Sócrates: Conócete a ti mismo
SÓCRATES (469 - 399 a. de C.)
A diferencia de los otros grandes filósofos griegos, Platón y Aristóteles, Sócrates no ha legado a la posteridad ninguna obra escrita. Hombre entregado con pasión a la filosofía, consideraba que el vicio es fruto de la ignorancia y la virtud del conocimiento. Se burlaba de los sabios que pretendían saberlo todo y estimaba como señal de verdadera sabiduría llegar a comprender que nada se sabía. El falso filósofo cree que lo sabe todo, el verdadero filósofo sabe que aún le falta mucho por saberlo todo, así de insignificante es su sabiduría. Fue acusado de despreciar a los dioses y de corromper a la juventud con extrañas doctrinas. Condenado a morir, bebió por sí mismo la cicuta. Platón narra los últimos días de Sócrates en la cárcel en sus célebres diálogos: "De la apología de Sócrates" y el "Critón".
Obras:
Conocemos a Sócrates, especialmente por Platón, su discípulo.
SOCRATES: CONOCETE A TI MISMO
Los sofistas habían llegado a la conclusión de que “el hombre es la medida de todas las cosas". Todo conocimiento es relativo al individuo que conoce, como es relativa la percepción a los órganos de los sentidos. Lo que para un «hombre» determinado puede ser amargo, para otro puede ser dulce. No se da un conocimiento independiente, absoluto, que deba ser necesariamente aceptado por todos los hombres. El sabio no sabe más que los demás acerca de la constitución de la realidad, sin embargo, posee el arte de la persuasión, y en esto consiste su sabiduría. El atomismo acepta en parte la tesis sofista de que el conocimiento es percepción y, por lo tanto, relativo. Hay una verdad absoluta, innegable, que la realidad está compuesta de átomos y de vado. Sócrates divide el conocimiento en dos grandes áreas: el del mundo exterior y el del mundo interior. El hombre es en sí mismo un mundo tan profundo y rico como el mundo de la naturaleza. Los filósofos anteriores, sin excepción, se habían dedicado al conocimiento del mundo físico, y por esto se habían preguntado continuamente sobre los últimos elementos constitutivos de la realidad, sobre la posibilidad del movimiento, sobre la formación del universo, etc. Los sofistas habían hecho una alusión pasajera al hombre, al ponerlo como criterio de todo conocimiento; sin embargo, su preocupación era la palabra, la retórica, el arte de persuadir y no el hombre mismo. Sócrates es el primero que se dedica a investigar el hombre, abriendo de esta manera un nuevo campo a la reflexión filosófica.
En cuanto al conocimiento del mundo clásico, como contrapuesto al mundo del hombre, Sócrates participa del espíritu sofista: nada podemos saber con absoluta certeza: «unos creen que el ser es uno solo; otros, que es una pluralidad infinita; algunos, que todo se halla en movimiento perpetuo; otros, que nunca se mueven nada; quienes, que todo nace y muere; aquel, que nunca nace ni muere». Opiniones tan diversas están mostrando que los problemas planteados por el mundo físico son insolubles. Esto, sin embargo, no sucede con el mundo interior que todos llevamos dentro de nosotros mismos. Para pensar sobre el hombre no es necesario mirar hacia afuera, hacia el exterior. El conocimiento no tiene que salir de sí mismo, con peligro de perderse entre la multitud y variedad de las cosas exteriores, le basta contemplarse así mismo.
Los filósofos anteriores habían reunido en torno a sí un grupo de discípulos fieles, encargados de celar por la doctrina de su maestro. Sócrates es, en este punto, como en muchos otros, totalmente revolucionario. El, no pretende enseñar, confiesa que no tiene doctrina propia, que no pretende formar escuela como todos su grandes predecesores. La verdad no es algo que se pueda comunicar a otro, como si este no la tuviera ya desde el principio. La verdad está dentro de nosotros mismos, y la única tarea del filósofo es la de ayudar a encontrarla. La filosofía no es una doctrina, es más bien un método, un arte, el arte por medio del cual se llega a descubrir la verdad que yace en el interior de cada uno de nosotros, por esto, la máxima por excelencia es «conócete a tí mismo». Sócrates compara su tarea como filósofo con las parteras, que ayudan a las mujeres embarazadas a dar luz. Conocer es dar a luz, es poner de manifiesto lo que estaba en forma oscura, inconsciente en el interior de nuestro «espíritu». Pero si la tarea del filósofo no es la de enseñar, sino la de ayudar a descubrir, ¿existe un método determinado que sirva de guía en el descubrimiento de la verdad? El método socrático tiene dos momentos íntimamente unidos. El primero corresponde al momento de la refutación, y, el segundo, al de la mayéutica. Por medio de la refutación se lleva al discípulo a descubrir la contradicción interna de sus opiniones, para de esta manera disponerlo a aceptar la verdad, liberándolo de toda clase de prejuicios o ideas preconcebidas acerca de la naturaleza del hombre, de la virtud y del vicio, de la justicia y de la injusticia, etc. La refutación debe llevar al "discípulo" a una especie de humildad intelectual, contrapuesta a su arrogancia inicial. "Sólo sé que nada sé”, debe ser el punto de llegada de la refutación. La mayéutica corresponde al momento, por decirlo así, constructivo. Por medio de preguntas lógicamente encadenadas con las respuestas del discípulo se lleva a este a descubrir gradualmente, sin imposición ninguna, la existencia de la justicia, la existencia de una inteligencia organizadora del cosmos, el origen del mal moral y su unión con la ignorancia, etc.
El estudio de las virtudes y de los vicios, del obrar correctamente y de sus condiciones, constituye en términos generales la ciencia de la moral o de la ética. Dentro de este contexto se entiende la afirmación de que Sócrates es el fundador de la ciencia moral; más aun, de acuerdo con lo que dijimos antes, en esto precisamente consiste su originalidad e importancia histórica. El objeto de la moral es «lo humano» en toda su amplitud, como contrapuesto al mundo de la naturaleza física. La ciencia no es posible sin predicaciones generales, la química no habla de un pedazo de hierro o de cobre determinado, sino del hierro y del cobre en general. No es posible una ciencia moral que sólo hablara de una determinada virtud, y no de la superioridad «moral» de la justicia sobre la injusticia, para todo acto y para toda persona. A primera vista pudiera parecer que el método socrático, por su carácter de convicción personal, imposibilitara el nacimiento de una ciencia moral. Si la verdad la descubrimos en nosotros mismos, ¿quién nos asegura que la verdad sea la misma para todos? ¿No sería necesario postular tantas «ciencias» morales como individuos dedicados al conocimiento de sí mismos? Los individuos son diferentes, por lo tanto, no parece posible una verdad común a todos. La respuesta de Sócrates constituye, junto con el descubrimiento del mundo de «lo humano», uno de sus principales aportes a la historia del pensamiento. La justicia, la honestidad, la fidelidad, la amistad son virtudes, de una manera semejante a como el cuadrado, el rectángulo, el triángulo y la circunferencia son figuras, a pesar de que son diferentes entre sí. El pensamiento puede descubrir lo que hay de común a muchos individuos, es decir, lo general, lo universal. Al reflexionar sobre nosotros mismos descubrimos lo común a la virtud, al vicio, etc., esto hace posible que podamos hablar de nuestra experiencia intima en términos universales, válidos para todos los hombres y para todos los tiempos. La aptitud de la mente para encontrar lo universal en la particular se llama inducción. La mente no sólo tiene el poder de concluir a partir de premisas dadas, lo que constituye el poder deductivo, sino también de generalizar a partir de lo particular, lo que constituye la inducción.
Sócrates aplica el método inductivo al mundo de las realidades internas, es decir al hombre. Aristóteles extiende el método inductivo al mundo de las realidades externas o mundo de la naturaleza física. La mente no sólo tiene el poder de descubrir "lo común" a la fidelidad, honradez, justicia, etc., sino también a las aves, reptiles, mamíferos, etc., a saber, el ser animales y no, plantas o minerales. Entre una paloma y un canario hay mucha diferencia; sin embargo, tienen algo en común, son aves. La inducción hace posible, para Sócrates, la ciencia moral o la ciencia del hombre; la inducción hace posible, para Aristóteles, el conocimiento científico de la naturaleza. Sin inducción no hay conceptos universales, y sin conceptos universales no es posible el conocimiento científico.
A la inducción se debe la formación de conceptos universales, y a partir de estos, la posibilidad de formular leyes físicas, en el sentido más amplio de la palabra. Una ley física dice que todo cuerpo dejado a sí mismo cae hacia el centro de la Tierra, pero, ¿con qué derecho se afirma que todo cuerpo, sin excepción, cumple con lo prescrito por la ley? Podemos hacer la experiencia una, dos, tres, cuatro veces, pero, ¿quién nos asegura que a la quinta, el cuerpo no suba en lugar de caer? ¿Con qué derecho de algunos casos observados se pasa a generalizar a todos los casos posibles? Y si no se puede generalizar, entonces no se puede predecir, y si no se puede predecir, entonces la ciencia se reduce a un catálogo de datos observados. Sócrates fue el primero en descubrir que el conocimiento científico no es posible si la mente no puede captar lo universal dentro de lo particular, es decir, si la mente no puede inducir de los casos particulares, ya sea un concepto universal, ya sea una ley general. Este es uno de sus grandes méritos tóricos. Sin embargo, a los grandes pensadores posteriores les ha correspondido volver una y otra vez sobre el «problema» de la inducción, uno de los problemas más debatidos y de mayor importancia en la historia del pensamiento occidental, y cuya solución aún está muy lejos de ser definitiva, si es que son posibles las soluciones definitivas.
Si la tarea del filósofo no es enseñar, sino ayudar a descubrir, entonces se entiende que Sócrates no se haya preocupado por dejar las líneas más generales de su pensamiento a las generaciones posteriores. Con los discursos escritos pasa algo semejante a lo que pasa con la pintura, "parecen personas vivas, pero si los interrogas callan majestuosamente". No existe, por tanto, un tratado de ética o moral socrática, sin embargo, las referencias que nos han llegado, a través, principalmente, de Platón y Aristóteles, permiten caracterizar la ética socrática en sus líneas más generales.
El principio básico de la ética está, para Sócrates, en la identificación de la ciencia con la virtud, entendiendo por ciencia el conocimiento de sí mismo. La argumentación de Sócrates para establecer dicho principio es, en líneas generales, como sigue: nadie busca lo malo, lo perjudicial, por sí mismo, sino por las apariencias de «bien», de «conveniencia» que pueda tener. Nadie es injusto porque le guste la injusticia como tal, sino porque por error cree encontrar un bien en el obrar injusto. Bastaría hacerle ver su «engaño» para que dejase el vicio y tornase al obrar virtuoso. La virtud es aquello que se presenta como conveniente, como deseable, como beneficioso para el mismo hombre. El vicio, por el contrario, es dañino y perjudicial. Al descubrir en sí mismo la superioridad de la virtud sobre el vicio, el hombre no puede menos de obrar conforme a la virtud. Del conocimiento se sigue la virtud, de la ignorancia el vicio. Históricamente, la ética socrática es calificada de intelectualista, precisamente por hacer seguir de una manera inmediata la virtud del conocimiento, descuidando muchos otros factores de orden psicológico, como son el egoísmo, la ira, la pasión, etc. No basta con descubrir la naturaleza beneficiosa de la virtud para obrar virtuosamente, entre el conocimiento y el obrar intervienen muchas otras tendencias. El egoísmo hace que en determinadas circunstancias se obre injustamente; por ejemplo, la ira puede enceguecer la razón, la pasión oculta con frecuencia los verdaderos móviles del obrar, etc.
¿En qué consiste la felicidad? ¿En la salud? ¿En la riqueza? ¿En la belleza? La opinión más común hacía consistir la felicidad en la mayor suma de placeres, en especial, de los corporales: en el buen comer y en el buen dormir, en los placeres del amor y de la amistad, etc. Sócrates, en cambio, hace consistir la felicidad en el obrar virtuoso, y por la relación directa que se da entre ciencia y virtud, en la sabiduría. La felicidad está en la meditación, en la contemplación propia del filósofo, que se libera de la ignorancia y del vicio.
TEXTOS
1. No podría consentir nunca que un hombre, que no tiene conocimiento de sí mismo, pudiera ser sabio. Pues hasta llegaría a afirmar que precisamente en esto consiste la sabiduría, en el conocerse a sí mismo (Platón, acerca de Sócrates).
2. Razonaba siempre sobre las cosas humanas, indagando qué es la piedad, y qué la impiedad, lo bello, lo feo, lo justo y lo injusto, en qué consiste la sabiduría y en qué la locura; qué es la fortaleza y la vileza; qué el Estado y qué el hombre de Estado. Y así de muchas cosas, de las que juzgaba que quien posee esos conocimientos es un hombre libre, y el que carece de ellos, se encuentra en estado de esclavitud (Jenofonte, acerca de Sócrates).
3. Dos son las cosas que se puede atribuir con todo derecho a Sócrates: los razonamientos inductivos y las definiciones de lo universal; y estas se refieren las dos, al principio de la ciencia (Aristóteles).
4. La mayor parte de los hombres tiene, respecto a la ciencia, una opinión de este género: que no tiene fuerza activa, eficiente y que no podría dirigir ni ser soberana; y no sólo piensan que ella se encuentra en semejantes condiciones, sino que también, a menudo, aun estando la ciencia presente en el alma de un hombre, no es la ciencia la que domina y reina, sino algo distinto, ya se la impulsividad, ora el placer, ora el dolor, o tal vez el amor, a menudo el temor, juzgando en todo y por todo a Ia ciencia como a un siervo que es arrastrado por los demás impulsos en todas las direcciones. Ahora, pues, ¿tú también opinas semejante cosa respecto a ella, o bien dices que la ciencia es una bella cosa, capaz de dominar al hombre, por lo cual, si uno conoce lo que es el bien y lo que es el mal, no podrá ser superado por nada ni de obrar de manera distinta a lo que la ciencia le ordene, sino que basta la sola sabiduría para socorrer al hombre? (Platón, acerca de Sócrates).
5. Casi creo que ninguno de entre los hombres sabios admite que algún hombre cometa jamás pecado voluntariamente, ni voluntariamente lleve a cabo acciones malas y malvadas, sino que saben bien que todos los que cometen acciones feas y malvadas, lo hacen a su pesar (Platón acerca de Sócrates).
6. Nunca he podido convencerme de que el alma, hasta que permanece en un cuerpo mortal, viva, y que cuando se ha separado de él, muera, antes bien, veo que los cuerpos mortales se conservan vivos mientras el alma permanece en ellos. Ni tampoco de que el alma pueda quedar privada de intelecto cuando se ha separado del cuerpo, que no posee intelecto, tampoco he logrado convencerme de ello; sino más bien que, cuando esta inteligencia sincera y pura, se ha separado del cuerpo, entonces la razón quiere que sea más intelectual que nunca (Jenofonte, acerca de Sócrates).
7. ¿No te parece una obra de providencia que los ojos siendo tan delicados, estén provistos de párpados, como puertas que se abren cuando necesitan mirar y se cierran en el sueño? Y a fin de que ni los vientos puedan dañarlos, tienen pestañas dispuestas como empalizadas y las cejas como techos por encima de los ojos para desviar de ellos el sudor de la frente... Todas estas cosas, hechas así providencialmente, puedes dudar de que sean obra del azar o de una inteligencia? (Jenofonte, acerca de Sócrates).
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