Iósif Stalin
Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, conocido popularmente como Iósif Stalin (Gori, 6 de diciembrejul./18 de diciembre de 1878greg. - Moscú, 5 de marzo de 1953). Máximo líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y del Partido Comunista de la Unión Soviética desde mediados de los años 1920 hasta su muerte en 1953.
Stalin.
Orígenes familiares
Quien cincuenta años más tarde llegaría a ser uno de los hombres más poderosos del mundo, nació un 18 de diciembre de 1878 en las condiciones más desfavorables que cabe imaginar: en una región atrasada y periférica del inmenso imperio zarista, y en el paupérrimo hogar de un ex-servio aspirante a empresario burgués, pero que habiendo dejado de ser lo primero, no había tenido aliento para instalarse como lo segundo, terminando como zapatero asalariado, entregado al trago, e incapaz de resolver las necesidades de su mujer y de su único hijo. Más mérito tiene la madre, Yekaterina, quien tras perder de recién nacidos a sus primeros hijos, pudo sacar adelante a este cuarto y último, encauzándolo hacia lo mejor que podía concebir para él: sería sacerdote ortodoxo como receta para elevarlo sobre la terrible miseria que había agobiado a todos sus antepasados, incultos y oprimidos siervos incorporados al imperio de los zares.
Ser georgiano
Los georgianos no eran ni rusos ni europeos, sino montañeses caucasianos, de sangre asiática, y de tierra conquistada desde 1783, cien años atrás, para mayor gloria de los zares de Moscú. Quienes tenían la sartén por el mango en el país eran los rusos, o armenios, o judíos, y los georgianos se resignaban a ser siervos u obreros, hasta que descubrieron que también podían ser revolucionarios. Solamente en materia religiosa pisaban terreno digno, pues al menos profesaban, desde varios siglos atrás, la religión oficial del imperio que luego los conquistaría: eran cristianos, pero no como otros subyugados, los polacos, quienes eran católicos, sino cristianos ortodoxos, y eso sí, al menos en algo, estaban hermanados e igualados con sus opresores.
Su infancia
De sus primeros años de vida realmente se sabe muy poco, porque, ¿qué mirada especialmente atenta podía recaer sobre ese niño, a quien ninguna estrella parecía alumbrar? La vivienda de su infancia, situada en las afueras de Gori, era algo más que una choza: apenas cuatro paredes y un techo sobre una habitación y su anexo, un cuarto de cocinar, todo sin sobrepasar los veinticinco metros cuadrados. Tenía siete años cuando su rostro quedó marcado por la viruela. Sin embargo, el niño era saludable, duro e inteligente, y su madre, trabajando como lavandera, hacía cualquier sacrificio por dotarlo de la mejor educación al alcance de sus pobres recursos de mujer prácticamente abandonada.
El seminario
Stalin adolescente, 1894.
Fue en Gori donde el padre fracasó en el intento de montar un modesto taller de confección de calzado. Parece que a causa de esto se trasladó, junto con Yekaterina e Iósif, a la capital de Georgia, Tiflis, donde se proletarizó en una fábrica de zapatos. Al cumplir los quince años, la madre logró que becaran a Iosif en el Seminario Ortodoxo, especie de lóbrego monasterio-cuartel cuya misión era transformar a los adolescentes en futuros sacerdotes, pero que en realidad se había convertido, desde un par de décadas atrás, en incontrolable avispero intelectual, donde se maceraba, entre lecturas de cuanto libro subversivo circulaba a fines del siglo pasado, el licor de la embriaguez revolucionaria.
Allí, ese Iosif Virionovich Dzhugasvili, sobresalió como reconcentrado lector de libros prohibidos, lo cual le valió sucesivos castigos, hasta que hizo méritos suficientes, por ser porfiado rebelde, para ganar la expulsión un 29 de mayo de 1899. De sus evidentes dotes intelectuales, dice mucho que, seminarista ya, a los dieciséis años, uno de los principales periódicos de Tiflis publicase un poema suyo.
Su primera actividad revolucionaria
Desde agosto de 1898 Iosif pertenecía a una organización denominada El tercer grupo, una especie de club marxista clandestino, de orientación liberal progresista, y que durante algún tiempo se mantuvo indeciso entre respaldar el patriotismo georgiano o afiliarse a la socialdemocracia, alternativa ésta que poco después se impuso. Así, nuestro Dzhugasvili terminó militando en el Partido Socialdemócrata Obrero Ruso, lo cual significaba que, ya arrastrado por el agitado torrente de la historia, tendría que optar entre ser miembro del menchevismo (sector revolucionario de derecha) o del bolchevismo (el sector revolucionario de izquierda). Y bien lo sabemos: el ex-seminarista escogió el ala izquierda de la social democracia rusa.
Un joven Stalin durante su etapa revolucionaria dentro del Partido Bolchevique en donde militó activa y eficazmente. (1902)
Desde 1903 perteneció al mismo partido que Lenin, aunque desde luego, todavía nunca se habían encontrado cara a cara. A raíz de la celebración del Primero de Mayo de 1901, en Tiflis, Stalin ya aparece como uno de los organizadores, pues para tal fecha, la temprana marejada revolucionaria quiso desbordar en las calles el dique de la represión zarista.
Hasta antes del Primero de Mayo de 1901, un oscuro puesto en el Observatorio Astronómico de Tiflis había permitido que Iosif se equilibrara sobre esa cuerda resbaladiza que es la doble vida de funcionario público unas cuantas horas, y de agitador bastantes más. Pero después que los principales dirigentes socialdemócratas de Tiflis habían sido detenidos, y que el Observatorio había sido registrado en busca suya, el futuro hombre de acero de Rusia se sumergió en la clandestinidad, pero todavía no tras el seudónimo tan diciente de Stalin (acero), sino tras el de Koba (en lengua turca, Indomable). Y durante los próximos quince años, Iosif Dzhugasvili-Koba-Stalin, cumplió la notabilísima hazaña de pasar de ser un revolucionario bolchevique de Georgia a ocupar la posición de funcionario segundón, pero, ¡ojo!, a escala nacional, del partido bolchevique que dirigía Lenin.
Cuando Koba escapó a la redada de la policía secreta en mayo de 1901, se trasladó de Tiflis a Batum, el centro petrolero del Cáucaso, donde no era conocido, y allí construyó la organización subversiva entre los obreros petroleros y estableció una imprenta secreta, todo lo cual le permitió organizar, ya en 1902, una importante huelga contra una fábrica de los potentados judíos Rothschild.
Pero su actividad clandestina no duró demasiado, porque el 5 de abril de 1902 fue detenido por primera vez por la temible Ojrana (policía zarista dedicada a la represión política). A partir de ese momento se suceden arrestos, muy bien aprovechadas estadas en las prisiones zaristas, destierros a la inevitable Siberia, y habilidosas evasiones, luego de las cuales proseguía su militancia revolucionaria, en la que lo más destacable era su inamovible posición en defensa de las tácticas y estrategias concebidas por Lenin.
La fallida y abortada revolución de 1905 lo encontró ocupado en su quehacer revolucionario en el Cáucaso, pero a un nivel de tanta importancia provincial, que a partir de entonces realizó viajes al extranjero en calidad de delegado georgiano, cada vez que se celebraban congresos del partido; y cuando llegó el crucial año de 1917, Koba, quien ahora era conocido como Stalin, ya era un «viejo» militante bolchevique, y el director del órgano del partido, Pravda, alguien bastante distanciado del brillo que emanaba de figuras como Lenin y Trotsky pero que en ese partido donde militaban unos veinticinco mil revolucionarios (la población de Rusia era de ciento treinta millones), tenía perfectamente ganado, por derecho propio, un lugar dentro de la jerarquía del partido que sus amigos situarían en el puesto cuarto o quinto, y sus adversarios internos entre el décimo y el vigésimo puesto.
El año 1917
A grandes rasgos, es indispensable precisar que en 1917 ocurrieron dos trascendentales instancias revolucionarias: la primera, la de febrero, consecuencia directa el mal manejo de la I Guerra Mundial por parte del gobierno del zar Nicolás II, fue una revolución espontánea y acéfala, que trajo como resultado la desaparición del zarismo y la captura del poder por un grupo heterogéneo de políticos socialistas de derecha encabezados por Kerenski. Y cuando ocurren los sucesos de febrero, Lenin se encontraba refugiado en Suiza, Trotsky fugitivo en los Estados Unidos, y Stalin desterrado en Siberia, y el partido bolchevique, en la capital del imperio, era dirigido por un trío de ineptos, cuyo miembro más destacado era Molotov, al cual le sucedió el dúo Stalin-Kamenev.
Pero mientras tanto, y desde antes del desplome del zarismo, espontáneamente, en toda Rusia, las masas se habían organizado en soviets (comités populares, bien de fábricas, bien de regimientos o cuarteles), los cuales, poco a poco, se fueron constituyendo en un segundo poder, rival del que emanaba del gobierno reformista de Kerenski.
La segunda instancia revolucionaria (digamos que la verdadera), fue la de octubre de ese mismo año, y estuvo dirigida por Lenin, comandada en la práctica por Trotsky, y consistió en la toma del poder por parte de una combinación de cuadros bolcheviques al frente de masas pertenecientes a los distintos soviets.
Posición que ocupó Stalin en el primer gobierno soviético
Conquistado el poder por los bolcheviques en nombre de los soviets, el 26 de octubre se anunció la composición del nuevo gobierno revolucionario: encabezado por Lenin como primer ministro, Stalin recibió el cargo de «Comisario de las Nacionalidades» (posición que equivalía a ser Ministro de los Pueblos no Rusos), lo cual era, precisamente, dentro del partido, y desde hacía años, el tema de su especialidad, y sobre lo cual había escrito numerosos artículos.
Vale decir que se trataba de un nuevo ministerio, no existente durante el zarismo, y que daba cabal importancia de un problema que los bolcheviques habían denunciado: la presencia, dentro del imperio ruso, de un gran número de minorías nacionales, que tenían todo el derecho de conquistar su identidad lingüística, racial, religiosa, cultural, e incluso política.
Stalin y Lenin.
Partiendo de la base de que en el gobierno de Lenin de 1917 no podía haber ningún «ministerio fácil», es obvio que el que recibió Stalin presentaba especiales complicaciones y muy hondos atolladeros. Desde 1913, los programas bolcheviques habían prometido a todos los pueblos oprimidos por el zar (polacos, finlandeses, ucranianos, georgianos, etc.) la autodeterminación política, lo cual podía consistir, inclusive, en que cualquiera de estas naciones históricas o embrionarias reclamase y obtuviese su más absoluta independencia. Sin embargo, de ser éste el curso de los acontecimientos, el imperio conquistado por los bolcheviques hubiese resultado mortalmente debilitado, con el grave riesgo de quedar reducido a poco más que el antiguo Principado de Moscú.
Un poco por demagogia revolucionaria, otro poco por demostrar que su programa no era letra muerta, y apenas a las tres semanas de haber tomado el poder, Stalin se trasladó a Helsinki y en nombre del gobierno del Consejo de Comisarios del Pueblo concedió la independencia formal a Finlandia. Pero este gesto le salió mal a los bolcheviques, pues sólo sirvió para poner al nuevo país en manos de su reaccionaria burguesía. Esta lección indujo a Stalin a darle un volteretazo a su doctrina, y en enero de 1918 astutamente anunció que la «autodeterminación sería, de ahora en adelante, de los pueblos, pero no de las burguesías», y de ahí en adelante Rusia no volvió a desprenderse de ningún territorio ... más bien, todo lo contrario, aunque esto se haya producido indirectamente.
¿Cómo era, en sí, Stalin?
Físicamente era un hombre bajo y cuadrado, y su rostro llevaba en todos los rasgos el sello de la sangre caucasiana. En cuanto a su personalidad, era reservado y taciturno, frío y calculador, paciente y obstinado, de costumbres austeras, modesto y sencillo, y antes de acaparar todo el poder impresionaba por su capacidad para cuchar a sus interlocutores mientras mascaba su infaltable pipa. Seguro de sí mismo -pero no petulante-, sabía ganar aliados y descolocar adversarios; también evitaba asumir posiciones extremistas o aventureras, y libraba sólo aquellas batallas susceptibles de ser ganadas; además, sobre todo, intuía admirablemente las aspiraciones y tendencias de la masa, para luego constituirse en el intérprete y vocero de ellas. Pero en ningún caso era un hombre brillante o un líder nato -al estilo en que sí lo fueron Lenin y Trotsky-, sino un hombre que se movía, más cómoda y mucho más hábilmente, entre las sinuosidades de la burocracia partidaria.
Se adueñó del poder
Stalin.
Notablemente más astuto que Trotsky, su principal adversario, entre 1917 y 1922 no arriesgó nada sino que siguió, como desde el inicio de su carrera política, apoyando las posiciones de Lenin y consolidando su poder personal en la burocracia del partido, lo cual se le facilitó, en muy buena medida, por el declinar de la salud de Lenin y porque Trotsky permanecía muy poco tiempo en Moscú -la nueva capital, en substitución de Petrogrado-, inmerso como estaba en conducir la guerra contra los rusos blancos, coalicionados con los ejércitos burgueses invasores. Este lento pero seguro ascenso de Stalin, culminó el 3 de abril de 1922, fecha en que fue nombrado secretario general del Comité Central del Partido Bolchevique, función que en sus manos se volvió clave.
Pero el verdadero factor social que permitió a Stalin adueñarse de los resortes del poder fue, más que nada, el cansancio del pueblo ruso y el desgaste de los cuadros bolcheviques y, al mismo tiempo, el tremendo cambio sufrido en la estructura interna del partido fundado por Lenin.
La transformación sufrida por el partido
De ser partido de cuadros selectos (alrededor de veinticinco mil miembros a comienzos de 1917) y de conspiradores revolucionario, el bolchevismo se había convertido en partido de masas (alrededor de setecientos mil en 1921) y también de gobierno, lo cual hizo que cuanto arribista existiese en Rusia aspirase a poseer un carné de afiliación, especie de «pase mágico» hacia puestos mejor remunerados, porque fieles al dogma marxista los dirigentes sostenían estar gobernando una sociedad socialista y no una comunista. Y el significado práctico y económico de esta «leve» diferencia consistía en que era propio del socialismo el establecimiento de escalas salariales diferenciadas (más al ingeniero, al técnico, al burócrata, y menos al obrero, al peón, campesino, exactamente igual que en cualquier sociedad burguesa).
Y en un país acosado por el hambre, la escasez, la guerra civil y el bloqueo económico internacional, esta «mejor» remuneración a quienes desempeñaban puestos calificados, equivalía en la práctica a escapar de las peores penurias.
Tan grave y perniciosa fue esta invasión de logreros y advenedizos, que el X Congreso del partido, celebrado en marzo de 1921, ordenó una drástica pero insuficiente purga de elementos oportunistas, y expulsó de sus filas a la mitad, trescientos cincuenta mil de los recién incorporados. Lenin era consciente del reflujo revolucionario, y también de la lucha por el poder que se desarrollaba entre Trotsky y Stalin, y no dejaba de preocuparle que esto trajera nefastas consecuencias.
Sin embargo, el gran líder estaba físicamente exhausto, y sufría arterioesclerosis, lo cual le causó sucesivos ataques de apoplejía, hasta ocasionarle la muerte el 21 de enero de 1924. Pero poco antes de morir, dictó un testamento político, y en él hay esta advertencia, dirigida al partido, acerca de Stalin: «El camarada Stalin, habiéndose convertido en Secretario General, ha concentrado un enorme poder en sus manos, y no estoy seguro de que siempre sepa cómo usar ese poder con suficiente discreción».
Balance de la obra de Stalin como gobernante
Habiendo fallecido Lenin, Stalin se alió con Zinoviev y Kamenev contra Trotsky, y una vez que acabó con los seguidores del creador del Ejército Rojo, y que hubo desterrado a éste, se ocupó de liquidar entonces a sus dos antiguos aliados, de manera que para 1928 retenía suficiente poder, y se había desembarazado de tal número de eventuales competidores, que al iniciarse la década de los años treinta ya era el todopoderoso amo de la URSS.
En sus aspectos positivos, el régimen de Stalin alfabetizó industrializó a su país, pero sobre todo, haciendo un nudo con las teorías marxistas, al iniciarse la invasión alemana a finales de junio de 1941, resucitó el «patriotismo» ruso, y aliándose con las potencias burguesas anti-fascistas (Inglaterra y Estados Unidos), consiguió salir victorioso de la II Guerra Mundial, y convertir a su país en una gran potencia mundial.
Sin embargo, luego de su muerte, ocurrida el 5 de marzo de 1953, su sucesor, Nikita S. Kruschev, denunció, ante el asombro del mundo, los crímenes de Stalin. Oficialmente el entierro se realizó en Moscú por todo lo alto. Millares de ciudadanos acudieron a llorar frente a la capilla ardiente de su líder. Poco después sería enterrado en el Mausoleo de la Plaza Roja de Moscú, precisamente donde descansaba la momia de Vladimir Lenin.
Las denuncias de Kruschev
A los tres años de muerto Stalin, durante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, celebrado en febrero de 1956, Nikita S. Kruschev dio a conocer oficialmente -o sea como verdad partidaria y estatal-, el otro reverso, trágico y sanguinario, del período stalinista, pues el dictador, a la par que auspiciaba un monstruoso y aberrante culto a su personalidad, obsesionado por el temor de que algún camarada de Lenin o que algún militar con aspiraciones napoleónicas lo desplazase del poder, primero había liquidado a la inmensa mayoría de integrantes del Politburó de 1917 y luego, en vísperas de la II Guerra Mundial, a la flor y nata del Ejército Soviético, alrededor de veinte mil oficiales. Aunque nada de esto era un secreto para nadie, Kruschev admitió que las acusaciones de que se valió el tirano para desterrar, encarcelar o fusilar a casi una décima parte de la población rusa, estaban constituidas bien por pruebas burdamente fraguadas en las oficinas de la policía secreta, o bien por hipotéticas conspiraciones urdidas en la mente paranoica del amo del imperio más extenso del planeta.
Sin embargo, Nikita S. Kruschev, su antiguo colaborador y su segundo sucesor, escamoteó otras consecuencias igualmente graves de los veinticinco años de gobierno stalinista: la supresión de la carne y espíritu de la Revolución de Octubre, o sea los soviets; la nula participación política de las masas; la substitución del partido bolchevique por la burocracia estatal; es decir, para resumir, la liquidación de cualquier vestigio de democracia socialista.
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