Adolf Hitler
Adolf Hitler, el hombre que desató la pesadilla nazi sobre Europa
Político de origen austriaco, canciller de la Alemania nazi desde 1933 hasta 1945. Adolf Hitler nació el 20 de abril de 1889, en Braunau, Imperio Austrohúngaro. Recibió una formación sumamente rígida. En 1900 entró a la escuela, y tres años después murió su padre. En 1908, Hitler se trasladó a Viena, en donde, después de haber fracasado reiteradamente en sus intentos académicos, se refugió en la bohemia.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Hitler rehuyó el reclutamiento y se trasladó a Múnich en 1913. Sólo fue a último momento cuando se decidió a engancharse, por lo cual fue trasladado al campo de batalla como agente de enlace. Ganó la Cruz de Hierro de primera clase. En 1918 fue herido en los ojos, durante un ataque de gas venenoso y recibió la noticia de la capitulación alemana en un hospital militar.
Luego volvió a Múnich, donde actuó como agitador del ejército; y aprovechó la oportunidad para enrolarse en uno de los círculos ultraderechistas, el Partido Obrero Alemán, que haría crecer vertiginosamente, y que él refunda como Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes (Partido Nazi), del que se convierte en presidente. Mas como, en un momento de extraordinaria inestabilidad política, en 1923 Hitler participa con Ludendorff en el fracasado putsch (golpe de Estado) de Múnich, fue condenado a 5 años de reclusión, de la cual fue amnistiado 9 meses después, tiempo que le permitió escribir su única obra, Mein Kampf (“Mi lucha”), en la que resume sus ideas políticas y su programa de actuación posterior. Luego va a volver a sus andadas dentro de su partido, que estaba demasiado dividido; y aunque el triunfo parecía imposible, Hitler logró construir un bloque de derechas que, desde 1929, fue minando los gabinetes parlamentarios que se sucedían uno tras otro. En aquel tiempo, inició su primer romance serio con su sobrina Geli Raubal, quien lo engañaba y terminó suicidándose. Posteriormente se relacionaría con Eva Braun.
En 1933 logró apropiarse del poder, después de lo cual disolvió el Parlamento y acabó con todas las garantías, originándose un régimen de terror que se enseñoreó de Alemania. En 1939 avanzó hacia el este, conquistando a Checoslovaquia y Polonia. En 1941 se apoderó de Francia, más como la ardua resistencia británica, el desplome germano en el frente ruso y la entrada de los Estados Unidos a la guerra decidieron la suerte de Alemania, el 30 de abril de 1945, después de haber nombrado como efímero sucesor suyo al almirante Doenitz, en los subterráneos de la Cancillería de Berlín, junto con su esposa Eva, se suicidó.
Su adolescencia
Tal vez en la literatura universal se encuentren pocos cuadros tan conmovedores como el que nos ofrece Hitler, al hablar de su primera juventud, en su obra Mi Lucha, donde incluso trató de mostrarse como un trabajador redimido. Contrariamente a su testimonio personal, parece ya establecido que Hitler nunca trabajó de albañil en Viena y que tampoco fue marginado por sus ideas políticas o su violento inconformismo. Disipado, con muy vagas pero encendidas ambiciones y absolutamente fracasado como pintor, pues no tuvo más remedio que sumergirse en los bajos fondos, pudo sobrevivir gracias a que un humanitario hombrecito aceptó dedicarse al ímprobo trabajo de vender sus acuarelas a cambio de una comisión: pero este insignificante corredor de cuadros no sería el último judío en darle la mano al futuro jefe de los nazis.
Autorretrato, 1926.
Su papel en la Primera Guerra Mundial
Como Alemania estaba al borde del hundimiento militar, necesitaba de miles y millones de seres humanos para mandarlos al holocausto de la guerra. Por su lado, Hitler, que igualmente vivía una penosa situación personal, necesitaba una carrera, un puesto, cualquier cosa, y así se delineó un magnífico negocio para ambas partes, nada menos que encender la gran llamarada del patriotismo germánico. Como Hitler rehuyera el reclutamiento en Austria, se le ha acusado de cobardía. Empero, ya enrolado, dio muestras de arrojo y denuedo cuando entendió que se le había alejado del frente. No obstante, sea lo que fuere, no ganó su ascenso a suboficial -pese a la admiración de sus superiores- por falta de talento y capacidad para tomar decisiones.
El inicio en la política
Después de la guerra, cuando en Alemania se vivía el desbarajuste social y político, vemos a un Hitler herido con gases y recluido en un hospital mirando los asuntos patrióticos, hechos un asco.
Pero en Hitler no predominaba el carrerismo, la ambición personal; su móvil principal eran sus convicciones mesiánicas, que defendía con verdadera furia. ¿Dónde las había adquirido? Sin duda, en la basura folletinesca de Viena, donde pululaba la más abyecta literatura antisemita, chovinista y nihilista. Había leído a Sorel, Nietzsche, Schopenhauer y H. S. Chamberlain, y aunque mal dotado para manejar conceptos, Hitler se descubrió como orador histriónico y convincente; además, su memoria -definitivamente privilegiada- le permitía citar textual y apabullantemente, ya fuera el pastiche o el escogidísimo filósofo, pero siempre con el mismo contenido efectista y, por ello mismo, generalmente con muy buenos resultados en cuanto a ganar nuevos adeptos.
Los medios conservadores y anticomunistas del ejército, que, entre 1918 y 1920, estaban muy organizados, no podían dejar de utilizar a semejante agitador.
Nacimiento del Partido Nacionalsocialista Alemán (NSDAP)
De regreso a Baviera, el flamante cabo -había obtenido la suboficialidad gracias a su atrevido verbo- se topó con un ambiente de corrupción. La agitación política por el funesto Tratado de Versalles lo llenaba todo. En particular, los sectores de la derecha radical parecían atacados por el sarampión del activismo.
Como fuera enviado por sus superiores a indagar qué pretendía uno de los tantos círculos ultraconservadores, Hitler asistió a una reunión del Partido Obrero Alemán, dirigido por el tipógrafo Drexler y animado por la ideología de un tal George Feder, y se apoderó de programa y nombre, pero rápidamente logró hacer a un lado a los insignificantes caciques que trataban de imprimirle una dirección colectiva al nazismo.
Hay que decir que, como partido de masas, el NSDAP nació bajo la égida de Hitler, magnífico organizador y astuto propagandista de logros cuasi diabólicos.
Una venganza llamada Versalles
Si en Alemania millares de jóvenes y militares participaron en el auge inusitado del nacionalismo chovinista, la culpabilidad reside, en no poca medida, en las potencias aliadas y especialmente en Francia, que se lanzaron a saquear a Alemania con verdadera sevicia, amparados por el Tratado de Versalles, impuesto a la derrotada Alemania de 1918.
Primero, exigían millonarias reparaciones, aunque la cifra estipulada variaba de acuerdo al cambio de los negociadores. Baste decir que, en su máximo límite de condescendencia, los Aliados exigían de Alemania un desembolso anual que no terminaría sino en 1988. Después, venía la descarada injerencia en los asuntos internos teutones. Además, se buscaba que el exangüe y derrotado país entregara también una determinada cantidad de sus materias primas, como el carbón. Y, como si esto fuera poco, se efectuaron anexiones territoriales: en 1923, Francia se apoderó de una de las principales zonas industriales alemanas, el Ruhr.
Fracaso intento de golpe de Estado
En 1923, Hitler pretendió llevar al triunfo un golpe contra el gobierno federal de Baviera, al cual seguiría una marcha sobre Berlín, pero solamente cosechó héroes, porque el golpe fue desbaratado en forma rápida.
Ya en ese año, las fuerzas conservadoras habían tomado posiciones claves en el Estado. ¿Por qué, pues, se opusieron a Hitler, siendo tan afines a él? La verdad es que, hasta último momento, incluso los sectores más cercanos al nazismo se resistían a una dictadura del Führer; pretendían utilizarlo e hicieron suya esta táctica funesta hasta el final. Por ello, sin tolerar sus ambiciones dictatoriales, nunca lo trataron como a un insurgente; por el contrario, las autoridades se deshacían en amabilidades hacia él y lo soltaron tan pronto como fue posible.
Influencia de Mussolini sobre Hitler
Naturalmente, la insensata marcha sobre Berlín era un calco burdo -el fuerte de Hitler nunca fue la finura- de la que permitió a Mussolini apoderarse de Roma.
A Mussolini le cabe el dudoso honor de haber fundado el fascismo; en todo caso, era un hombre mucho más inteligente, en el sentido corriente que se le da a la palabra, e infinitamente menos vulgar que el propio Hitler, quien plagió al Duce italiano durante mucho tiempo; de hecho, hasta la víspera de llegar al poder.
No obstante, nada de esto debe ser objeto de exageraciones. El nazismo era aún más agresivo que el tradicional fascismo, una especie superlativa del exceso mismo. Mas no se olvide que varios agentes de Mussolini fueron liquidados a sangre y fuego por los quintacolumnistas nazis, en Austria, y que, con el tiempo, se formarían grupos de oposición antihitleriana, muy cercanos al fascismo corporativo italiano.
El principal motivo de las divergencias en el NSDAP
Las disensiones internas ocupan un lugar importante en la historia del nacionalsocialismo. Aparte de los conflictos personales, las oscuras intrigas en búsqueda de dinero y jerarquía, y las trifulcas entre homosexuales, había dos grandes motivos que dividían al partido. Uno era la cuestión social. No se crea, ingenuamente, que el NSDAP era ajeno a ella. Su violenta e incisiva demagogia se dirigía sobre todo a los desempleados. Se hablaba de destruir el capitalismo, de barrer a la burguesía decadente y corrupta. A medida que se acercaba al poder, Hitler fue archivando sus consignas radicales, y se inclinó definitivamente a entender el problema social como «caridad»; es decir, reformismo para vagos, chulos, mendigos y rameras. Buena parte del partido, «el nazismo de izquierda», se opuso a esto, propugnando una especie de abolición feudal de la propiedad privada.
El otro era qué táctica seguir, pacífica o revolucionaria, para alcanzar el poder. Después de su fracasada intentona, Hitler se decidió a buscar triunfos electorales. Los «izquierdistas» se oponían a ello, pero en la llamada «noche de los cuchillos largos», estos rivales nazis de Hitler fueron liquidados.
La relación entre Hitler y Hindenburg
No hay que fiarse de las apariencias. La presidencia de Paul von Hindenburg fue una gran ayuda para los nazis. El viejo, monárquico a más no poder, veía a Hitler con gran aprehensión y, senil y obtuso, prestaba oídos a toda su demagogia social. Pero, dejando los roces personales aparte, las afinidades eran demasiado grandes. Aunque, muy a disgusto, fue el anciano mariscal quien elevó a Hitler a su posición de amo de Alemania. En su testamento pone al Führer por los cielos, llamándolo «salvador de Alemania».
Hitler era antisemita
Una de las bases de la ideología nacionalsocialista era el reconcentrado odio contra los judíos; aversión que estaba lejos de ser fortuita o simplemente demencial, como se afirma con frecuencia.
Alemania tenía una larga tradición de pensamiento racista que, a su vez, encajaba con el esquema nihilista del superhombre y de la «acción por la acción». El antisemitismo alemán precedía a Hitler por generaciones. Este, por su lado, había contemplado toda la degradación humana en los lupanares de Viena; las nacionalidades minoritarias, al tener menos oportunidades, se hundían más fácilmente, dándole un asidero de experiencia personal a su racismo. Finalmente hay que tener en cuenta que poderosos banqueros judíos controlaban buena parte del crédito alemán, en conexión con las finanzas anglofrancesas. Este «capital improductivo» impedía el flujo del dinero hacia la industria pesada, la industria de guerra y la agricultura de autoabastecimiento, objetivo central de la política económica nacionalsocialista.
Llegó Hitler al poder
La toma del poder por Hitler es un episodio histórico asombroso, pues tenía en contra todos los poderes establecidos, la Iglesia, los judíos, el ejército, el Parlamento. Para combatirlos, sólo contaba con una verborrea incendiaria, pero demencial, y con un talento de organizador notable, aunque increíblemente poco flexible.
Durante la década de los veinte, la posición política de Hitler era extremadamente débil, no consiguiendo resultados significativos en las diversas elecciones a las que concurrió. Sin embargo, fue en este periodo cuando forjó el núcleo duro del Partido Nazi, con colaboradores de gran influencia posterior como Goering y Goebbels, así como el esquema básico de su ideología. La ocasión histórica que propició su ascenso al primer plano de la política fue la crisis de 1929, cuyos efectos se hicieron sentir sobre amplias capas de la población alemana, tanto trabajadores industriales y campesinos como entre las clases medias. En 1932, el Partido Nazi consigue convertirse en un grupo político poderoso, llegando a competir con el mariscal Hindenburg en las elecciones a presidente del Reich.
Que los rivales del Führer fueran extremadamente débiles y conciliadores, era el mayor problema. Empero, los medios de la vieja derecha monárquica, que paulatinamente fue apoderándose de la República, se empeñaban en utilizarlo como arma política; y el ideal hitleriano hubiera sido un gabinete conservador-nazi, donde aquéllos tuvieran representación ministerial minoritaria. Con esta mentalidad, se afanaron por facilitar la penetración del hitlerismo en el ejército y la justicia, y toleraron los sórdidos grupos de matones S. S. y S. A. Las potencias occidentales también fueron víctimas de este ardid; y Hitler, un nihilista poseso, dueño de indudables aptitudes políticas, pudo aprovechar la estupidez de sus adversarios hasta tal punto que, todavía en 1927, magnates judíos colocaron su dinero a disposición del NSDAP.
Cabe recordar que el año cuando el austríaco se apoderó del gobierno, 1933, fue precisamente el más negro a nivel de la economía capitalista mundial, y que para muchos observadores de la época la alternativa era... comunismo o Hitler.
En enero de 1933, en medio de la crisis social y política de la República de Weimar, Hitler consigue ser nombrado canciller y formar un gobierno en el que el control de los principales ministerios se confiaba a miembros del Partido Nazi. A partir de aquí, Hitler se convierte en el dictador (Führer) de Alemania, sustituyendo el régimen constitucional de Weimar por uno totalitario. Su sentamiento en el poder fue una combinación de violencia callejera, demostración de fuerza mediante grandes paradas militares, ilegalización de los partidos políticos y exterminio de sus adversarios, tanto internos (como Röhm y sus huestes de la S. A., purgadas en la “noche de los cuchillos largos” de 1934), como externos (comunistas, socialistas y, sobre todo, judíos).
Para depurar el partido, la «noche de los cuchillos largos»
Los opositores nazis de Hitler tenían posiciones claves dentro del partido, pero, finalmente, muchos de ellos fueron asesinados. Los principales representantes de esta línea política eran los hermanos Strasser, Gregor y Otto, quienes propugnaban una eficaz penetración en los medios sindicales y una política de expropiación que permitiera volver a la creación de la comunidad rural alemana. Los medios conservadores pretendieron utilizar a Gregor, quien influía decisivamente sobre el movimiento nacionalsocialista en Alemania del Norte, para impedir el ascenso de Hitler, pero el carácter irresoluto de aquél lo impidió.
En tanto, Otto había creado el llamado Frente Negro, paramilitar y anticapitalista, desde donde se dedicó a denunciar a Hitler como «pequeño burgués» y «traidor», campaña que llegó a tener influencia sobre la S. A., provocando motines en su interior. Casualmente colaboró con ellos Erich Röhm, creador y cerebro de la S. A., quien era un aventurero, y exigía una inestabilidad permanente para poder saquear, y quien también fue liquidado, junto con varios oficiales oposicionistas del ejército y militantes de base de la S. A.
La política antisemita, que formaba parte del programa originario del partido, comienza con las “leyes raciales” de Núremberg (1935) y llega a su culminación a partir de 1939, con el establecimiento de la “solución final” y la construcción de numerosos campos de concentración, donde murieron seis millones de judíos. Desde su llegada a la cancillería, Hitler gozó de amplios apoyos políticos, económicos y sociales (los llamados “verdugos voluntarios”), que le permitieron desarrollar su programa antisemita, pangermanista, nacionalista y dictatorial.
Se desata la Segunda Guerra Mundial
La principal obsesión de Hitler era recuperar el prestigio de Alemania, mediante una política agresiva y revanchista que denunciaba las consecuencias del Tratado de Versalles. En esta dirección, abandonó la Sociedad de Naciones, aceleró el rearme militar de Alemania, ocupó la Renania, se benefició de la política de “apaciguamiento” propugnada por Francia e Inglaterra (acuerdos de Múnich) y, a partir de 1938, forzó la integración en el III Reich de todos los territorios habitados por alemanes (Austria, los sudetes de Chequia), hasta desembocar en la invasión de Polonia en septiembre de 1939, después de un sorprendente pacto establecido con Stalin. Con ello, empieza la Segunda Guerra Mundial.
Aquí juega de nuevo un papel funesto el fantasma del «peligro rojo»; porque, en efecto, se creó toda una teoría, muy extendida en círculos dirigentes franceses e ingleses, que sostenía que en el futuro Alemania sería un bastión antibolchevique en Europa. Dicha teoría se llamó «apaciguamiento». Hasta poco antes de la Segunda Guerra Mundial, Hitler pudo engañar a los apaciguadores Chamberlain y Daladier con aparatosos gestos de paz. Aún en 1938, estando muy claro el carácter del régimen nazi, Chamberlain llegó con Hitler a los tristemente célebres acuerdos de Múnich, muy favorables a la expansión alemana hacia el este y parecía que las potencias no agresoras vendrían a ser fácil presa del dictador alemán.
Hay que resaltar la loca audacia de Hitler, quien llegó al extremo de apoderarse de Austria, Estado-cliente de su íntimo Mussolini, rapacidad desmedida ésta, que tarde que temprano habría de chocar con los intereses de los Estados democráticos.
A pesar de los grandes éxitos iniciales del ejército alemán, sus posiciones comenzaron a debilitarse claramente en 1943, después de la batalla de Stalingrado y el desembarco de los aliados en el sur de Italia. En 1944, Hitler sobrevivió a un complot militar que estuvo a punto de asesinarlo. Con el ejército soviético a las puertas de Berlín, Hitler se suicida en la Cancillería, lo mismo que su ministro de Propaganda, Goebbels.
Alemania perdió la Segunda Guerra Mundial
Se ha atribuido a la torpeza de Hitler la causa principal de la derrota de Alemania. Con un sospechoso dejo de nostalgia, se acusa al malo del Führer de haber interferido la labor del buen general Rommel y del bonachón general Jodl, aunque no hay valor histórico en todo esto. Hitler era un iniciado en asuntos militares; no sólo por su experiencia directa, sino por sus lecturas cuidadosas de Clausewitz. La táctica del ataque relámpago con unidades motorizadas y aviación (blitzkrieg), tan exitosa al principio, es en gran parte un invento suyo. En cambio, el dictador no comprendió un factor político esencial: que, a cualquier momento, comunistas y anglofranceses habrían de unirse para aplastar la pesadilla nazi; independientemente de los esfuerzos bélicos alemanes, a largo plazo era inevitable la victoria de los Aliados, con su descomunal potencial económico y militar.
La figura de Hitler, más allá de sus limitaciones personales, constituye una piedra miliar de la historia del siglo XX, por la extraordinaria dimensión de la guerra que provocó, pero sobre todo por el nivel de degradación de la dignidad humana que representó alguna de sus acciones, como el Holocausto. Por ello, la guerra se convirtió en una lucha contra “el enemigo común” de las democracias occidentales y del régimen soviético. Y la consideración que merecieron los crímenes cometidos por los nazis fue de orden moral y no político o militar. La experiencia del nazismo desborda la figura del Führer, por el gran trauma moral que dejó tras de sí, pero también por la regeneración política y moral que propició, cuyos efectos constituyen uno de los principales legados del siglo XX al tercer milenio.
Prontuario de los seguidores del Führer
Los jefes más destacados del nazismo fueron:
Joseph Goebbels, hombre cojo y delgado, quien era el encargado de la propaganda; de él es la famosa frase, «una verdad es una mentira repetida mil veces». Su cinismo y eficacia causan asombro.
Hermann Goering, Jefe de la fuerza aérea de la Alemania nazi (Luftwaffe), el mariscal del aire, dirigió los bombardeos contra Inglaterra, fue el fundador de la Gestapo que más tarde dirigiría Heinrich Himmler. Facilitó al Führer importantes conexiones con la gran industria.
Más cerca del dictador estaba el siniestro Martin Borman, quien al principio estuvo encargado de sus negocios personales y después fue canciller del partido y «eminencia gris» del régimen.
Caro al corazón de Hitler también era Himmler, tal vez el de carrera más sangrienta, y quien fue el encargado de la S. S., cuerpo que llegó a tener 37 divisiones. En 1943, Himmler se convirtió en ministro del Interior y, luego, comandante del grupo de ejército del Vístula. A partir del atentado de 1944, se encargó del ejército en territorio alemán y, aún en 1945, negociaba con los Aliados el descabellado plan de mantener el nazismo, pero bajo la condición de dejarlo a él, Himmler, como nuevo Führer.
Otros lugartenientes importantes fueron Alfred Rosemberg, el filósofo del partido, uno de los principales autores de los postulados ideológicos del Nacionalsocialismo; Hjalmar Schatch, quien trazó la política económica del régimen; Rudolf Hess, lugarteniente y mano derecha de Hitler; Otto Skorzeny, Teniente coronel de las S. S. durante la Segunda Guerra Mundial; Karl Dönitz, Comandante de la marina de guerra alemana desde 1943 y presidente de Alemania, a quien Hitler nombró como su sucesor, a partir de abril de 1945 siendo, por tanto, el segundo presidente durante el III Reich, aunque no llegó a recibir el título de Führer; Alfred Jodl, General y uno de los hombres de confianza de Hitler, fue quien se encargó de firmar en 1945 la rendición incondicional del III Reich; y el ministro de relaciones exteriores Joaquin Von Ribbentropp, actor principal del pacto de no agresión germano-soviético, Ribbentrop-Mólotov, en 1939.
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