Enrique VIII y el Cisma anglicano
Aunque en otros países la ruptura con el catolicismo se dio por razones teológicas o dogmáticas, en Inglaterra se produjo porque su rey, Enrique VIII (1491-1547), no conseguía la autorización del papa Clemente VII para divorciarse de su esposa, Catalina de Aragón, ya que quería casarse con Ana Bolena. El problema estaba sobre todo en que Carlos V, emperador del Sacro Imperio y sobrino de Catalina, presionaba al papa Clemente (que al principio estaba a favor de la separación) para que no la autorizara. Tras la negativa del papa, Enrique VIII se autoproclamó Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, con lo que se inició el cisma respecto a la Iglesia de Roma: nacía así la Iglesia anglicana.
Puede que Enrique VIII solo tuviese en cuenta sus intereses a la hora de enfrentarse al papa. No obstante, sus consejeros llevaban cerca de un siglo preparando la ruptura del país anglosajón con la Iglesia católica: figuras como la del teólogo Wyclif y su traducción de la Biblia al inglés habían abonado el terreno.
En contraste con el protestantismo, en el anglicanismo no se dan diferencias doctrinales sustanciales con el catolicismo. La principal diferencia es el no reconocimiento de la autoridad papal, pues es el monarca inglés el jefe de la Iglesia de Inglaterra (Acta de Supremacía de 1534). Enrique VIII utilizó el estatus que le confería el acta para nombrar personalmente a los obispos, cerrar los monasterios y confiscar sus bienes. Numerosos religiosos y políticos ingleses se opusieron a las decisiones de Enrique VIII, y entre ellos seguramente el más famoso fue Tomás Moro (1478-1535). Reputado humanista y canciller del monarca hasta el momento del cisma, su rechazo a firmar el Acta de Supremacía acabó costándole la vida (fue decapitado).
A la muerte de Enrique VIII subió al trono su único hijo varón, el rey Eduardo VI (1537-1553). Sin embargo, su reinado duró pocos años, durante los cuales se redactó el “Book of Prayer” (Libro de Oración Común), que hoy en día sigue siendo el libro de oración oficial de la Iglesia anglicana. A su muerte, el trono pasó a manos de María I Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón. María I Tudor fijó como objetivo principal de su reinado la vuelta al catolicismo, que llevó a cabo de forma represiva, lo que le valió el sobrenombre de María “la Sanguinaria” (Bloody Mary). La reina logró con ello recuperar las buenas relaciones de la monarquía inglesa con el Papado.
A partir de 1558 y con Isabel I en el poder, se conformó definitivamente una Iglesia anglicana a todas luces reformada, aunque moderada, lo que permitió a la reina legalizarla y dar cabida en su seno a un gran número de posiciones teológicas que se acercaban a la doctrina protestante sin radicalidad, una de las características esenciales que ha acompañado a la Iglesia anglicana hasta la actualidad.
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