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Guillermo de Occam (1285-1349)

Natural de Occam, condado de Surrey, al sur de Lon­dres. Entró muy joven a la orden franciscana. Estudió en Oxford y adoptó una actitud de desdeñosa independencia frente a sus contemporáneos. Su ontología se basa en dos postulados: solamente existen los individuos par­ticulares, los cuales se caracterizan por su unidad indivi­sible, compacta, que no admite distinciones ni divisiones internas.

En su doctrina, Dios es Uno, lo cual lo lleva a pregun­tarse qué valor tienen los atributos de bondad, sabiduría y potencia, y cómo éstos se distinguen de la esencia divina. En respuesta, rechaza toda distinción, tanto de razón como de forma. Para él no existe más distinción que la real en­tre una cosa y otra.

Occam no encuentra dificultad en la constitución del individuo singular, para él lo difícil es explicar la natura­leza de lo universal, que existe solamente en el alma, pero todas las cosas fuera del alma son singulares y numérica­mente unas.

Habla de abstracción, pero no admite distinción ningu­na, real ni de razón, en los objetos particulares, ni entre el singular y el universal. Su abstracción no se refiere a la constitución universal, sino simplemente a un modo de considerar los singulares o los conceptos universales. En realidad, sólo existe el singular, y esto es lo que conocen tanto los sentidos como el entendimiento, el cual es movi­do por lo singular. Del concepto que tenía sobre los uni­versales se desprende que no se puede tener ninguna noti­cia de Dios, intuitiva, directa, o sensorialmente, ni por la inteligencia. Por consiguiente, es imposible conocer a Dios por medios naturales. Su existencia no es objeto de de­mostración sino de fe.

Este mismo concepto se refleja en la moral: no hay cosas buenas ni malas en sí mismas, sino en virtud de los decretos positivos de la voluntad divina, que, así como indica al hombre que lo ame, podría mandar que le odia­ra, y ambas cosas son igualmente buenas. A esto obedece la separación radical que Occam establece entre el orden de la fe y el de la filosofía, lo que llevó a que el papa Juan XXII le hiciera comparecer en su corte de Aviñon en 1324 condenando como heréticas muchas de sus doctrinas, incluida su defensa de la pobreza como exponente del espiritualismo franciscano.

Fray Guillermo reaccionó huyendo en compañía del general de la orden y se puso bajo la protección del emperador Luis de Baviera en Pisa y luego en Múnich, lo que le costó la excomunión (1328). Murió a causa de la peste negra en el convento franciscano de Munich, Baviera.

Referencia:
Jauregui, B. (2000). Ciencias Sociales y Humanidades. Consultor Estudiantil (Vol 3). ProLibros Ltda.