro del mundo de las ideas? ¿Son todas del mismo rango, o hay alguna que se deba considerar como la más sublime, la más pura, la reina de las ideas? Dentro del mundo de las ideas, las ideas morales de justicia, fidelidad, belleza, etc., ocupan el primer puesto en dignidad, comparadas con otras ideas, como son las de igualdad, número, árbol, piedra, etc. Y dentro de las ideas morales, la idea de bien, de bondad, ocupa evidentemente el primer puesto. ¿No es el «bien», lo mejor? y el bien en sí, ¿no es lo mejor en sí? ¿Y qué puede haber más allá de lo mejor?
Dentro del mundo sensible, el Sol ocupa un puesto privilegiado, no sólo es fuente de luz y calor, sino principio de vida y movimiento. Sin el Sol muere la vida sobre la Tierra, sin el Sol desaparecen las formas sensibles en la oscuridad, sin el Sol el mundo sensible se tornaría en una inmensa noche. De una manera semejante, el bien en sí ocupa un puesto privilegiado en el mundo de los inteligibles, es el Sol del mundo ideal, es la luz y el calor de las ideas. El bien es aquello a lo cual tiende todo lo que se mueve. El deseo del bien es la causa del movimiento, ningún ser desea lo malo, sino es bajo apariencias de bien. En el mundo sensible hay, por decirlo así, fragmentos del bien en sí, diseminados en multitud de cosas. La búsqueda de estos bienes parciales, que son participación del bien en sí, explica el movimiento dentro del mundo sensible. Heráclito considera la realidad como puro devenir, pero no da una causa del movimiento. Para Leucipo y Demócrito la unión y separación de los elementos, que explican el nacer y el perecer de las cosas sensibles, se debe al choque fortuito de los átomos entre sí, la suprema ley cósmica es la ley del azar. Anaxágoras postula la existencia de una inteligencia ordenadora del cosmos, el «Nous». Empédocles, el Amor y el Odio, como dos fuerzas cósmicas de atracción y repulsión. Platón, en cambio, coloca como causa de la generación, del cambio, del movimiento en su aspecto más general, «lo bueno». En este preciso momento, y a través de Platón, se introduce dentro de la reflexión filosófica un nuevo elemento, supremamente importante para la historia del pensamiento posterior: el concepto de causa final. Todo movimiento tiene una meta, un fin al cual, tiende; el deseo o tendencia de alcanzar la meta explica el movimiento.
Las ideas son eternas, inmutables, no nacen ni perecen, no crecen ni disminuyen; sin embargo, las ideas no son seres inteligentes. El conocimiento nace de la contemplación de las ideas, pero las ideas carecen de conocimiento. Y si no, ¿qué podría significar un triángulo inteligente? Las ideas carecen de inteligencia; pero, ¿no supone el orden, la finalidad del mundo sensible, una inteligencia ordenadora? ¿O habrá que suponer con él atomismo que el orden nace de la casualidad? ¿No es el mundo de las ideas el modelo del mundo de lo sensible? y si hay un modelo, ¿no hay unartífice inteligente? ¿Y este artífice no sería aquello que llamamos Dios?
Platón ha distinguido dos clases de conocimientos, el conocimiento absoluto, que nace de la contemplación de las ideas, y el conocimiento aproximativo de las cosas sensibles. La investigación acerca del origen del mundo sensible, acerca de sus constitutivos, de su forma, de su eternidad o no eternidad, de su finitud o infinitud, no puede superar la «verosimilitud», la «opinión». Sin embargo, Platón no puede menos de expresar su opinión acerca de la naturaleza y origen del mundo: las cosas sensibles son imágenes, toda imagen es imagen de algo, ese algo son las ideas. Pero las ideas en sí no pueden ser causa eficiente de sus imágenes porque carecen de inteligencia. Es necesario, por tanto, suponer un ser inteligente que haya formado el mundo de las cosas sensibles a partir de la imagen del modelo eterno de las ideas. Pero de la nada no puede surgir algo, del no-ser no puede surgir el ser, el artífice divino necesita de una «materia» para moldearla a imagen del mundo ideal, esta materia eterna, informe, es como el receptáculo, la matriz, a partir de la cual la inteligencia suprema forma las cosas sensibles a imagen del modelo eterno. Leucipo y Demócrito y, antes de ellos, Anaxágoras y Empédocles, suponen un número infinito de mundos. Para Platón, no es posible la pluralidad de mundos. Sólo existe un modelo y un artífice, y este, bueno y perfectísimo, por lo tanto, sólo existe una copia, la mejor, la más perfecta posible. El mundo sensible es el más bello, el mejor de los mundos posibles. La forma del universo es esférica, porque la esfera es entre todas las figuras la más perfecta. El universo tiene un cuerpo y un alma, un cuerpo esférico, porque todo lo sensible tiene cuerpo, y un alma, porque el alma es el principio del movimiento. Y donde no hay alma, no hay movimiento. El alma del universo rige el movimiento del Sol, de la Luna y de los demás planetas. La Tierra ocupa el centro del universo.
Anaxágoras había postulado la existencia de una inteligencia suprema, organizadora del cosmos, el «Nous». Pero el «Nous», aunque es «infinito y dotado de fuerza propia, y no está mezclado con cosa alguna, sino que se halla solo de por si mismo», es más una fuerza mecánica presente en todas partes del universo, que con su acción produce centros de rotación en la mezcla inicial formando así la pluralidad de mundos, que una inteligencia organizadora con un plan determinado. El Demiurgo de Platón, por el contrario, obra según un plan, según un modelo. No está dentro del mundo, sino fuera de él. No sólo es la inteligencia suprema, sino el sumo de la perfección. El mundo no es el resultado de una acción mecánica involuntaria, es una obra de arte, hecha por el mejor de los artistas. Sin embargo, el Demiurgo no es omnipotente, necesita de una materia moldeable, que impone ciertos límites a su acción «creadora». La imagen nunca será igual al modelo, y aunque el mundo sensible es el mejor de los mundos posibles, dista infinitamente del mundo ideal. Dos son, pues, las causas de lo sensible, la inteligencia y la Necesidad, la inteligencia es el Demiurgo, la Necesidad es la materia.
El Dios de Platón es el Demiurgo o artífice divino que crea las cosas sensibles a imitación del modelo de las ideas eternas. Surge una dificultad, ¿qué relación existe entre el Demiurgo y las ideas? Los textos de Platón se prestan a diversas interpretaciones; sin embargo, una cosa es evidente: el Demiurgo pertenece al mundo ideal, pues de lo contrario habría que suponer tres mundos: el mundo de las ideas, el mundo de lo sensible y el mundo de la divinidad, lo que está en total desacuerdo con las líneas fundamentales del pensamiento platónico. Si el Demiurgo es una idea «inteligente», por contraposición a las demás ideas, no inteligentes, ¿existe alguna relación entre esta idea y las demás? En un pasaje de «La República» compara Platón la labor del artífice humano con la labor del artífice divino o Demiurgo. El carpintero construye una mesa a partir de la idea de mesa, pero él mismo no construye la idea de mesa. La «idea» sirve de modelo, pero el artífice no crea el modelo mismo. ¿Se debe decir lo mismo de Dios? Parece que no, dice Platón; Dios no sólo imita un modelo, sino que crea el modelo mismo. Conforme a este texto deberíamos concluir que las mismas ideas, eternas e inmutables, son creaciones de Dios y en este caso las ideas son «pensamientos de la mente divina". Esta interpretación ha tenido muchos defensores, en especial dentro del cristianismo, con Agustín, Tomás de Aquino, etc. En varios textos, Platón parece indicar que la existencia de las ideas es independiente del Demiurgo, el Demiurgo es una idea como las otras, inteligente, es cierto, pero no superior en naturaleza. Las ideas, eternas e inmutables son los modelos divinos por medio de los cuales el Demiurgo "crea" el mundo de lo sensible. Dentro del mundo ideal, la idea del bien ocupa el puesto más alto, el Demiurgo es calificado frecuentemente como el sumo de la bondad y de la virtud, por lo tanto, parece que se puede concluir que el Demiurgo y la idea de bien se identifican y que la sola diferencia que existe es la de categoría con respecto a las demás ideas. Los textos de Platón dan, pues, lugar a dos interpretaciones: el Demiurgo es la única divinidad y las ideas son sus «pensamientos divinos y eternos» y consiguientemente inmutables; y el Demiurgo es la suprema divinidad en un mundo de divinidades «ideales».
TEXTOS
1. Por lo demás, todo lo que nace, nace necesariamente por la acción de una causa, pues es imposible que, sea lo que sea, pueda nacer sin causa. Así pues, todas las veces que el Demiurgo, con sus ojos sin cesar puestos en lo que es idéntico a sí, se sirve de un modelo de tal clase, todas las veces que él se esfuerza por realizar en su obra la forma y las propiedades de aquello, todo lo que de esto produce es necesariamente bello y bueno...
Ahora bien, si el cosmos es bello y el Demiurgo es bueno, es evidente que pone su mirada en el modelo eterno. En caso contrario, cosa que no nos cabe suponer, habría mirado el modelo nacido. Es absolutamente evidente para todos que ha tenido en cuenta el modelo eterno. Pues el cosmos es lo más bello de todo lo que ha sido producido, y el Demiurgo es la más perfecta y mejor de las causas. Y, en la consecuencia, el cosmos, hecho en estas condiciones, ha sido producido de acuerdo con lo que es objeto de intelección y reflexión y es idéntico a sí mismo.
Ahora bien, si esto es así, resulta también absolutamente necesario que este mundo sea la imagen de otro mundo (Timeo).
2. Las cosas que hasta aquí han sido dichas, han aclarado... aquello que fue operado por la inteligencia; pero conviene agregar aquello que fue hecho por la necesidad: pues la generación de este mundo es mixta, habiendo sido engendrado éste por el acuerdo de necesidad y de inteligencia... ¿Y qué pensaremos de su poder (la necesidad) y de su naturaleza? Esta, principalmente, debemos pensarla como el receptáculo y causa nutriz de lo que se engendra... considerémosla una especie invisible y amorfa que recibe cualquier contenido (Timeo).
3. -Tomemos la especie de seres que quieras.
Hay, por ejemplo, multitud de lechos y de mesas.
-Sin duda.
- Pero esas dos especies de muebles están comprendidas, la una En la idea del lecho, la otra en la de la mesa.
-Sí.
-Asimismo tenemos costumbre de decir que el obrero que fabrica una u otra de esas dos clases de muebles no hace el lecho o la mesa que usamos sino con arreglo a la idea que de ellos tiene, porque no es la idea misma lo que el obrero labra; eso no podría ser.
-Cierto que no.
-Mira ahora qué nombre conviene que demos al obrero que voy a decir.
-¿A quién?
-¿A aquél que él solo hace todo lo que o más obreros hacen cada cual por separado.
-Hablas de un hombre muy hábil y extraordinario.
-Espera, que aún vas a admirarlo mucho más. Ese mismo obrero no sólo posee el talento para hacer todas las obras de arte, sino que también hace todas las obras de la naturaleza, las plantas, los animales, todas las demás cosas, y a sí mismo, en fin. Y hay más: Hace la tierra, los cielos, los dioses, todo lo que hay en el cielo, y bajo la tierra, en los infiernos.
-Ese sí que es un artista admirabilísimo.
- Parece que dudas de lo que te digo.
-Pero respóndeme. ¿Crees que no haya en absoluto ningún obrero semejante a este, o solamente que pueda hacerse en cierto sentido, y que en otro sentido no pueda hacerse? ¿No ves que tú mismo podrías conseguirlo en cierto modo?
-¿En qué modo, quieres decirme?
-La cosa no es difícil. Frecuentemente se lleva a cabo, y en muy poco tiempo. ¿Quieres hacer la prueba de ello al instante? Toma un espejo; preséntalo por todas sus caras: en menos de nada harás el sol y todos los astros del cielo, la tierra, a ti mismo, los demás animales, las plantas, las obras de arte y todo lo que hemos dicho.
-Sí, haré todo eso aparentemente; pero en todo ello no habrá nada real y existente.
-Muy bien. Penetras perfectamente mi pensamiento. El pintor es un obrero de esa clase, ¿no es eso?
-Sin duda.
-Acaso me digas que no hay real en todo lo que hace; sin embargo, el pintor hace también un lecho de cierto modo.
-Sí, un lecho aparente.
-y el ebanista, ¿qué hace? ¿No acabas de decir que no hace la idea misma que llamamos esencia del lecho, sino determinado lecho en particular?
-Eso dije, y es cierto.
-Por tanto, puesto que no hace la esencia misma del lecho, no hace nada real, sino solamente alguna cosa que representa lo que verdaderamente es. Y si alguien sostuviese que la obra del ebanista o de cualquier otro obrero posee existencia real, es muy verosímil que se equivocaría.
-Tal es, a lo menos, la opinión de los que están versados en esas materias.
-No nos sorprenda, pues, que comparadas esas obras con la verdad, sean muy poca cosa.
-No debe chocarnos, en efecto.
-¿Te parece que, sobre lo que acabamos de decir, examinemos qué idea debamos formarnos del imitador de esa clase de obras?
-Consiento en ello, si a ti te parece bien.
-Hay, pues, tres especies de lechos: el que se halla en la naturaleza, y del cual podemos decir, me parece, que es Dios su autor. ¿A qué otro, en efecto, podría atribuirse?
-A nadie más que a él.
-El segundo es el que hace el ebanista.
-Sí.
-Y el tercero, el que es obra del pintor, no es eso?
-Sea en buena hora.
-Así, el pintor, el ebanista y Dios son los tres artistas que dirigen cada uno de esos tres lechos.
-Sin duda.
-Por lo que toca a Dios, bien porque así lo haya querido, o bien porque haya sido de necesidad para él hacer nada más que un lecho esencial, lo cierto es que no ha hecho más que uno, que es el lecho propiamente dicho. Jamás ha producido dos, ni varios, ni los producirá nunca.
(La República).
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