Carlos V y las guerras italianas
En 1519, la elección como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico de Carlos I de España, lo convirtió en Carlos V, el soberano más poderoso de Europa. Hijo de Felipe de Habsburgo (Felipe el Hermoso) y de Juana de Castilla (Juana la Loca), desde muy joven se halló al frente de un reino extensísimo: de la abuela paterna (María de Borgoña) heredó los Países Bajos, y del abuelo (Maximiliano de Habsburgo) Austria, Bohemia y Hungría; por parte materna (era nieto de los Reyes Católicos) le correspondieron la corona de España (con todas las posesiones americanas, que durante su mandato empezaron a reportar enormes riquezas) y el reino de Nápoles. A ello añadió Borgoña y el ducado de Milán, arrebatados a los franceses. Su sueño era construir un reino universal que, bajo la guía de España, uniese a todos los pueblos cristianos. No obstante, muchos frentes se lo impedirían.
Por un lado, en la propia Alemania, la Reforma protestante iniciada por Lutero en 1519-1521 acabó con la unidad católica; Carlos se mostró inflexible con los príncipes protestantes, a los que exigió primero que retornaran al seno de la Iglesia (Edicto de Worms, 1521) y derrotó luego en la guerra de Esmalcalda de 1546-1547. Aunque finalmente se vio obligado a reconocer la escisión religiosa (Paz de Augsburgo, 1555), mientras el Concilio de Trento (1545-63) iniciaba la “Contrarreforma” en el bando católico.
Por otro lado, en cuanto a su lucha por la hegemonía en Europa, Carlos V tuvo que enfrentarse como paladín de la cristiandad al avance de los turcos, que bajo el reinado de Solimán el Magnífico ganaron terreno por los Balcanes hasta el corazón de Austria (primer asedio de Viena en 1529 y anexión turca de Hungría en 1541), al tiempo que el corsario Barbarroja hostigaba la navegación en el Mediterráneo.
Uno de los frentes más cruentos fue el que protagonizó contra el soberano francés Francisco I de Valois (1494-1547). Su sueño de convertirse en emperador fue abortado por la elección de Carlos V, con quien el monarca francés inició una larga contienda, que duró décadas, y que tuvo como escenario principal la península Itálica. En liza estaban los territorios italianos y, sobre todo, el ducado de Milán, que entre 1512 y 1535 fue objeto de una lucha feroz, hasta acabar en manos españolas.
Para intentar derrotar a Carlos V, Francisco I se alió tanto con los protestantes alemanes como con el “infiel” Imperio otomano. Las continuas guerras motivaron fuertes dificultades financieras a la corona francesa y un aumento considerable de los impuestos.
Las primeras guerras de Italia
Las guerras italianas fueron una serie de conflictos acaecidos entre 1494 y 1559 en los que se vieron implicados los más poderosos estados de Europa occidental e incluso el Imperio otomano. La larga disputa se originó a causa de un desacuerdo acerca de los derechos hereditarios de Francia sobre el ducado de Milán y el reino de Nápoles, que también reclamaban los españoles. Pero pronto el conflicto desembocó en una lucha por el control político del territorio y en una demostración de poder de las grandes potencias del momento.
Por un lado, Carlos VIII de Francia (1470-1498) reclamaba la soberanía del reino de Nápoles, en manos de los españoles. Al no obtener el beneplácito del papa Alejandro VI, emprendió una guerra contra Venecia y el Papado. Finalmente, el rey francés tomó Nápoles por la fuerza. En 1495, Milán, Venecia, el Sacro Imperio Romano Germánico, España y los Estados Pontificios conformaron la Liga de Venecia para enfrentarse al invasor. Tras diversas batallas, Francia y España firmaron un tratado por el que el rey francés renunciaba, de momento, a Nápoles.
El siguiente conflicto se inició en 1499. Luis XII, sucesor de Carlos VIII, reclamó una vez más el ducado de Milán y el reino de Nápoles, que seguían bajo el control español. El rey francés realizó diferentes alianzas con Venecia y ocupó el milanesado con relativa facilidad, puesto que el duque Ludovico Sforza, ante la superioridad del ejército francés, abandonó la ciudad-estado prontamente. No obstante, el duque recurrió a los turcos, con cuya ayuda logró recuperar diversos bastiones del ducado, aunque los mercenarios finalmente lo traicionaron. Francia y España, entonces, unieron fuerzas al decidir repartirse el reino de Nápoles.
Así pues, en 1501 lograron invadir el reino. No obstante, las disputas entre españoles y franceses no tardaron en aparecer, y tras los subsiguientes conflictos, Luis XII cedió su parte del reino a los españoles mediante un tratado que firmaron en 1504. Poco tiempo duró la paz. Cuatro años más tarde, en 1508, se conformó la Liga de Cambrai, con la que el papa Julio II pretendía frenar la expansión de la República de Venecia, bajo el poder de Francia. Tras una serie de enfrentamientos, alianzas y contraalianzas, Venecia se alió con los franceses y derrotó a sus enemigos en 1516.
A este conflicto le siguió el conocido como guerra de la Liga de Cognac. En 1526, el Papado se alió con Francia, Venecia y Florencia para combatir al cada vez más poderoso Carlos V, que tras diversas batallas tomó Florencia y en 1527 saqueó Roma. La paz de Cambrai puso fin, por el momento, a la contienda: Francia debía retirarse de la guerra, España firmó la paz con Venecia y Florencia quedó bajo el gobierno de los Medici.
El saqueo de Roma
En el marco de la disputa por los territorios italianos, la victoria de Carlos V en la batalla de Pavía (1525), que arrasó al ejército francés y en la que se apresó al rey Francisco I de Francia, dejó a España en una situación privilegiada. Un año después, se fundó la Liga de Cognac, que integró los poderes contrarios a Carlos V y a su creciente poder en Europa.
El ejército del imperio español (el imperio español en Europa comprendía los antiguos Países Bajos Españoles: Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, norte de Francia y una pequeña parte de Alemania; algunos territorios del sur y oeste de Francia; algunos territorios del norte y el sur de Italia; Andorra y Portugal), era en la época uno de los más temidos por su superioridad militar debido a la entrega de sus hombres y su excelente preparación; sus técnicas y tácticas militares le dieron fama. El “Gran Capitán”, Gonzalo Fernández de Córdoba, fue el artífice del poderío de los tercios españoles, clave en la expansión del imperio.
No obstante, en ese momento, las vacías arcas de la corona española no podían asumir la soldada (sueldo que se les paga a los soldados), una situación que fue alimentando el descontento en las filas del ejército. Al mando de los más de 45.000 soldados (españoles, alemanes y mercenarios de distintas nacionalidades) se encontraba Carlos III de Borbón, que vio en Roma la solución a sus problemas: si la ocupaba, podría pagar las soldadas y además escarmentar al papa por su apoyo a la Liga de Cognac.
De camino a Roma, las tropas imperiales saquearon diversas localidades italianas, pero pronto llegaron a la ciudad, defendida por tan solo 5.000 milicianos y 500 soldados de la Guardia Suiza del Vaticano. El 5 de mayo de 1527 llegaron a Roma, sedientos de sangre y cargados de odio contra el papa, a quien culpaban de todos sus males. Al día siguiente, atacaron las murallas y Carlos III fue abatido, por lo que el ejército quedó abandonado sin control: el saqueo dio comienzo.
Custodiado por la Guardia Suiza, el papa consiguió refugiarse en el castillo de sant'Angelo, que fue sitiado: el pontífice quedó preso. Violaciones, robos, asesinatos... no se salvaron ni los altos cargos del Vaticano. Tras tres días de sangre y fuego, Jorge de Frudsberg, el oficial al cargo de las tropas del Sacro Imperio, ordenó detener el saqueo, sin demasiados resultados, pues no tenía control sobre los soldados españoles.
El papa se rindió el 6 de junio y accedió a pagar un rescate de 400.000 ducados y la cesión de Palma, Piacenza, Civitavecchia y Módena. Carlos V pidió perdón por la actuación de sus tropas, no se sabe si realmente arrepentido o no, pues el saqueo de Roma lo colocó en una mejor posición si cabe: el papa, temeroso de enfrentarse a él, nunca más se opuso a sus deseos. Roma quedó gravemente dañada, además de las tropelías, muchas obras de arte fueron robadas.
Francia, expulsada de Italia
Tras el saqueo de roma (1527) se llegó a una tregua parcial en el conflicto, que se reanudó poco más tarde durante otras tres décadas. Cuando Francesco María Sforza, duque de Milán, murió en 1535, el futuro Felipe II, hijo de Carlos V heredó el ducado siendo aún príncipe. Francisco I, siguiendo con las hostilidades contra el Imperio español, decidió invadir Milán, pero fracasó. Como respuesta, Carlos V invadió Provenza en 1536, aunque se detuvo al llegar a Aviñón, pues estaba fuertemente fortificado.
Cuatro años más tarde, en 1542, se produjo un nuevo conflicto. En esta ocasión entró en juego el Imperio otomano, pues Francisco I de Francia convenció a Solimán I de unir sus fuerzas contra Carlos V. De esta forma el emperador se centraría en la defensa de sus territorios en Italia, por lo que dejaría el camino libre a las ansias de los turcos de invadir Viena.
Así pues, mediante una alianza contra natura, se decidieron a ocupar territorios de la península Itálica con una flota conformada por naves de las dos potencias. En paralelo, y tras una serie de enfrentamientos, Carlos V y Enrique VIII de Inglaterra, ahora aliados, lanzaron una ofensiva para invadir el norte del país galo. Sin embargo, los enfrentamientos internos que se produjeron en el seno de la alianza hispano-inglesa, sumado al poderío otomano, hicieron que esta empresa fracasara y en 1546 todo volviera a la calma.
En 1547 murió Francisco I y accedió al trono francés su hijo, Enrique II, quien continuó con las hostilidades contra España. Ese mismo año, le declaró la guerra a Carlos V con el objetivo de recuperar sus territorios italianos, pero fracasó. En 1555, Carlos V decidió abdicar y en 1558 falleció. El imperio entonces quedó dividido en dos: por un lado, Felipe II quedó al cargo de la corona española; y por el otro, Fernando I de Habsburgo, hermano de Carlos V, reinó en Hungría y Bohemia, además de recibir en 1558 el título de emperador del Sacro Imperio.
La guerra entre España y Francia continuó durante un año, hasta la derrota francesa en la batalla de San Quintín (1557) a la que siguió, en 1559, la paz de Cateau-Cambrésis, por la que los franceses renunciaban a toda pretensión territorial sobre la península Itálica. Con ello España obtuvo el ducado de Milán y los reinos de Nápoles, de Sicilia y de Cerdeña.
Tras el fin de las guerras italianas, los Austrias se erigieron como la dinastía con más poder en el mundo conocido, en contra de los intereses de Francia. Las ciudades-estado italianas perdieron peso político y económico; fue el principio del fin del dominio que habían ejercido durante la Edad Media y el Renacimiento. Se preparó, de esta forma, el escenario en el que se libraría el siguiente gran conflicto en el seno del Viejo Continente: las guerras de religión de Francia, en las que España volvería a enfrentarse a su eterno enemigo.
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