Culturas negras en Colombia: Música, cantos y ritos
Las expresiones corporales y los cantos polifónicos de las culturas negras están relacionadas con técnicas de ejecución instrumental, prácticas rituales, actividades comunitarias y festividades religiosas y carnavalescas. Un primer listado de ritmos negros, mulatos y mestizos, que incluye cantos y melodías, configura un contexto cultural variado, rico y complejo: cumbia, porro, mento, calipso, mapalé, bullerengue, patacoré, alabao o alabado, danza, contradanza, currulao, bunde, bambuco, fandango, jota, juga, chigualo, pango, makerule, paloteo, chicote, danza del garabato, danza del torito, danza de los gallinazos, danza de los indios espejos y de los indios cabildantes, lumbalú, tamborito, aguabajo, pasacalle, polka, bolero viejo, bambuco viejo, trisagio, romance, salves, arrullo y villancico.
Desde los tiempos de la esclavitud, los negros exhibieron un gran vigor musical. El canto llano o gregoriano persiste entre las comunidades negras del Pacífico colombiano, al igual que una gran variedad de villancicos y salves, lo cual señala una capacidad notable para adoptar y adaptar estas formas musicales europeas. Los alabaos o alabados son un tipo de música espiritual que en el Pacífico representa una interesante adaptación de los cantos religiosos del medioevo europeo
Adaptaciones musicales europeas con polifonías de origen africano dieron origen a los llamados villancicos «guineos», caracterizados por su fuerza rítmica, su belleza expresiva, su libertad de melodías y su amplia espontaneidad, que les permite expresar -en coplas y cantos- las leyendas, mitos e historias propias de sus comunidades. Esta música ejerció una importante influencia en el desarrollo de la barroca latinoamericana, lo que pone de presente que las culturas negras no pueden ser reducidas a danzas, bailes o ritmos: son expresiones más vitales e integradoras.
Las expresiones vocales referencian una connotación cultural procedente de África, pues allí la palabra cantada expresa el hecho de que los instrumentos más usados por un buen número de pueblos son la voz humana y el batir de las palmas. Los cánticos posibilitan la construcción de relatos musicales espontáneos de carácter recitativo, que le dan vida y sentido a otras formas culturales como el baile y la ejecución del tambor, integrados en general por la música.
Los ritmos negros son el fundamento de las ceremonias religiosas, en donde el tambor cumple la función de tender un puente y de acercar los espíritus de los antepasados. En África, tambor, cuerpo, danza, música y canto son medios interrelacionados que procuran trances y éxtasis y permiten la expresión de profundos sentimientos espirituales.
Indudablemente, la tradición negra en Colombia y en otras regiones de América Latina, respecto de la construcción y el toque del tambor, sintió la influencia de las culturas indígenas, grandes diseñadoras de instrumentos de percusión.
Los ritmos e instrumentos de los cantos vallenatos demuestran una de las más ricas asociaciones entre la música y las tradiciones culturales de indígenas, europeos y africanos. Europeo es el acordeón, africano el tambor. Los cantos de tradición indígena, llamados areitos, se mezclaron con la tradición oral de los gritos africanos y con los romances medievales de origen europeo.
En la región del Valle de Upar se confabularon estas manifestaciones para dar pie a la reconocida música vallenata, compuesta por sones de origen caribeño, merengues, paseos, puyas y tamboras. Esta es una música aglutinante, con fines comunitarios, pues de la comunidad deriva su inspiración expresada en mitos, leyendas, dichos, versos de vaquería y cultivo, críticas e historias.
El son vallenato surgió en el Caribe en el siglo XVIII. El son antillano, por ejemplo, se difundió por el Caribe a través del tambor africano y el habla hispana, y llegó a Colombia alrededor de 1920. Hasta 1952 la organología del vallenato se acompañó, además del tambor, de la marímbula o «piano de dedos», que es de procedencia africana y forma parte esencial del son palenquero de San Basilio.
La puya -sátira- es quizás el ritmo y el canto más tradicional del vallenato. Se asocia a cantos de esclavos en los cuales se criticaba y satirizaba al amo, incluso comparándolo con animales. Esto se relaciona con el uso que daban los yorubas a su música. En la tambora, las mujeres entonan el canto; allí la herencia africana se nota cuando a la voz de la cantaora se le interpone un coro masculino. En la tambora la danza es «cautivante», aunque, en la actualidad, muchas se han convertido en cantos vallenatos.
Instrumentos musicales:
En lo referente a instrumentos musicales, se distinguen tres clases: idiófonos (palmetas, guacharaca, guacho y maracas), membranófonos (tambor mayor, llamador y tambora), afrófonos (gaita y caña de millo) y cordófonos (carángano). La marimba ocupó un papel decisivo en la estructuración de bailes negros del Pacífico como la caderona. En la costa Atlántica, específicamente en el área cultural del palenque de San Basilio, al parecer a través del corredor cultural caribeño, se adaptó la marímbula, instrumento asociado «con la sanza africana o mbira» del Congo y África Central. Más conocida como «piano africano» o «piano de dedos», combina resonancia, lengüetas metálicas y vibración, permitiendo el diálogo musical con tambores, clave y maracas, como lo ejecuta el Sexteto Tabalá, notable orquesta del son palenquero de San Basilio, que acompaña con frecuencia los ritos funerarios de lumbalú.
Del carnaval en Tumaco, se recuerda al legendario padre Jesús María Mera, quien a principios del siglo XX obligaba a los negros, bajo pena de excomunión, a lanzar las marimbas al agua por considerarlas instrumentos de satanás. La fabricación de este instrumento, de clara procedencia africana, implica un ceremonial que contempla una notable simbiosis con la naturaleza expresada en la elección cuidadosa de los ciclos lunares, en los cortes precisos, en el secado a la orilla del mar, en el bautismo con aguardiente artesanal y en la permanente afinación con el uso de los rayos solares.
En el palenque de San Basilio utilizan un arco musical, tipo cítara, que se ejecuta por pulsación, frotación o percusión. En las comunidades campesinas, mestizas y afrocolombianas de la región andina (departamentos de Tolima, Huila y Cauca) está el carángano, cordófono tipo cítara tocado por percusión, de scordatura indefinida, que consiste en un tubo de guadua de dos metros con aberturas longitudinales.
Entre los aerófonos, uno de los más típicos es el acordeón diatónico, relacionado sobre todo con la música vallenata, por lo que también se le conoce como vallenato. La chirimía es un aerófono procedente de España, que se ejecuta por insuflación y consiste en una flauta tipo oboe fabricada en madera. La caña de millo es una típica flauta de origen indígena, muy popular entre las comunidades negras y campesinas de la costa Atlántica.
La gaita está hecha en tallo de cardón, con un cabezote o pico fabricado a partir de una mezcla de cera y carbón, y un canuto de pluma de pavo. Presente también en las comunidades negras de la costa Atlántica, la gaita evidencia un origen indígena, con elementos africanos y musulmanes: entre los haussa de Nigeria existe una especie de oboe llamado alghaita, y en la España musulmana se encuentra un oboe moro conocido con el nombre de rhaita.
El conjunto de gaitas, que soporta la danza de la cumbiamba, está integrado por aerófonos indígenas coma la gaita hembra (flauta vertical de cinco orificios) y la gaita macho (flauta vertical de un orificio), por membranófonos africanos como el tambor mayor o alegre y el llamador, por las maracas antillanas y el repertorio de voces.
Las poblaciones negras en América reconstruyeron un «verdadero arsenal» de instrumentos membranófonos; y varios especialistas sostienen que este es su más valioso aporte a la organografía del continente. Esta el bombo, la caja o redoblante, la tambora, los cununos o monomembranófonos de la costa Pacífica colombo-ecuatoriana (propios de la música de marimba), el tambor costeño (tambor mayor o alegre y el llamador en los bailes de parejas en las cumbiambas de la costa Atlántica) y la caja de la música vallenata.
Entre los idiófonos se cuentan los platillos de la chirimía chocoana, la marimba, las maracas de influencia antillana, el guasa en el conjunto de marimba del Pacífico, la marímbula, la guacharaca del vallenato y el güiro cubano.
Este panorama instrumental generó asociaciones rítmicas y melódicas evidentes en conjuntos «populares» que sirven de soporte musical a las más variadas expresiones dancísticas y musicales. Sobresalen en este ámbito la papayera, el conjunto de gaitas, el vallenato, la marimba y la chirimía chocoana, entre otros.
Muerte y naturaleza: ritos fúnebres
En las comunidades negras la vida y la muerte forman un ciclo íntimo y cercano, un ritmo que fluye de manera permanente, por lo que la muerte, más que un dolor moral, es un paso más del andar del cuerpo social colectivo. Desde el lumbalú palenquero hasta las novenas del Pacífico, la funebria negra conjuga, de manera intensa, la poderosa fuerza expresiva del canto, de la voz triste y lastimera, la solidaridad comunitaria o colectiva, la capacidad comunicativa de los tambores, el baile, la gastronomía y los aguardientes artesanales e industriales.
Hombres y mujeres bailan todas las noches alrededor del difunto, al son de los tambores, para recordar la vida del que se ha ido y permitir que su alma parta del mundo terrenal sin mayores dolores o traumatismos. La comunidad se une en un solo propósito: festejar la muerte, que no puede desligarse de la vida. Aunque los ritos fúnebres buscan asegurar la partida del difunto, de tal manera que no se convierta en un «alma errante», también tienen como meta preservar el recuerdo de quien pasa a constituir un antepasado importante de la familia extendida y de la comunidad.
La muerte es una ocasión propicia para recrear la cotidianidad, y ello se expresa con vigor al recordar y teatralizar la vida del difunto mediante la añoranza de sus bailes, bebidas y comidas preferidas, los chismes y las anécdotas. Al no ser la muerte un dolor moral por excelencia, dejar de participar en sus ritos conlleva una sanción.
En las comunidades negras, el suceso de la muerte manifiesta una comunión social y vital con la naturaleza. Estos colectivos han construido un profundo saber ritual y mítico de las propiedades de la flora y de la fauna, para estructurar una poderosa medicina tradicional agenciada por magos, hechiceros y curanderos.
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