Joseph Goebbels
Paul Joseph Goebbels
(Rheydt, Alemania, 29 de octubre de 1897- Berlín, 1 de mayo de 1945)
Político alemán. Nacido en una familia católica acomodada. Tercero de los cinco hijos de un oficinista, educado en el catolicismo, recibió una educación esmerada y pronto destacó por su inteligencia. Se graduó en filología alemana en la Universidad de Heidelberg en 1921, dedicándose sin éxito al periodismo. Inútil para el servicio militar por la deformación de un pie, le eximió de incorporarse a las filas en la Primera Guerra Mundial, su inferioridad física le produjo no pocos problemas psicológicos y amorosos a lo largo de su vida. Imbuido desde joven de una ideología nacionalista a ultranza, muy difundida en la Alemania de la época, no fue, al menos en sus primeros años, antisemita, hasta que acabó por ingresar en el partido nazi en 1923.
En el año 1924 entró en contacto con grupos nazis que pronto supieron valorar su capacidad oratoria y sus cualidades de propagandista, instrumento político al que Hitler dio gran importancia desde los comienzos del partido nazi. Tras una rápida ascensión hacia la cúpula del poder, en 1926 ya era administrador de la sección nazi de Elberfeld y director de un periódico bisemanal de la misma ideología, puesto en el cual empezó a dar muestras de su habilidad como orador provocativo y hábil propagandista de una serie de campañas locales. Su gran talento para la propaganda le abrió una fulgurante carrera en el partido nazi, en el que, flexible y pragmático a toda costa, siempre logró situarse junto al ganador en las múltiples rencillas internas, aunque ello fuera contra sus escasas y dúctiles convicciones personales.
Organizador del nazismo en Berlín, en 1930 Hitler le encargó la propaganda nazi en toda Alemania. Como indica el historiador alemán Bracher, «el nacionalsocialismo le debe principalmente a él el hecho de que la idea caudillista tuviera tan enorme eco y de que la movilización de las masas se lograra con tanta eficacia. Sólo así pudo convertirse Hitler en una especie de divinidad... El punto fuerte de Goebbels no radicó en sus propias convicciones, sino en la manipulación de las convicciones de los demás».
Precavido, ambicioso y racional en un ambiente de nacionalistas rayanos en el delirio, supo organizar un colosal sistema de entronización de la mentira y falseamiento sistemático de la realidad, tanto en la paz como en la guerra. Jefe de Propaganda del partido, ministro de Propaganda y presidente de la Cámara de Cultura, Goebbels se convirtió en juez de todo pensamiento o idea artística públicamente expresados en Alemania y de no pocos de los expuestos en privado. Controlaba, amén del formidable aparato de propaganda del partido, la prensa, las publicaciones de todo tipo, la radio, etc.
En 1931 contrajo un ventajoso matrimonio del que tuvo seis hijos. Frío y realista, tuvo siempre las cosas muy claras; en la inauguración de la Cámara de Cultura, en noviembre de 1933, no tuvo inconveniente en declarar: «Nuestra revolución es total... en ella nada importan los medios de que nos sirvamos».
Con la llegada de Hitler al poder, fue nombrado ministro de la Ilustración Popular, cargo desde el que trató de ganar la voluntad de los alemanes en favor del partido nazi. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, su actividad propagandística se incrementó considerablemente, en un esfuerzo por mantener alta la moral del ejército y el pueblo alemán a lo largo del conflicto, al tiempo que justificaba las atrocidades cometidas por el régimen. En este sentido se convirtió en uno de los más acérrimos defensores de los puntos de vista de Hitler y en su más cercano colaborador. El hecho de que el curso de la guerra fuera definitivamente en contra del Reich no hizo más que acentuar su fanatismo.
Cuando ya era innegable que Alemania perdía la guerra que había desencadenado el régimen nazi, Goebbels siguió manejando la propaganda, encargándose de la guerra total, para la que se le concedieron plenos poderes en 1944. Consciente de que no había posibilidad de retroceder —«... ya hemos quemado las naves...», reconocía en 1943—, permaneció fiel a Hitler hasta el final. Antes de suicidarse, Hitler le nombró Canciller del Reich. Al día siguiente, el 1 de mayo de 1945, en el bunker de la cancillería berlinesa cercado por todas partes, el último sucesor de Bismarck y su mujer envenenaron a todos sus hijos antes de suicidarse, en un final tan siniestro como lo fueron el personaje y su vida.
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