Responsabilidad y corresponsabilidad
El espacio de la responsabilidad es ancho y complejo. La autonomía y la responsabilidad moral consisten en la capacidad de cada individuo de responder a situaciones conflictivas, tomando como criterio sus creencias éticas. La moral y autonomía son inseparables. A nadie se le puede imputar actos realizados por necesidad física o bajo coacción. Son los actos libres los que son susceptibles de elección, los que constituyen la materia de la moral.
La autonomía moral de la persona radica precisamente en la capacidad de escoger el principio adecuado a cada caso y procurar darle una interpretación justa. Esa capacidad es la que nos hace responsables de las acciones o de las omisiones, pues todo individuo tiene que responder, ante sí mismo y ante los otros, de lo que hace malo de lo que podría hacer y no hace.
La responsabilidad individual tiene, así, distintas dimensiones: de la responsabilidad por lo privado a la responsabilidad pública. Una madre de familia atiende a sus hijos y, al mismo tiempo, a sus deberes profesionales y a sus obligaciones de ciudadana. No sólo comparte ella misma todas esas responsabilidades, sino que, en cada uno de esos ámbitos, ha de compartir responsabilidades comunes a otras personas. Cuanto más público es el rol, más difusas se hacen las responsabilidades, pero no menos necesarias. Es ahí donde la corresponsabilidad es importante.
Los males sociales, la transgresión de los derechos humanos en la sociedad, son cosas que deben afectar a todos, pues todos, de una u otra manera, pueden ayudar a su transformación.
La respuesta a los problemas y conflictos sociales no debe dejarse exclusivamente en manos de la institución de turno, sino que es también obligación del ciudadano responsabilizarse de tales cuestiones. Los problemas sociales son abordables desde puntos de vista diversos y, en una democracia, ser ciudadano significa tomar conciencia de ellos y crear sensibilidad al respecto. No sólo se es responsable de aquellos actos que se pueden imputar a cada uno exclusivamente sino de problemas y conflictos colectivos que piden una solución igualmente colectiva.
Todos somos, de alguna manera, responsables de los males de la sociedad. No sólo lo es el Estado o el gobierno. La indefensión en que se encuentran amplios sectores sociales marginales es también un problema de cada ciudadano. Si la educación ha de asumir la transmisión de unos valores éticos, sobre todo a través del ejemplo, ha de creer en ellos como algo con posibilidades de cambiar la sensibilidad de la sociedad.
Es cierto que vivimos condicionados por cantidad de factores que escapan a nuestro control, que nuestro campo de acción es muy limitado. Pero algunas cosas se pueden cambiar. La vida es un proyecto personal abierto: la manera de ser de cada uno tiene un margen de indeterminación que es, precisamente, el que señala las diferencias morales entre las personas. Los psicólogos dicen que tenemos una conciencia moral cuando asumimos voluntariamente unas normas, unas actitudes, unas respuestas frente a las situaciones en que nos encontramos.
La ética nos exige que las respuestas que damos a las diferentes situaciones, no estén en clara contradicción con los ideales, los derechos, los principios que teóricamente suscribimos.
Si tenemos en cuenta que nuestras sociedades están organizadas en torno al valor de la vida privada, la formación ética responsable tendrá que ver con la integridad del individuo consigo mismo y con el deber fundamental del respeto a la dignidad y a la libertad del otro. Además, necesitamos que la responsabilidad sea compartida por todos. La formación de la conciencia moral tiene diversas etapas de desarrollo que culminan cuando el individuo acepta autónomamente sus normas, las cuales son asumidas no porque sean impuestas, sino porque se consideran válidas y dignas de ser tenidas en cuenta. Sólo entonces puede decirse que el individuo ha adquirido una conciencia moral.
El ser maduro, en el sentido moral de la palabra, es el que escoge libremente sus principios y sabe responder de su comportamiento. Se puede responder ante los superiores, ante sus amigos o colegas, ante la familia o el equipo de trabajo. Se debe responder también ante sí mismo, sin duda, la forma más genuina de responsabilidad moral. Pero también es necesario responder ante la sociedad. Hay aquí una contradicción entre la convicción de que existen unos determinados derechos económicos y sociales -educación, trabajo, sanidad, jubilación, infraestructuras, medio ambiente- que han de ser garantizados a todo individuo, y la ausencia de sentido de responsabilidad del individuo con respecto a los bienes públicos.
La escuela es un espacio fundamental de socialización e integración en la sociedad.
La educación es uno de los bienes públicos que el Estado debe garantizar. La escuela y la familia junto con la inevitable televisión son los espacios de socialización del individuo. Esa socialización ha de consistir también en enseñar a valorar lo público, en cuidar la propiedad colectiva. Se debe aprender que se disfruta de un servicio pagado por todos, un servicio que, si bien responde al reconocimiento del derecho fundamental a la educación, implica, como todos los derechos, unos deberes: el deber de saber usar y aprovechar positivamente esos servicios. Los problemas de la humanidad son problemas de todos y no puede ni debe resolverlos únicamente el insuficiente aparato burocrático del Estado. La sociedad debe colaborar y cooperar. Solidaridad significa responsabilidad por los otros: por los desposeídos, los marginados, los minusválidos, los enfermos.
Referencia:
Zamora, M. A. (2004). Educación en Valores. Enciclopedia Global Interactiva. Grupo Cultural S.A.
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