Platón: Ideas principales
Introducción
Platón es uno de los grandes hitos de la filosofía occidental. Desde el siglo IV a. de C, su obra y sus ideas han sido un referente obligado para todos los filósofos. A continuación, y de manera general, relacionaremos sus principales ideas.
El verdadero conocimiento
Los sentidos nos dicen que las cosas no cesan de cambiar: lo que ahora es un árbol, mañana habrá dejado de serlo; el agua aparece como líquido, más tarde como sólido y luego como vapor. Si queremos hacer ciencia no nos fiaremos de los sentidos, sino de la razón, que nos dice lo que verdaderamente es. El objeto del verdadero conocimiento no puede ser algo inestable, sino algo absolutamente estable, susceptible de una definición precisa, válida para todo tiempo y lugar.
De no ser así, la ciencia sería imposible, pues lo que ahora es de una forma, mañana lo será de otra. Según Platón, existen diferentes grados de realidad a los que corresponden otros tantos niveles o grados de conocimiento, que abarcan desde el inferior conocimiento del mundo sensible, de por sí particular y cambiante, hasta el conocimiento de lo universal, permanente e inteligible en el grado más alto. Ese conocimiento de nivel infinitamente superior se refiere a la verdadera realidad, a las formas eternas, en sí, realidades que siempre han existido y siempre existirán.
Platón ejemplifica los diferentes niveles de conocimiento en el símil de la línea. Se traza una línea dividida en cuatro segmentos. Cada sección representa, por un lado, los grados de conocimiento; por otro, las clases de objetos que, según su realidad, se corresponden con esos grados.
• Las sombras y los reflejos (realidad menor) corresponden al grado de imaginación, eikasía, que es el conocimiento más bajo.
• Las cosas corresponde conocerlas a la ciencia, creencia, pistis.
• Los objetos matemáticos corresponde conocerlos a la razón, dianoia.
• Por último, las ideas se conocen por la verdadera inteligencia, noesis.
Estas divisiones permiten establecer las necesarias relaciones de proporcionalidad: lo que las sombras son a los objetos sensibles, es este mundo al verdadero de las ideas. El conocimiento también guarda esa proporcionalidad: conocer cosas de este mundo es como conocer sombras; el verdadero conocimiento es el de las ideas. El conocimiento de las matemáticas es un medio para acceder al verdadero conocimiento: el de las ideas. Por ejemplo, cuando estudiamos «el triángulo» lo hacemos de algo real, aunque no sea material. Cuando estudiamos «la belleza», y no sólo la belleza de algo o de alguien, lo hacemos de algo real también.
Los dos mundos: el mito de la caverna
Platón utiliza el mito de la caverna para que se entienda mejor su teoría. Por ello nos pide que imaginemos la situación de unos prisioneros encerrados en una oscura gruta, para quienes no hay más realidad que las sombras que se proyectan en el fondo de la cueva. Son incapaces de concebir una realidad exterior a su sombrío mundo.
Nosotros, como los prisioneros, residimos en esa especie de antro subterráneo que es este mundo, lleno de oscuridades y apariencias, aunque no nos demos cuenta de nuestra situación a causa de que estamos en él desde que nacemos. Conocer la verdadera realidad es liberarse. Para ello es necesaria la educación. El maestro que educa «ama» al discípulo y le ayuda a «salir de la caverna». Una vez conocido ese ámbito verdadero de «luz exterior», no es posible que nadie desee regresar a las profundidades de la caverna.
Cuando el alma se aproxima a la verdad de los conceptos universales, absolutos e inmutables, despreciará este efímero mundo de apariencias, e intentará que los demás hombres, aún prisioneros, accedan a él, aunque con ello arriesgue, como Sócrates, su propia vida. Lo que se logra conocer de este modo es el mundo inteligible, aquel que está constituido por ideas o formas, de las que las cosas son sólo imitaciones.
Características de las ideas
Las formas son la garantía de posibilidad de la ciencia, ya que las definiciones científicas han tratado siempre de ser el reflejo de esas realidades inmutables.
Mientras que los objetos sensibles estudiados por la ciencia empírica son sólo momentáneos, la forma «en sí» es algo absolutamente real, eternamente real. Las ideas son en sí mismas, subsisten, no están «en» otra cosa, ya que no necesitan de nada que no sea su propio ser para existir. La justicia no está en nada, es simplemente. Una forma es siempre ella misma, no cambia, por mucho que cambien las cosas que participan de ella. Lo justo es justo, pese a quien pese y pasen los años que pasen. Tampoco nacen ni perecen, han sido, son y serán eternamente, son inmutables. La justicia siempre existirá, aunque el mundo perezca. No pertenecen a este mundo, lo trascienden. Son entidades no materiales, aunque sí reales, fuera del tiempo y del espacio. Las ideas están jerarquizadas, unas son superiores a otras, unas dependen de otras. Las formas superiores no participan de las que de ellas dependen, mientras que sí ocurre al contrario: juzgar participa de la justicia, pero la justicia no participa del juzgar. Como las ideas no están aisladas unas de otras, entre ellas se establecen relaciones mutuas, a las que corresponden las relaciones existentes en este mundo sensible. Las ideas deben relacionarse entre sí de acuerdo con unas normas, al igual que quien sabe gramática sabe qué letras pueden juntarse entre sí y cuáles no. Unas ideas participan de otras de acuerdo con unas leyes que el filósofo debe conocer por medio de la ciencia suprema: la dialéctica. El verdadero filósofo ha de ser capaz de comprender cómo una forma determinada, «ser» por ejemplo, se despliega a través de una pluralidad de otras formas distintas entre sí sin perder su esencia, como también debe saber qué formas son incompatibles entre sí.
El bien como idea suprema
En esa jerarquía de las ideas o formas existe una que es superior a todas las demás. Tal realidad es el bien. El sol del mito de la caverna representa esa idea suprema, en realidad más que una idea: la idea del bien, del que «los seres inteligibles no sólo reciben su inteligibilidad, sino también su ser y su esencia, aunque el bien mismo no sea esencia, sino algo muy por encima de la esencia en razón de dignidad y poder». El bien es el principio supremo del que todo depende y por el que todo cobra sentido. Esta noción está muy próxima a lo que el cristianismo entenderá como Dios.
Tiene como rasgos distintivos dar sentido a todo el sistema platónico. A su vez, es aquello a lo que todo tiende y por lo que nada se cambia una vez conocido. Por lo mismo, es lo que hace comprensible cuanto existe e inteligente a quien lo conoce, el fin de toda investigación y la meta del supremo conocimiento. Excede a todo lo pensable y está más allá de cualquier definición.
El hombre: antropología
El hombre es un compuesto de cuerpo y alma (dualismo platónico). El cuerpo está hecho de materia y es una especie de cárcel para el alma. El alma está constituida por tres partes, como explica Platón con el mito del carro alado. El alma se asemeja a un carro tirado por dos corceles y conducido por un auriga.
• Los corceles son los representantes de los dos tipos de apetitos. El blanco, fácil de dominar, simboliza las pasiones y deseos nobles: valor, esperanza, ambición. El otro, el corcel negro, de más difícil control, representa los apetitos más bajos, como la sensualidad, la gula, etc.
• El auriga representa la razón. Ésta debe controlar los apetitos como un auriga domina los corceles en las carreras de carros.
Los carros o almas que no fueron controladas por sus aurigas cayeron desde el mundo inteligible al sensible, alojándose en un cuerpo material. Esta caída hizo olvidar las maravillas que contempló el alma en el lugar celeste en compañía de los dioses. Como el alma pertenece al mundo inteligible, nuestras almas preexistían ya antes de nacer y su lugar de estancia era tal que contemplaron las ideas, existe la posibilidad de que el alma, encarcelada en el cuerpo y sometida a los caprichos de los apetitos de sus corceles, se remonte al mundo de las ideas, siempre que el auriga (la razón) conduzca con mano firme el conjunto del carro, es decir, viva virtuosamente. Ese regreso es posible porque permanece una leve sombra de recuerdo que se aviva con la contemplación en él de tenues reflejos de lo inteligible. Ello permite al alma recordar y, en consecuencia, conocer para remontarse de nuevo hacia la verdadera sabiduría. El alma no sólo preexiste a nuestro nacimiento, sino que es inmortal. Pertenece al mundo inteligible y a él debe volver, una vez purificada por medio del esfuerzo intelectual.
Teoría política
El Estado ideal de Platón se fundamenta en la justicia.
Todos los ciudadanos deben ser felices al ser gobernados por la persona más sabia y justa. Para esto es necesario conseguir la máxima sabiduría de que cada uno sea capaz. Todos los ciudadanos deben ser educados según sus condiciones. Además, el gobernante se sacrificará por la comunidad. No buscará su beneficio, sino el de sus conciudadanos y lo hará porque su sabiduría le indicará que ésta es su obligación. El mejor gobernante es el auténtico filósofo.
Platón compara el Estado con las tres partes del alma:
• A la parte concupiscible corresponde el grupo mayor de ciudadanos. Son aquellos que constituyen el sector económico del Estado. Su virtud es dominar los impulsos propios de las necesidades más elementales del cuerpo.
• A la parte irascible del alma corresponden los guardianes. Su misión es defender la ciudad de ataques externos. Su virtud es el valor.
• A la parte racional del alma (el auriga) corresponden los gobernantes, seleccionados de entre los guardianes y educados en el verdadero saber. Esa sabiduría es la que garantiza su virtud y el reino de la justicia.
El régimen perfecto es la aristocracia. Los gobernantes son los «aristócratas de inteligencia generosa», dedicados a gobernar el Estado de la mejor manera posible. Los otros regímenes políticos son formas más o menos decadentes:
• timocracia: el grupo dominante ambiciona honores y riqueza;
• oligarquía: gobierno de los ricos;
• democracia: gobierno de los pobres, el más bello de los sistemas;
• tiranía: el tirano suscitará guerras en las que ocupar al pueblo.
sistemas políticos de Grecia Antigua
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