Asia, África y Oceanía en el siglo XIX
En el siglo XIX, el mundo asiático experimentó muchas transformaciones. Entre las más importantes se encuentran la decadencia del Imperio chino y la modernización de Japón.
La decadencia del Imperio chino
A finales del siglo XVIII, la población del Imperio chino creció de manera considerable y contaba con una economía enorme. Sin embargo, la incapacidad de sus emperadores y el hermetismo hacia los cambios, provocaron su decadencia. En el aspecto administrativo, el imperio carecía de la cantidad de funcionarios para administrar todo el territorio. En el campo económico, la falta de un presupuesto nacional y la autonomía de los gobiernos locales afectaron los ingresos del Estado. Entonces, el gobierno central tuvo que reducir gastos y vender los cargos públicos, lo que generó problemas de corrupción. Asimismo, los sectores más pobres fueron agobiados por la pobreza, las hambrunas y las epidemias.
Estos factores sirvieron para desencadenar rebeliones que se extendieron por todo el imperio. Entre 1796 y 1901, se produjeron por lo menos seis rebeliones en todo el imperio, siendo las más importantes la del Loto Blanco (1796-1804) y la de Taiping (1850-1864). En esta última su líder, Hong Xiuquan, decretó medidas como la abolición de la propiedad privada, la igualdad de los sexos y la prohibición del opio y los juegos de azar. Apoyado por las potencias europeas, el gobierno de la dinastía Qing aplastó la rebelión, dejando más de veinte millones de muertos.
La apertura forzada de China al extranjero
Aunque desde el siglo XVIII China tenía contactos comerciales con países extranjeros, principalmente con Inglaterra, estos eran bastantes restringidos y controlados por el gobierno imperial. Estas medidas no eran bien vistas por los británicos ni por las demás potencias europeas. En la búsqueda de eliminar las restricciones comerciales, Inglaterra se enfrentó contra China en la Guerra del Opio (1839-1842). En esta, China fue obligada a abrir sus fronteras al comercio y a las misiones extranjeras, lo que quebrantó la débil fortaleza del imperio.
La dinastía Qing, llamada también la dinastía Manchú, fue la última dinastía imperial China. Dominó entre 1644 y 1912, año en que se estableció la República China. Tuvo su capital en Pekín (Beijing) desde sus orígenes hasta la abolición de la monarquía.
La modernización de Japón en el siglo XIX
Entre 1605 y 1854, Japón fue una sociedad autárquica y feudal, aislada del contacto con otros pueblos. Desde 1630, el shogunato Tokugawa o jefatura militar del emperador impidió la difusión del cristianismo, el intercambio comercial con otros países y el viaje al exterior de sus habitantes. Para 1850, las potencias europeas y Estados Unidos estaban interesados en la apertura comercial de las fronteras japonesas. En 1853, una flota de guerra estadounidense llegó a sus costas con la misión de conseguir un acuerdo comercial entre Estados Unidos y Japón. Al año siguiente, se firmó el Tratado de Kanagawa, por medio del cual quedaron abiertos dos puertos japoneses al comercio marítimo con Estados Unidos.
Pronto, las potencias europeas solicitaron ventajas comerciales similares. En 1867, la presencia extranjera desencadenó una guerra civil en la cual triunfaron los partidarios de la apertura de las fronteras con el apoyo de las potencias extranjeras. El nuevo emperador, Mutsuito, recuperó el poder imperial que estaba en manos de la familia Tokugawa, e inició el proceso de modernización japonesa, conocido como Restauración Meiji.
La restauración Meiji
Este proceso modernizador comprendió el fin de la sociedad feudal, la consolidación de la apertura comercial y la occidentalización de Japón. Los extranjeros fueron invitados a modernizar los transportes y las comunicaciones de la isla, y a establecer nuevas industrias. Gran número de japoneses fueron a Estados Unidos y Europa para aprender de sus instituciones políticas, organizaciones militares y sistema de enseñanza, los cuales copiaron juiciosamente. Así, tomaron de Prusia e Inglaterra la organización del ejército y la marina, respectivamente; de Francia e Inglaterra, copiaron el sistema de organización política democrática, pues establecieron una constitución y una monarquía constitucional en 1889. Para finales del siglo XIX, Japón era una potencia industrial con gran incidencia en el océano Pacífico. Esto quedó demostrado con sus triunfos frente a China en 1894, y Rusia, en 1904.
Otras culturas de Asia
En otros lugares de Asia oriental, el sudeste asiático y la península de Indochina se desarrollaron importantes culturas, las cuales despertaron el interés de las potencias imperiales.
Corea: Durante el siglo XIX, el reino de Corea fue gobernado por la dinastía Joseon, instituida desde 1392. Se caracterizó por no realizar ningún proceso de modernización, económico o técnico, lo cual la convirtió en presa fácil de las potencias imperiales. Es así como Japón, luego de derrotar a China en la guerra de 1894, ocupó el reino de Corea y lo convirtió en su colonia.
La península de Indostán: La península de Indostán fue colonizada por los ingleses desde mediados del siglo XVIII, cuando se instauró la modalidad de protectorado en la región de Bengala. Desde allí, y en menos de cien años, los ingleses conquistaron la mayor parte de la península. Para 1850 los únicos reinos nativos que mantenían una relativa independencia de naciones extranjeras eran Mysore, Nizam y Rajputana.
Sureste asiático: A principios del siglo XIX, tres reinos dominaban el sureste asiático: Birmania, Vietnam y Siam. Sin embargo, los dos primeros estaban en plena decadencia y fueron sometidos rápidamente por los británicos y los franceses. En contraposición, Siam no cayó ante las incursiones coloniales gracias a la labor diplomática de la dinastía Chakri, la cual hizo una intensa labor diplomática para evitar la colonización e invasión de sus territorios.
El descubrimiento de Oceanía
Aunque para el siglo XVII algunos exploradores europeos habían observado algunas islas de la Melanesia, Micronesia y Polinesia, estas zonas permanecieron casi desconocidas. No fue sino hasta finales del siglo XVIII cuando exploradores como el británico James Cook y el francés Jean-François Galaup descubrieron que en esta zona existían un sinnúmero de islas que estaban habitadas.
Las exploraciones mostraron que los habitantes de estas islas se organizaban en pequeños reinos como el de Tahití y el de Hawái, o en formas tribales como las de Papua. A estas tierras llegaron los misioneros detrás de los exploradores y buscaron dominar las jefaturas indígenas. La expansión cristiana, generalmente protestante, había comenzado por Tahití en 1797, y tenía la intención de destruir lo que consideraba salvaje.
Durante el siglo XIX, las potencias de Occidente colonizaron estas islas, lo que causó graves traumatismos entre la población nativa: muchos murieron a causa de las fuerzas militares de los conquistadores o por las enfermedades que ellos traían.
Las culturas africanas antes del siglo XIX
Entre los siglos XII y XVI, África vivió una época dorada, pues se consolidaron poderosos reinos con un gran desarrollo económico y cultural. Pero a finales del siglo XVI, la expansión europea y musulmana causó un proceso de decadencia que culminó con la repartición imperialista del continente a finales del siglo XIX. Entre 1890 y 1910, las potencias europeas conquistaron, ocuparon y sometieron a un continente cuyo territorio estaba gobernado por sus dirigentes autóctonos.
Los pueblos africanos se negaron a la imposición y defendieron su soberanía y su independencia, su religión y sus formas de vida tradicional. Pese a la resistencia, la colonización destruyó las formas auténticas de vida de los países africanos, quebró sus tradiciones culturales y los obligó a trabajar no para sí mismos sino para el desarrollo europeo.
En su conjunto, los pueblos del África subsahariana o África negra se caracterizaron por:
- Tener un sistema político monárquico generalmente hereditario.
- Desarrollar economías de tipo agrícola y ganadero, cuyos productos se comercializaban con los europeos y musulmanes.
Pese a tener algunas características generales, los pueblos y culturas que albergó el continente africano fueron muy distintos. Por esto, muchos investigadores han dividido el territorio africano en cuatro grandes zonas geográficas:
- África Occidental: fue la zona cuyos pueblos tuvieron más contacto con las culturas europeas y musulmanas. Se dividía en dos regiones: Sudán Occidental y golfo de Guinea. La primera se caracterizó por albergar importantes reinos negros que profesaban el islamismo como Futa Djalon, Futa Toro y Bondú. La segunda fue dominada por dos estados guerreros: la confederación Ashanti y el reino de Dahomey.
- África central: fue dominada por la cultura bantú. Sus habitantes se dedicaban a la pesca, la caza y las actividades mineras. Para el siglo XIX existían allí importantes reinos como Luba-Lunda y Rwanda.
- África del Sur: a principios del siglo XIX, esta región se encontraba dominada por tres culturas: los bantús, los hotentotes y los bóers.
- África oriental: hacia finales del siglo XVIII, el reino más representativo de esta zona fue el de Etiopía. En la isla de Madagascar, territorio poblado por una población negro-malaya, se ubicaron dos grandes reinos: Sakalava e Imerina.
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