Jorge Eliécer Gaitán
Jorge Eliécer Gaitán (1898-1948) Dirigente político colombiano cuyo asesinato el 9 de abril de 1948 provocó el movimiento popular conocido como el Bogotazo.
Hijo de un liberal vencido por una vida de pobreza, criado en un barrio bogotano poco facilitador en eso de abrir puertas, Jorge Eliécer Gaitán nació el 23 de enero de 1898, en Bogotá, Colombia; pero una vez hecho hombre y gracias a sus múltiples dotes y cualidades interpuso distancia vertical respecto a su precario origen, y se encumbró hasta convertirse en el político colombiano más importante del siglo XX.
Jorge Eiécer Gaitán.
Y así como el nombre del barrio, Las Cruces, no suena auspicioso, tampoco los diplomas que pudo obtener en el Instituto Aponte y el Colegio Araújo sugieren que el adolescente tuviera buenas cartas de triunfo en sus manos. Pero, sin embargo, las tenía: su voluntad de sobresalir, el carisma de su personalidad, su capacidad para identificarse con las necesidades del pueblo, la elocuencia de su oratoria, sus arrebatos como líder, hicieron de su tránsito por la Facultad de Derecho una antesala hacia su verdadero destino, la política. Pero como el intermedio jurídico tenía que ser recorrido meritoriamente, ya graduado, y con solamente veintiocho años, logró viajar a Italia y perfeccionar sus conocimientos al lado de uno de los penalistas más eminentes del siglo, Enrico Ferri. Tres años más tarde regresa, después de una fecunda experiencia, y se da a conocer al país denunciando la matanza de las bananeras de 1928. A partir de ese momento se irá proyectando cada vez más como político de magnitud nacional. Parlamentario, Vicepresidente (segundo Designado electo por el Congreso de 1933), Alcalde de Bogotá, Ministro de Trabajo, Ministro de Educación, Presidente del Congreso, Jefe Único del Partido Liberal, candidato a la presidencia, su inequívoco rumbo lo predestinaba a ser, a partir de 1950, gobernante pródigo en implantar reformas justicieras, cuando un 9 de abril de 1948, en circunstancias para unos oscuras y para otros más que transparentes, un tal Juan Roa Sierra truncó su vida, creando con tal magnicidio una inmediata sublevación popular, sangrienta y destructiva en grado sumo, y que se conoce con el calificativo de «Bogotazo». Desde entonces la historia colombiana del siglo veinte quedó dividida en dos segmentos —antes y después de su muerte—, tal fue el encarnizamiento que desangró al país durante más de una década.
La figura de sus padres
Tanto Eliécer Gaitán como Manuela Ayala, pertenecían a la clase media baja, prueba de lo cual se encuentra en la trashumancia laboral del progenitor, y en el paupérrimo barrio donde fijaron residencia, Las Cruces, cuya mayor elevación respecto a La Candelaria no pasaba de ser una cruel ironía socio-geográfica, pues los de abajo eran los de arriba, y los de arriba los de abajo, a la hora de establecer «quién era quién» en la sociedad cachaca de comienzos de siglo.
Sin embargo, ambos tenían mayores luces que lo habitual en su medio, y hasta no les faltaban modestas pretensiones intelectuales: la madre fue apta para desempeñarse como maestra de escuela, y el padre, girando siempre en la anónima y fluida periferia del partido liberal, de alguna manera errática ganaba el sustento de su familia, primero como periodista, luego como profesor, y finalmente como comerciante de libros usados. El era un hombre locuaz, extrovertido, algo fantasioso, con más de un antepasado chibcha asomando en sus facciones, y la piel más cobriza que blanca; en su esmerado vestir por encima de sus ingresos revelaba una peculiaridad de su carácter: la petulancia, pues de haber sido otra su talla, se hubiera postulado a líder liberal. Los dos periódicos que fundó, El Pregonero y Demócrata, ambos clausurados por el gobierno conservador, sólo se recuerdan por la importancia que, casi treinta años más tarde, empezó a alcanzar el hijo del ya fallecido director, administrador y... endeudado propietario.
La infancia hacía vislumbrar al futuro caudillo
Hermano mayor de los otros seis hijos que tuvo el matrimonio Gaitán-Ayala, Jorge Eliécer compartió la dieta de mazamorra y agua de panela con que se alimentaban en las temporadas difíciles, y ello explica lo endeble de su constitución física. Casi siempre al lado de su padre —por algo era el primogénito—, el malogrado líder recordaría que allá por marzo de 1909, cuando un joven estudiante de apellido Olaya Herrera convocó a las masas capitalinas a exigir la renuncia del presidente y dictador, general Rafael Reyes, él concurrió, pegado a don Eliécer, a recibir su primera lección de política. Algo más tarde, cuando el periodista fracasado se hizo librero de segunda, el hijo también estuvo muchas veces a su lado para prestarle pequeñas pero útiles colaboraciones. Y aunque la inteligencia del jovencito ya era sobresaliente, nada en esa oscura infancia hubiera permitido asegurar que su destino ya estaba trazado, como sendero adivinable, en medio de tanto lastre con que la vida lo había sobrecargado para impedirle —a cualquier otro pero no a él—, emprender un alto vuelo.
Sobresalió como estudiante
Cuando en la casa del pobre se confunde el olor de la mazamorra y de la fritanga con el de la tinta de imprenta; cuando a falta de los textos exigidos por la maestra algo levemente parecido se encuentra rebuscando entre los libros usados que están para la venta; y cuando el padre disimula su chatura llenándose la boca con nombres de presidentes y proyectos de insurgencia liberal, por lo menos se asimila la etapa colegial con una visión menos doméstica y más bien nacional acerca del país en el que más tarde habrá que desenvolverse. Es significativo que al concluir la primaria, mientras el padre quiso protegerlo —y también limitarlo—, dándole un horizonte de contabilista, el hijo apuntó hacia un bachillerato normal, indispensable para luego acceder a la universidad.
Su paso por la universidad
En 1920 la carrera de derecho aún tenía carácter elitista, reservada a los hijos de la burguesía, y era más o menos insólito que un muchacho carente de apellido tradicional, y peor aún, proveniente del menos que plebeyo barrio de Las Cruces, se codeara con tanto «señorito» de abolengo y caudales. Por lo tanto, pues, si en esas andaba, o se las arreglaba para sobresalir, o la presión del medio lo aplastaría, cortándole las alas y los sueños. Y Jorge Eliécer bien pronto sobresalió como orador universitario, de verbo arrebatador y de lógica contundente. Al concluir la carrera en 1924, su tesis de graduación tenía un inocultable cariz de insolente desafío hacia esa sociedad reacia a admitir advenedizos en su seno: «Las ideas socialistas en Colombia».
Su tesis propugnaba el socialismo para Colombia
Más que atrincherarse en un socialismo dogmático, se trataba de actualizar, a la luz de la reciente historia europea, el programa reformista del liberalismo colombiano, y el lector de hoy difícilmente encontraría planteamientos osados, de esos que alarman al rico y enardecen al desposeído. Sólo era un reformismo químicamente puro, indispensable para que la estructura de la sociedad colombiana se pusiera a tono con la época.
Tomando lo que había deslizado de su pensamiento a su tesis, se observa que el aspirante a abogado proponía cambios imbuidos de sensatez: que las leyes reflejasen los anhelos del pueblo; que el capital fuera palanca de trabajo fecundo y no de solapada especulación; que entre opulencia y miseria se acortasen distancias abismales; que los puestos públicos no fueran repartija entre ganadores, sino merecido desafío a las aptitudes de los más capaces; que cesara la inmoralidad administrativa; que la tierra no se constituyese en fuente de rentas para propietarios ausentes. En fin, nada que fuera «antisocial», pero desde entonces los círculos conservadores y liberales calificaron así, con ese término discriminante, las ideas del nuevo profesional.
Su viaje a Italia
Gaitán ingresó a la Universidad Nacional de Colombia en 1920 y se graduó en 1924. De inmediato, por doce pesos mensuales, arrendó una oficina y allí abrió su despacho de abogado penalista, pues «la rama civil es para los abogados ricos», decía burlonamente. Un año más tarde, tras lucirse con vehementes defensas de algunos casos difíciles, había ahorrado dinero suficiente para inaugurar, en sociedad con uno de sus hermanos, una droguería. Tal sucesión de pequeños pero significativos éxitos explican cómo, en 1926, estuvo en condiciones de viajar a Roma e inscribirse en la cátedra de derecho penal a cargo del célebre Enrico Ferri.
Jorge Eiécer Gaitán y Enrico Ferri.
Para aquel entonces, del humilde y anónimo niño de uno de los barrios más lastimosos de la capital no quedaban ni rastros: se había convertido en un fogoso intelectual latinoamericano ganador del codiciado galardón universitario del «Magna cum Laude», estudiando y exponiendo en un idioma que no era el natal, y por añadidura obtuvo el «Premio Ferri» al estudiante más destacado del año. Además, y como no podía ni quería sustraerse al ámbito de la política, analizó de cerca los métodos del fascismo italiano para tomar de él un único elemento rescatable: las técnicas musolinianas de oratoria y agitación de masas.
Su intervención en la matanza de las bananeras
En la Costa Atlántica, y cerca de lo que hoy es el famoso pueblo de Aracataca (el Macondo de Gabriel García Márquez), se había constituido un enclave aerícola propiedad de una poderosa empresa norteamericana, la United Fruit, que para llevar adelante el cultivo intensivo de bananos destinados a la exportación había recibido franquicias para instalar comisariatos, tender líneas férreas, crear barrios especiales para sus ejecutivos yanquis, mantener su propio cuerpo policial, etc., y cuando en 1928 estalló una huelga general que paralizó a la empresa foránea, el gobierno conservador del presidente Miguel Abadía Méndez consideró que su deber «patriótico» era demostrarle a los inversionistas del norte que en lo sucesivo no se permitiría semejante «sindicalismo revolucionario». El ejército ocupó la zona bananera, y el estruendo de las balas no fue suficiente para acallar los ayes desgarradores de los heridos y de los agonizantes.
Jorge Eiécer Gaitán en el Teatro Municipal. 10 de octubre de 1947.
Y cuando en 1928 Jorge Eliécer Gaitán tocó tierra colombiana por el puerto de Barranquilla, las viudas y las madres enlutadas encontraron en él a uno de los pocos oídos, atentos y valientes, dispuestos a escuchar la historia que contaban no los victimarios sino las víctimas. Tras una minuciosa y objetiva investigación del trágico suceso, el ahora sí naciente caudillo, una vez en Bogotá, combatió virulentamente al gobierno por esta atrocidad cometida contra inermes trabajadores.
Inicio de su carrera política
Ahí comienza su trayectoria de hombre público... porque la política, aprendida de labios de su padre en noches en que la familia primero cenaba agua de panela y luego soñaba presidentes, parlamentos y leyes liberales, la tenía en la sangre.
En las elecciones de 1930, el partido liberal, con Enrique Olaya Herrera, obtiene el poder, y en la derrota de los conservadores hay que abonar, como aporte no despreciable, la masacre de 1928 denunciada por Gaitán, quien llega al Congreso Nacional como diputado por Bogotá, Cundinamarca. Mientras el hombre público destacaba en el Congreso por lo inflamado de su oratoria, el ciudadano-abogado reabría su bufete de penalista y se incorporaba a la Universidad Libre como catedrático. Tres años más tarde, en Colombia se produce un curioso fenómeno, inédito en nuestros lineamientos constitucionales: el Congreso eligió dos designados, y el diputado Jorge Eliécer Gaitán ganó el segundo de los cargos, siendo investido como segundo vicepresidente de la República. Pero al mismo tiempo que conquistaba este primer gran laurel, prometedor de mayores triunfos, la maleza de la envidia tejía espinas alrededor de su temprana fama, cobarde actitud que provenía tanto del campo conservador como del liberal, pues en éste su partido muchos «predestinados» por haber nacido en cunas patricias, temían que «el negro Gaitán» llegase antes que ellos.
El Estado colombiano, a través del Banco de la República, emisor del billete de mil pesos a partir del 12 de marzo de 2002, pretendió identificar a la sociedad con un personaje de gran repercusión en la historia nacional y quien en su discurso reivindicó al pueblo como bastión de la Nación. Por ello, las inscripciones: “Yo no soy un hombre, soy un pueblo” y “El pueblo es superior a sus dirigentes”.
Estuvo un tiempo separado del partido liberal
A comienzos de la década de los años treinta, la economía mundial sufrió una de sus cíclicas crisis, sólo que ésta fue más profunda que las anteriores; fueron años en que algunos corredores de bolsa optaban por saltar de la riqueza a la muerte, arrojándose desde las ventanas de los edificios de Wall Street, y en que las ollas comunes organizadas por el Ejército de Salvación libraron a muchos desocupados de la muerte por física hambre. Crisis verdaderamente mundial, Colombia también la experimentó en el bajón que hizo caer tanto las exportaciones como los precios de éstas, y al discutirse la plataforma programática que el liberalismo ofrecería al pueblo, la directiva liberal rechazó la propuesta del diputado Jorge Eliécer Gaitán: una reforma agraria que afectase al latifundio improductivo. Por este motivo principal, el joven caudillo de treinta y dos años decidió ponerse al frente de un movimiento propio, la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR), pero como líder y gestor de este embrión de partido, estuvo a mucha distancia de poder quebrar la hegemonía liberal-conservadora. El presidente electo en 1934, Alfonso López Pumarejo, era liberal, y el caudillo llegó a la conclusión de que la pelea había que darla no fuera sino dentro del liberalismo.
Su matrimonio estuvo en contradicción con sus ideas
Jorge Eiécer Gaitán, Amparo Jaramilllo y Gloria, su única hija.
Desde 1934, Amparo Jaramillo, señorita perteneciente a lo más selecto de la sociedad antioqueña, se había identificado como una de las tantas mujeres que admiraban la valentía, la audacia, la gallarda oratoria de este liberal semi-excomulgado... y Jorge Eliécer empezó a demostrarle a su vez que, entre otras muchas seguidoras, a ella la distinguía de manera especial. El político y la aristócrata comienzan a frecuentarse, hay una primera etapa de amistad, otra de amistoso afecto, y luego viene la formal petición de matrimonio, y en 1936 la formalización del mismo. En su momento, algunas personas amigas de encontrar torcidas intenciones detrás de cualquier decisión, especularon que con este enlace, aparte de obtener una conveniente estabilidad personal para un futuro aspirante a la presidencia, Jorge Eliécer había dado puntada con hilo, pues tenía en mente disponer de una base electoral en ese departamento clave que es Antioquia. En todo caso, las mieles matrimoniales no fueron obstáculo para que el político siguiera en lo suyo, y la pareja se estabilizó en un estilo de relación correcta, formal, pero más bien fría y distante. La única hija, Gloria, nacida en 1937, sería quien en verdad señorease en el corazón del que ya por entonces era llamado de uno a otro confín de Colombia el «tribuno del pueblo».
Tuvo buen desempeño ejerciendo cargos públicos
El primer período, 1934 a 1938, de Alfonso López Pumarejo, significo para Jorge Eliécer Gaitán el inicio de varios años difíciles: disolvió su UNIR, pues este movimiento nunca pasó de ser un frágil e inoperante «partido Gaitán» y, consumado este oportuno sacrificio, se le readmitió en el liberalismo; sin esperar mucho, el presidente López le hizo el clásico regalo del «bombón envenenado»: nada menos que la Alcaldía Mayor de Bogotá, y en este su primer cargo ejecutivo-administrativo, el joven caudillo descubre, ¡verdad amarga!, que es más fácil denunciar los problemas que resolverlos, sobre todo cuando sólo se dispone de una cuota de poder, pero no del verdadero Poder. Y cuando Gaitán se vio envuelto en una complicada disputa con el gremio de taxistas bogotanos, los jerarcas de su partido seguramente pensaron que ése era el rumbo acertado —desgastarlo en difíciles cargos públicos— para transformar al caudillo del pueblo en un genuino dirigente liberal, o sea para limarle las garras al tigre. Una de las banderas de la alcaldía de Gaitán fue la cultura, y en ella enfocó buena parte de sus esfuerzos. No solo instauró en la ciudad la costumbre de los conciertos gratuitos para la población, sino que tuvo la ocasión de inaugurar la primera Feria del Libro en Bogotá, el 10 de octubre de 1936.
El siguiente «bombón envenenado» le fue ofrecido en 1940, y también fue aceptado por el ahora venido a menos «tribuno del pueblo», porque el hombre es el único animal que cae dos veces en la misma trampa. Nada menos que el Ministerio de Educación para ese «negro» metido a político, y para colmo sospechoso de ateísmo, si es que no de socialismo.
Recuperó su ascendiente popular
Tras la presidencia de Eduardo Santos, 1938 a 1942, Alfonso López Pumarejo volvió a ser elegido para un segundo período, pero a los pocos meses se separó de la primera magistratura, siendo reemplazado, en calidad de presidente interino, por Darío Echandía. Fue éste quien le ofreció a Jorge Eliécer Gaitán un nuevo Ministerio, el del Trabajo, posiblemente para capitalizar en beneficio de su interinato la leyenda del «socialista-liberal» de los años treinta. Pero ahora el cazador resultó cazado, pues «el negro» había aprendido la lección, y desde el propio ministerio, y fuera de él cuando lo dejó, encaminó hacia el pueblo su verbo más encendido (un solo propósito: reconquistar la confianza de las masas), terminando sus discursos con esta célebre arenga: «¡A la carga! ¡Por la restauración moral y democrática de la República!».
Gaitán era aficionado al colombianísimo juego del "tejo".
Perdió las elecciones de 1946
El capital político de Jorge Eliécer Gaitán, su nunca vista capacidad para pronunciar un discurso y poner en movimiento a las multitudes liberales, conduciéndolas hasta el paroxismo pre- revolucionario, era para los acartonados dirigentes tradicionales el gran «inconveniente» del caudillo popular. Entonces, conclusión obvia: mal podían considerarlo el candidato «natural» del liberalismo para las elecciones de 1946, y nominaron a otro. Por su parte, el caudillo percibía que ahora, con la doble circunstancia de la madurez de sus cuarenta y ocho años, aunada a la creciente ansia popular de que su prédica reformista y moralizante se transformara en actos de gobierno atento a las necesidades del pueblo, el soñado Poder estaba al alcance de su decisión de enfrentar en el sí y en el no de las urnas al candidato conservador Mariano Ospina Pérez, y a Gabriel Turbay, el candidato oficial del liberalismo... lo cual significó, a la postre, que un liberalismo dividido regalase las elecciones a los conservadores, quienes obtuvieron 520.523 votos: los liberales recibieron doscientos mil más... pero divididos entre los 401.121 de Gabriel Turbay y los 332.563 de Gaitán, quien no obstante imponerse en las ciudades fue derrotado en la provincia, en las veredas, por el campesinado.
Pero esta adversidad no lo divorció de las masas liberales, sino todo lo contrario, pues el Dr. Ospina Pérez hizo un gobierno muy poco «nacional» y sí demasiado sectario, por estar influenciado por las ideas de extrema derecha de Laureano Gómez, haciendo que pronto la totalidad del país liberal cerrara filas tras Gaitán. Por ello no cabe duda alguna de que en la próxima consulta electoral, la de 1950, el caudillo alcanzaría la presidencia.
Jorge Eliécer Gaitán realiza el saque de honor para un partido de América de Cali en el estadio Pascual Guerrero. Observa el capitán del América Edgar Mallarino, gloria del fútbol colombiano.
Circunstancias de su muerte
La víspera del 9 de abril de 1948 un hombre oscuro y vulgar, Juan Roa Sierra, compró un revólver de veinticinco pesos. Al día siguiente, a las nueve de la mañana, se despidió de su madre, y pasó por donde su conviviente a darle tres pesos para que comprara leche: tenían una hija. Luego se dirigió al edificio Agustín Nieto de la carrera séptima, entre las calles catorce y quince, en pleno centro de Bogotá, donde tenía su bufete el líder liberal. En la puerta del edificio esperó desde las nueve y media hasta la una de la tarde. Cuando lo vio salir, le disparó cuatro tiros desde muy corta distancia, y sólo uno no dio en el blanco. Apenas cometido el magnicidio, Roa se entregó al primer policía que vio en las proximidades, y de inmediato ambos se refugiaron en la Droguería Granada, situada a pocos metros del lugar del crimen. Pero antes de que la muchedumbre enardecida tumbara la puerta del establecimiento, un primer interrogatorio sobre sus móviles, sólo arrojó esta única respuesta: «Hay, señor, cosas que no se pueden decir...», y un instante después el criminal sucumbió bajo una incontenible arremetida de golpes, patadas y garrotazos vengadores e iracundos.
Cadaver del asesino de Gaitán, Jorge Roa Sierra.
¿Por qué fue asesinado?
La mano oculta tras el crimen perpetrado por este Juan Roa Sierra (vale decir que todo parece indicar que entre Gaitán y su asesino nunca medió vínculo de ninguna índole), siempre permanecerá en el misterio, pues durante años y más años resultaron vanos los múltiples y denodados empeños por dilucidar la autoría intelectual del magnicidio. Y ante la impotencia de la propia justicia, nosotros no podríamos ir más lejos que presentar fríamente, sin el añadido de comentarios, las principales hipótesis que en su momento se consideraron:
Después de asesinato de Gaitán, el pueblo enardecido se lanzó armado a las calles.
- No habría sido un crimen político, sino la obra de un demente, ajeno a cualquier conspiración, e impulsado por el único móvil de ganar una absurda y suicida notoriedad postuma.
- Evidente crimen político; habría sido de autoría intelectual de un sector «duro» del conservatismo, alarmado ante la certeza de que las próximas elecciones, las de 1950, las ganaría arrolladoramente Gaitán.
- Crimen partidario: una «lunática» minoría de la dirigencia liberal habría decretado su muerte, sabiendo que a la hora de llegar a la presidencia, el caudillo aplicaría un programa no liberal sino abiertamente socialista y revolucionario.
- Crimen ideológico: detrás de Roa Sierra estaría la mano del partido comunista colombiano, dado que un eventual gobierno reformista de Gaitán los despojaría de sus banderas.
- Crimen internacional: con este magnicidio, supuestamente perpetrado por órdenes de Moscú, se buscaba desestabilizar a Colombia en circunstancias de que en Bogotá, en la misma fecha, se celebraba la IX Conferencia Panamericana.
¿Y si hubiese alcanzado la presidencia?
Cuerpo de Jorge Eliécer Gaitán.
Aunque con esta pregunta entramos en el movedizo terreno de la política-ficción, infinidad de colombianos se han formulado el mismo interrogante. Por ejemplo, el profesor universitario Francisco José Herrera, uno de los tantos estudiosos de la vida de Gaitán, en su libro 7 huellas considera que si «hubiese llegado a la presidencia, una gran oposición —mayor que la soportada durante su Alcaldía— le habría impedido realizar las reformas» ofrecidas. Con esto, Herrera nos lleva a conjeturar que su gobierno, cual el de un Getulio brasilero, hubiera sostenido duras batallas contra oligarquías nativas e intereses foráneos.
El «Bogotazo»
Centro de Bogotá, 9 de abril de 1948.
Con este expresivo pero trágico nombre se describen los violentísimos acontecimientos que ocurrieron en las siguientes horas de la tarde y de la noche de ese infausto nueve de abril: una sublevación callejera, salvaje e incontrolable, a la cual se incorporaron sin saber ni cómo ni para qué los pobladores de los tugurios y arrabales capitalinos, y que con el transcurso de las horas fue derivando en una frenética orgia alcohólica y en el pillaje sistemático del comercio; y paralelamente a lo anterior, los inútiles intentos que hizo un sector de la masa liberal, apoyada en la insurrección de la policía, por tomar por asalto el Palacio de Nariño, pero que al final no pudo quebrar la resistencia que ofreció una reducida guarnición militar. Ahora bien, mientras que estos eran los acontecimientos visibles del «Bogotazo», entre las bambalinas del poder estatal ocurría una urgente y angustiosa negociación de las máximas dirigencias conservadora y liberal acerca de cómo restablecer el orden y a costa de qué precio político.
Cuerpo de Juan Roa Sierra.
Esa noche, el centro de Bogotá ardía en llamaradas de fuego y de frustración plebeya, y los muertos ya sumaban centenares, pero desgraciadamente apenas si empezaba una era de violencia fratricida, esa década en que cientos de miles de colombianos extraviaron el rumbo de la paz.
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