El marqués de pombal y la expulsión de los jesuitas
La historia de Portugal está indeleblemente marcada por la figura del estadista Sebastião José de Carvalho e Mello, marqués de Pombal (1699-1782), durante un cuarto de siglo primer ministro del rey José I, quien ocupó el trono entre 1750 y 1777. Pombal es uno de los máximos exponentes del despotismo ilustrado dieciochesco -el gobierno para el pueblo pero sin el pueblo-, y logró incorporar a su país a la modernidad económica y política europea, de la que Portugal había estado tradicionalmente marginado. Sus numerosas medidas estuvieron encaminadas a reforzar la Administración estatal sin por ello socavar en lo más mínimo el poder real. Su política, pues, combinó la adopción de principios racionalistas de la Ilustración francesa, la aceptación de la monarquía del modelo absolutista francés y la introducción de medidas económicas mercantilistas y protocapitalistas.
La trayectoria de Pombal tuvo varios hitos ascendentes: embajador en Londres (1738-1745), donde estudió las características del naciente capitalismo inglés a fin de introducirlo en Portugal; embajador en Viena (1745-1749); ministro de Asuntos Exteriores (1749-1755). Desde 1755 fue primer ministro de José I, quien le dio toda su confianza. Pombal pudo gobernar con plenos poderes, casi como un dictador, sin limitación alguna por parte de ninguna instancia estatal. En su haber se cuenta la abolición de la esclavitud en las colonias portuguesas de la India, aunque no en las de Brasil (país donde se le recuerda como un tirano inclemente); la reorganización del Ejército y la Marina; la reforma del sistema fiscal; la introducción de medidas favorables al comercio colonial y la dinamización proteccionista de la economía nacional.
El aspecto de la actual Lisboa está determinado por las decisiones de Pombal. El 1 de noviembre de 1755 la capital lusa quedó en buena parte arrasada por un violento terremoto. Pombal creó un equipo de arquitectos para reconstruirla, poniendo especial atención en lograr una resistencia a terremotos futuros. En menos de un año Lisboa estaba reconstruida, según el diseño racionalista que se advierte hoy en día en sus plazas y avenidas.
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