Primera Guerra Mundial: Final
La fase mundial de la guerra
Desde finales de 1916, ante el descontento social y el peligro de un rompimiento en la unidad nacional, las autoridades militares de los países en guerra intensificaron la búsqueda de una solución final entendida como la derrota definitiva del enemigo, ya que ninguno de los contendientes se resignaba a aceptar una paz negociada sino que buscaban un triunfo completo, y dificultaban así la posibilidad de poner fin a la contienda. En 1917 se produjo un giro en el desarrollo de la guerra. En primer lugar, se cerró el frente oriental por el retiro de Rusia de la guerra tras el triunfo de la revolución bolchevique, y en segundo lugar, los Estados Unidos entraron al conflicto del lado de las potencias aliadas, con todo su potencial industrial y sus recursos bélicos y humanos.
Influencia de la Revolución Rusa en el nuevo rumbo de la guerra
En febrero de 1917 estalla en Rusia un movimiento revolucionario que derriba al régimen zarista y se instala enseguida un gobierno provisional, circunstancia que da un nuevo giro a la Gran Guerra. A partir de entonces, los acontecimientos de la Revolución Rusa provocaron en todos los países beligerantes un notable aumento de movimientos sociales a favor de la paz en los que participó principalmente la clase obrera. Ante su impotencia para poner fin a la guerra, los trabajadores ejercieron la presión de las huelgas buscando manifestar su descontento y desesperación a los gobiernos correspondientes.
Los movimientos huelguistas se presentaron en diferente grado de intensidad de acuerdo con las características específicas de cada nación; los más graves ocurrieron en las Potencias Centrales, donde ya había comenzado un proceso de revoluciones internas, pero las protestas obreras se manifestaron también en Gran Bretaña y Francia, países en donde los partidos socialistas habían intentado mantener la estabilidad interna frenando aquellas huelgas que ocurrían en forma espontánea y sin control sindical, pero en las que se dejaban sentir también la influencia de la Revolución Rusa y los avances del socialismo. Esas circunstancias convencieron a los socialistas de Europa occidental de la necesidad de convocar a un nuevo congreso socialista internacional en el que se discutiera la manera de poner fin a la guerra.
En la primavera de 1917, ante la amenaza que representaba el avance del socialismo para la paz interna de los países contendientes, muchos políticos, tanto de las Potencias Centrales como de la Entente, trataron de restablecer la paz por medio de negociaciones secretas entre las naciones comprometidas en la contienda. Pero los esfuerzos pacifistas fracasaron porque en los medios políticos predominaban personas interesadas en que su país alcanzara una victoria total sobre sus enemigos, con los correspondientes beneficios: la obtención de territorios e indemnizaciones de guerra sobre los vencidos.
A pesar de que las negociaciones de paz fracasaron en general, la situación política de Rusia la habría de obligar a retirarse del conflicto armado. Después del derrocamiento del zar, la Revolución Rusa tomó un nuevo giro debido a que el gobierno provisional establecido al triunfar la revolución de febrero fue incapaz de dar solución a los graves problemas sociopolíticos. Se presentó entonces la oportunidad para que los bolcheviques, que constituían el sector radical del socialismo, encabezaran un nuevo movimiento armado que derrocó al gobierno provisional en octubre de 1917. Una vez en el poder, bajo la fuerte presión de las masas populares y ante el peligro de ser derrocados por sus enemigos políticos, los bolcheviques se vieron obligados a retirar a Rusia de la guerra, para lo cual firmaron por separado un tratado de paz con Alemania -el Tratado de Brest-Litovsk celebrado el 3 de marzo de 1918-, no obstante las desventajosas condiciones que impuso el gobierno alemán al obligar a Rusia a ceder los territorios de Polonia y los países bálticos. Pero el Tratado de Brest-Litovsk, que parecía favorecer a las Potencias Centrales, llegaba demasiado tarde para ellas, puesto que desde hacía casi un año los países de la Entente tenían un nuevo y poderoso aliado: Estados Unidos.
Participación de Estados Unidos en la Gran Guerra
En abril de 1917, después de haber fracasado en sus intentos por conseguir la paz entre los países europeos mediante la vía diplomática, el presidente Wilson justificaba ante el pueblo estadounidense la decisión de entrar en la guerra con el propósito de que "triunfaran la justicia, la democracia, la soberanía nacional y la libertad de los mares" (esto último apoyado en el hecho de que los alemanes habían hundido barcos británicos en los que viajaban ciudadanos estadounidenses). Además, Wilson había sido advertido por los servicios de inteligencia británicos acerca de un telegrama enviado al gobierno de México por Arthur Zimmermann, ministro alemán de Relaciones Exteriores, quien proponía a este país una alianza para "hacer la guerra y la paz juntos" con la promesa de que, en caso de triunfar Alemania, México recuperaría los territorios perdidos en la guerra con Estados Unidos (1846-1848). Ante estas provocaciones del gobierno alemán, Wilson no necesitó mayores pretextos para entrar en la contienda. El 2 de abril de 1917, el Congreso de Estados Unidos aprobaba la declaración de guerra y la participación de todas sus fuerzas armadas, como país asociado a la Entente; es decir, se reservaba el derecho de retirarse de la guerra si así convenía a sus intereses.
Con la intervención de Estados Unidos se rompió el equilibrio de fuerzas en favor de la Entente gracias a los diversos recursos que aportó no sólo en forma directa, como armamento y tropas, sino indirectamente a través de la presión económica que ejerció sobre los países enemigos, ya que embargó las exportaciones de éstos e incrementó para los Aliados el crédito público y privado. A la participación de Estados Unidos se agregaba, en consecuencia, la de algunos países latinoamericanos (Cuba, Panamá y Brasil) sometidos a la influencia económica estadounidense, los cuales abandonaron su neutralidad en favor de los Aliados. China, Grecia y Portugal declararon también la guerra a Alemania.
En enero de 1918, el presidente Wilson presentó ante el Senado de su país un documento en el que definía los objetivos bélicos de su gobierno. En dicho documento, que constaba de catorce puntos (lo cual dio origen al nombre con el que se le conoce), se planteaban las medidas propuestas para lograr una paz justa y duradera, basada en el principio de autodeterminación de los pueblos, que beneficiara no sólo a los países vencedores sino también a los vencidos. En síntesis, Wilson proponía suprimir todo tipo de diplomacia secreta, además de buscar la libertad de los mares y la reorganización de Europa basada en el principio de soberanía nacional. Para Austria-Hungría y los pueblos no turcos del antiguo Imperio Otomano, Wilson proponía solamente "bases más amplias para un desarrollo autónomo". Los Catorce Puntos culminaban con una propuesta para crear una Sociedad de Naciones que garantizara, tanto a los países grandes como a los pequeños, una seguridad efectiva.
Los Catorce Puntos de Wilson no fueron del completo agrado de los países europeos involucrados en el conflicto. Para las potencias de la Entente equivalían a una anulación de los acuerdos de los Aliados sobre los objetivos de la guerra, los cuales se encaminaban a la obtención de territorios que se quitarían a los vencidos y se repartirían entre los vencedores como botín, y porque las propuestas de Wilson sobre la libertad de los mares ponían en entredicho el dominio marítimo de Inglaterra. Por otra parte, en un principio las Potencias Centrales consideraron inaceptables los Catorce Puntos porque exigían la cesión de los territorios de Alsacia y Lorena y de algunas regiones polacas, aparte de que ponían la democratización del Estado alemán como primera condición para la apertura de conversaciones de paz, con lo cual se alentaba la rebeldía de los partidos socialdemócratas alemanes. Sin embargo, para las Potencias Centrales se abría la posibilidad de demostrar su voluntad de poner fin a la guerra y lograr una posición ventajosa cuando llegaran a celebrarse los tratados de paz con los países occidentales, a pesar de que no estaban dispuestos a renunciar a sus objetivos de guerra en las regiones orientales de Europa, más alcanzables gracias al Tratado de Brest-Litovsk.
El tratado con la Rusia revolucionaria colocaba a Alemania en una situación favorable para realizar su expansión hacia el este, y se constituyó en un motivo de gran preocupación para los Aliados, que decidieron intervenir militarmente en Rusia respaldando al Ejército Blanco que se oponía al gobierno bolchevique. La situación se volvió tan grave para el nuevo gobierno ruso que decidió pedir ayuda a las Potencias Centrales, medida que implicó el establecimiento de acuerdos adicionales al Tratado de Brest-Litovsk que aun cuando sacrificaban todavía más a Rusia restándole territorios, le reportaban una relativa seguridad contra una posible intervención alemana mientras que, por otro lado, le brindaban ayuda militar contra las fuerzas aliadas de Occidente.
Etapa final
Tras la retirada rusa, los alemanes concentraron sus fuerzas en el frente occidental. El 21 de marzo de 1918, siguiendo un plan trazado por el general Erich Ludendorff, jefe del Estado Mayor alemán, las tropas del II Reich que dirigen los generales Georg von der Marwitz, Oskar von Hutier y Otto von Below desencadenan una gran ofensiva en el frente occidental (operación Michael), en Picardía, contra las fuerzas británicas mandadas por los generales Julian Byng y Hubert Gough. La acción, que no ha logrado en la historia un consenso en lo que se refiere a su nombre (Kaiserschlacht para los alemanes, 2ª batalla del Somme para los británicos, 2ª batalla de Picardía para los franceses), terminará el 5 de abril con el éxito táctico alemán, pero sin mayor trascendencia en el desarrollo de la guerra. La serie de ofensivas apuntaban hacia la victoria en Occidente, antes de que los norteamericanos llegaran con toda su fuerza. Pese al éxito inicial, los alemanes fracasaron.
Tras quedar frenada la ofensiva del Ejército alemán sobre París, ordenada por el general Erich Ludendorff, ejecutada el 15 de julio y que ha provocado la segunda batalla del Marne o de Château-Thierry, el nuevo mariscal aliado Ferdinand Foch, al frente de las tropas francesas, marroquíes y estadounidenses, emprende el contraataque, el 18 de julio, que se prolongará hasta el 6 de agosto. El 8 de agosto, lo siguió Haig cerca de Amiens, junto al río Somme, en el que se emplearon por primera vez en forma masiva "carros de combate" (tanques de guerra), los cuales permitieron infligir al ejército alemán una derrota de la cual ya no pudo reponerse, y obtuvieron finalmente la victoria en la segunda batalla del Marne en el mes de agosto.
Mientras tanto, los ingleses habían invadido el Cercano Oriente y los italianos vencían a los austriacos. De ahí en adelante los aliados golpearon al enemigo sin piedad y penetraron la línea de Hindenburg entre los días 27 y 30 de septiembre en la que se emplearon más de un millón de hombres de las fuerzas armadas estadounidenses, mientras que en los Balcanes las tropas aliadas habían conseguido la derrota de Bulgaria. El 28 del mismo mes de septiembre, el alto mando militar alemán, encabezado por Lüdendorff, propuso una oferta de armisticio y paz al presidente Wilson, recomendando al mismo tiempo a las autoridades políticas de Alemania la inmediata formación de un gobierno parlamentario sobre amplia base nacional; Austria se había rendido desde el 15 de septiembre y poco después le siguió Turquía, derrotada por las fuerzas inglesas en Palestina. En octubre la escuadra alemana se amotinó, tras lo cual vino la revolución y la abdicación del káiser Guillermo II que se refugió en Holanda. El 11 de noviembre de 1918, representantes alemanes y de las potencias aliadas firmaron en Francia, en el interior de un vagón de ferrocarril situado a las afueras de París, el armisticio que le fue concedido en condiciones muy severas, que puso fin a la Gran Guerra.
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