Revolución Industrial: Primera fase
La invención de la máquina de vapor y los rápidos progresos técnicos, produjeron un gran impacto en la sociedad, especialmente porque comenzó a cambiar la función de la mano de obra. Hasta aquel entonces, los tejedores también trabajaban en actividades agrícolas, pero en la medida en que el trabajo rendía, abandonaron esta última actividad para dedicarse exclusivamente al tejido. Así se fue configurando un nuevo tipo de trabajador: el obrero.
A la par con la multiplicación de las máquinas y el incremento de la producción, se fue dando otro importante fenómeno: el crecimiento de las ciudades. Esta circunstancia se dio porque, a diferencia de los telares hidráulicos que tenían que estar a orillas de los ríos, las máquinas de vapor se podían instalar en cualquier lugar. Por esta razón, muchas ciudades se llenaron de fábricas que atraían a una gran cantidad de trabajadores.
El triunfo de la máquina sobre el trabajo manual dio lugar a cambios rápidos: en Inglaterra, florecieron el comercio y la industria, crecieron el capital y la riqueza, y como había tantos productos, se buscaron nuevos mercados a donde exportar. Pero, así mismo creció la ambición de los empresarios y la pobreza de los trabajadores, quienes recibían salarios que eran cada vez más bajos, a causa de la gran sobreoferta de mano de obra.
A causa de la pobreza, en Londres se llegó a crear un paralelismo que hacía referencia a la existencia de dos ciudades: una donde vivían los ricos, y otra totalmente opuesta, donde residían los más pobres.
Primera Fase (1760-1840)
La primera fase de la Revolución Industrial comienza hacia la década de 1760 y se prolonga hasta 1840, caracterizándose por varios aspectos como:
La siderurgia y la minería
Esta primera etapa de la Revolución Industrial afrontó otros problemas, a causa de la novedad de los procedimientos. Entre estos estaba la necesidad de hierro para la construcción de las máquinas, pero el problema era que este metal escaseaba en Inglaterra. Esta situación intensificó el comercio con Suecia y Rusia.
Pero el trabajo con el hierro planteaba otro problema: hasta mediados del siglo XVIII para la fundición del hierro se empleaba leña porque los vapores que desprendía el carbón vegetal no favorecían el adecuado procesamiento del material. Así, con el fin de mejorar la calidad del hierro, se buscaron nuevas técnicas de tratamiento con base en carbón mineral. Como el uso de este mineral fue exitoso, se incentivó la explotación de los yacimientos carboníferos a gran escala.
En la explotación de las minas de carbón fueron utilizados principalmente menores, ya que se podían desplazar con facilidad entre los estrechos túneles, y además su mano de obra era más barata.
El empleo del carbón mineral bajó los costos en la producción del hierro, permitiendo el desarrollo de grandes hornos, y de la siderurgia. Además detuvo la tala indiscriminada de bosques para la obtención de leña. El éxito de las nuevas técnicas para la obtención de hierro, se extendió a otros campos de la vida cotidiana, pues ya no sólo se empleó para la fabricación de máquinas. En efecto, a partir de entonces se reemplazaron los rieles de madera por rieles metálicos; también se remplazaron los antiguos fuelles de cuero, se construyeron depósitos de hierro para almacenar cerveza y las tuberías se siguieron construyendo con este material. En 1779 se hizo el primer puente metálico y, en 1787, navegó el primer barco armado con planchas de hierro remachadas.
La revolución agrícola
Simultáneamente con la Revolución industrial, y favorecida por esta, se dio la llamada “revolución agrícola”, en la que se tuvieron en cuenta dos aspectos: la transformación de las estructuras agrarias y las nuevas técnicas de cultivo. En el siglo XVIII se reformó la propiedad y tenencia de fincas. Esto ocurrió porque las tierras de propiedad de los nobles eran grandes obstáculos para el progreso agrícola, pues había demasiada fragmentación de la propiedad. El Parlamento británico, con la aprobación de las “leyes del cercado”, contribuyó a concentrar la propiedad y a estimular la inversión. En el campo se ensayaron nuevas máquinas, nuevos cultivos y nuevas técnicas, que mejoraron la producción. La productividad aumentó en un 90% a lo largo del siglo XVIII. Muchos pequeños propietarios, al no poder costear las innovaciones, tuvieron que vender sus propiedades y emigrar a la ciudad, engrosando la lista de mano de obra desocupada.
Las segadoras inventadas por McCormick y Hussey (1830), tiradas por caballos, empezaron a sustituir los métodos antiguos. Esta máquina, con solo dos hombres, podía realizar en un día, más trabajo que 20 segadores.
La revolución demográfica
Otro hecho significativo, ocurrido en Europa a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, fue el crecimiento acelerado de la población. De 140 millones de habitantes en 1750 se pasó a 300 millones en 1850, mientras que en Inglaterra la población se cuadruplicó durante el siglo XIX. La población se concentró en las ciudades. Por ejemplo, Manchester, que tenía 25.000 habitantes a comienzos de la revolución, alcanzó los 450.000 a mediados del siglo XIX. Las causas del crecimiento de la población fueron, en gran parte, producto de la Revolución Industrial.
Entre estas causas podemos citar: la mejor alimentación, gracias a los progresos agrícolas; y los avances de la medicina. Las tasas de mortalidad descendieron del 30 por 1.000 en 1780, al 22 por 1.000 medio siglo después. El aumento demográfico, al estimular la demanda de bienes y servicios, constituyó un importante factor del desarrollo económico. El exceso de población en Europa fue una realidad y, para evitar sus inconvenientes, Thomas Malthus propuso el control de la natalidad mediante la limitación drástica de los matrimonios. Pero la solución más eficaz fue la emigración de europeos a otras regiones del mundo. Entre 1800 y 1924, casi 60 millones de europeos cruzaron el Atlántico, más de la mitad de ellos hacia Estados Unidos.
Tabla de incremento de la población europea en el siglo XIX - Tabla de emigración europea a ultramar en el siglo XIX
El obrero y la fábrica
Antes de que se desarrollara la Revolución Industrial, los trabajadores se agrupaban en talleres. Estos generalmente funcionaban en las casas, razón por la cual los trabajadores tenían autonomía en sus horarios y trabajaban a su propio ritmo de producción. Pero, cuando el taller fue sustituido por la fábrica, desapareció la figura del trabajador y apareció la del obrero, quien comenzó a depender totalmente de un patrón.
Como la Revolución Industrial acrecentó la riqueza en las ciudades, los campesinos comenzaron a emigrar hacia ellas, lo cual generó un exceso de trabajadores potenciales. Esta situación fue aprovechada por los patrones para bajar los salarios, de manera que el obrero se convirtió en un "elemento" más de la fábrica, cuyo costo incidía en la rentabilidad de la producción. Muchos periódicos y libros de la época describían las fábricas como lugares oscuros, estrechos y húmedos. La vida dentro de ellas resultaba insoportable: las jornadas de trabajo eran de 16 a 18 horas y las condiciones higiénicas eran pésimas. Los trabajadores no contaban con ningún tipo de protección social. Además, las desventajas del obrero frente al patrón eran tantas, que éste podía reducirle el salario a través de multas injustificadas. Adicionalmente, los empresarios contaban con todo el respaldo del Estado y de la ley.
Como en esta primera etapa de la Revolución Industrial no había leyes que protegieran al obrero, esta situación fue aprovechada por los industriales para contratar mujeres y niños a quienes se les podía pagar mucho menos que a un hombre. Antes de la invención de la máquina de vapor, el trabajo era exclusivo del hombre ya que este poseía una mayor fuerza física. Pero la máquina anuló la diferencia que había entre trabajo y rendimiento, ya que su manejo no dependía necesariamente de la fuerza física; por esta razón, se consideraba que las mujeres y los niños estaban en condiciones de manejarlas.
Mujeres y niños trabajando en una fábrica textil
Por este motivo, los orfanatos de la época se convirtieron en lugares a donde el patrón frecuentemente recurría para conseguir la mano de obra. Hacia 1839 había en Inglaterra cerca de 500.000 obreros, de los cuales sólo el 23% estaba conformado por hombres, el 32% por mujeres y el 45% por niños.
El movimiento obrero
Los movimientos obreros tuvieron su origen en Inglaterra de donde se expandieron por la mayor parte de Europa. Al comienzo, los obreros no veían claro cuál era la causa de la gravedad de sus condiciones laborales y sociales, pero ya en las primeras décadas del siglo XIX, fueron adquiriendo conciencia de su situación y buscaron la manera de luchar de manera eficaz contra la explotación. Una primera etapa de la organización de la lucha obrera estuvo orientada hacia la abolición de las máquinas por parte del Estado, porque provocaban desempleo. Para ello recurrieron al parlamento con el fin de que este dictara leyes que prohibieran el uso de máquinas y también para que se fijara un salario mínimo. Pero el parlamento estaba conformado por latifundistas y representantes de la burguesía, de modo que no prestó mayor atención a estas peticiones.
Como la vía parlamentaria no dio resultados, los obreros decidieron que la mejor forma de solucionar el problema era destruyendo las máquinas. Esta acción recibió el nombre de “ludismo”, porque se basó en las acciones de Ned Ludd, un trabajador británico de Leicestershire, quien hacia 1779 rompió el telar mecánico que manipulaba, por su descontento con la introducción de las máquinas en el sistema productivo. El movimiento comenzó en las últimas décadas del siglo XVIII, y tuvo su momento más importante entre 1811 y 1816. Sin embargo, el gobierno inglés asumió una actitud dura frente al ludismo, y decretó la pena de muerte para quienes dañaran las máquinas o participaran en su destrucción. De igual manera, empleó al ejército para detener las grandes oleadas de obreros ludistas.
Ned Ludd, grabado de 1813 Ilustracion alusiva al Ludismo.
La introducción de moderna maquinaria en la producción de textiles llevó a la ruina a los telares tradicionales. Los artesanos perdieron sus negocios y cayeron en el desempleo, llevándolos a la búsqueda desesperada de una solución a través de la destrucción de las máquinas.
Al mismo tiempo que se desarrollaba el ludismo, aparecieron las primeras organizaciones y asociaciones de carácter sindical, las cuales recibieron el nombre de clubes de obreros o también de cajas de ayuda mutua. Estas organizaciones se constituyeron en un nuevo modo de resistencia obrera. Sin embargo, como muchas de ellas proponían la huelga como medio de lucha, la reacción del gobierno inglés fue igualmente represiva. En consecuencia, el parlamento prohibió las huelgas, las agrupaciones y los sindicatos y amenazó con severas penas, incluida la pena de muerte, a aquellos que incumplieran con las prohibiciones.
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