Existencialismo
La experiencia subjetiva y los valores personales
Las raíces del existencialismo se remontan a la primera mitad del siglo XIX, y se encuentran en la obra del filósofo danés Soren Kierkegaard (1813-1855), contrario al sistema filosófico del alemán Georg Hegel (1770-1831), que analizaba el ser (o la existencia) de un modo abstracto e impersonal. Lo que interesaba a Kierkegaard de la existencia humana era la experiencia subjetiva del individuo.
También el fenomenólogo alemán Edmund Husserl (1859-1938) influyó en el desarrollo de métodos que más adelante serían empleados por los existencialistas. A los fenomenólogos les interesan las cosas tal como las percibe la conciencia, y no las «cosas en sí mismas» de las que hablaba el alemán Immanuel Kant (1724-1804). Este interés por la conciencia subjetiva del individuo continuó en el siglo XX, con la aparición del existencialismo.
Un discípulo de Husserl, Martin Heidegger (1889-1976), estaba interesado en la «cuestión del ser». Consideraba que la filosofía occidental había estado obsesionada por el problema del conocimiento. Para Heidegger, el individuo era un ser-del-mundo, caracterizado por la acción y la ansiedad; conocer el mundo no constituye nuestra principal manera de estar en él. Su pregunta más fundamental era: ¿Por qué tiene que existir algo, cuando podría no existir nada? Aunque Heidegger aseguraba que él no era «existencialista», su influencia sobre Sartre y el movimiento existencialista es innegable.
El existencialista más conocido es, sin duda, el filósofo francés Jean-Paul Sartre (1905-80). Sartre pensaba que no existe una esencia o condición humana prefijada, y que el individuo tiene que elegir su manera de ser. Esta elección acarrea responsabilidades. Los que no eligen, y basan sus vidas en sistemas morales y filosóficos preestablecidos, están actuando de mala fe.
El existencialismo del siglo XX refleja la falta de certidumbres en el mundo posmoderno. Si no existen respuestas filosóficas claras a la cuestión de la existencia, el individuo tiene qué diseñar el proyecto de su vida.
LITERATURA Y TEATRO
A mediados del siglo XX florecieron en Francia la literatura y el teatro existencialistas. Las novelas autobiográficas de Sartre, La náusea (1938) y El muro (1938), y sus escritos sobre existencialismo estético influyeron en otros muchos escritores, entre los que destaca Albert Camus (1913-1960). Camus -periodista, novelista, filósofo y actor ocasional- sostenía que la vida es esencialmente absurda; el mundo moderno está lleno de injusticias; millones de personas son explotadas en trabajos rutinarios. Camus opinaba que el ser humano debe rebelarse contra estos absurdos, negándose a participar en ellos. En sus dos célebres novelas ambientadas en la Argelia francesa -El extranjero (1942) y La peste (1947)-, un héroe alienado recorre un mundo hostil.
El vagabundo solitario
Soren Kierkegaard vivió una vida brillante pero turbulenta. Su padre se dio cuenta de su precocidad intelectual y lo educó antes de enviarlo a la universidad de Copenhague, donde estudió durante diez años. Muy pronto, Kierkegaard empezó a sentir que siempre sería un desplazado. En 1837 se enamoró de una chica de 14 años, Regine Olson, con la que se comprometió. Pero, tras un intenso conflicto interior, rompió el compromiso, convencido de que su destino era ser una «excepción», un vagabundo solitario.
Kierkegaard pensaba que los filósofos que aseguraban que la filosofía podía darnos a conocer la naturaleza esencial del espíritu estaban engañados. Hegel aseguraba haber superado las paradojas, pero a Kierkegaard no le convencía. Para él, la existencia era paradójica. El individuo debe encontrar su camino espiritual, no mediante los cómodos rituales dogmáticos de la Iglesia oficial, ni mediante la falsa claridad de la dialéctica de Hegel, sino por medio de la acción con conciencia religiosa.
EXISTENCIA Y ESENCIA
Jean-Paul Sartre fue uno de los dirigentes de un movimiento intelectual izquierdista surgido en Francia después de la segunda guerra mundial. Fue cofundador del periódico Les Temps Modernes, junto con Maurice Merleau-Ponty (1908-1961) y Simone de Beauvoir (1908-1986). A diferencia de Kierkegaard, Sartre era ateo y argumentaba que, puesto que Dios no existe, tampoco existe ninguna «esencia» o condición humana predefinida. La diferencia entre la existencia humana y la de los objetos está en que el ser humano es consciente de sí mismo. Esta conciencia de sí mismo ofrece al sujeto humano la posibilidad de definirse a sí mismo. El individuo se crea a sí mismo tomando decisiones autónomas.
Pero Sartre consideraba que la existencia humana es consciente de sí misma sin estar predefinida. Como seres autónomos, los humanos están «condenados a ser libres», obligados a tomar decisiones con vistas al futuro. Estas decisiones provocan ansiedad e incertidumbre. Si, con el fin de escapar a esta angustia, los individuos se limitan a amoldarse a las costumbres y a las expectativas sociales, se habrá eludido la responsabilidad de tomar las propias decisiones o crear la propia esencia; y se habrá actuado de mala fe.
Para actuar con autenticidad, según Sartre, cada individuo debe hacerse responsable de su futuro. No podemos elegir nuestro sexo, clase social o país de nacimiento, pero podemos decidir qué hacer con ellos. Somos libres para crear nuestra propia interpretación de nosotros mismos en relación con el mundo, para crear un proyecto de posibilidades, de acciones auténticas como expresión de libertad.
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