Régimen de Stalin en la Unión Soviética
Aunque ideológicamente opuesta a las dictaduras de Mussolini y Hitler, también Rusia estableció un régimen dictatorial y totalitario durante el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial. Tras la muerte de Lenin, en 1924, dirigentes como Stalin, Trotsky, Kamenev y Zinoviev, se disputaron la sucesión en el poder. Fundamentalmente entre Trotsky y Stalin que tenían caracteres y posiciones políticas diferentes.
Liev Davídovch Bronstein, llamado Trotsky, el intelectual, gozaba de gran prestigio por haber sido organizador del ejercito rojo. Defendió la idea de una revolución permanente, que intentaba extender la revolución socialista fuera de Rusia. Concebía el partido como una organización en la que debían tener cabida las diferentes corrientes de opinión sobre la construcción del socialismo. Iósif Visariónovich Dzhugacgvili, conocido como Stalin, quien había sido nombrado Secretario General del Partido en 1922, en cambio, no admitía debates internos ni desviaciones de las directrices oficiales en el partido. Defendió, además, que había que dedicar toda la energía a construir el socialismo en un solo país, Rusia, como paso previo a una posible internacionalización posterior. La imposición de Stalin sobre el partido, a finales de la década de los años veinte, logró consolidarse frente a sus antiguos compañeros, a quienes persiguió e incluso expulsó del país. Stalin impuso su triunfo definitivo sobre Trotsky; después de que en 1925 éste fuera destituido de su cargo como comisario de Guerra y expulsado del Politburó en 1926, Stalin le envió al exilio a Asia central en 1928 y fue desterrado de la Unión Soviética en 1929.
Una vez seguro en el poder, Stalin instauró el culto a la personalidad de Lenin, y a la de él mismo, y se dispuso a “construir el comunismo” al tiempo que buscaba promover la industrialización de la Unión Soviética. Para el logro de esos objetivos, Stalin aplicó estrictas medidas e implantó un régimen de terror en contra de quienes se opusieran a su política.
El Estado soviético adquirió bajo Stalin una forma totalitaria que el dirigente justificaba apoyándose en la idea marxista sobre la “dictadura del proletariado” como fase transitoria entre la revolución y el establecimiento definitivo del comunismo. Pero en realidad no era el proletariado sino Stalin y sus colaboradores más cercanos al Partido Comunista quienes habían impuesto una dictadura férrea que sacrificaba a los obreros al imponerles una disciplina muy severa con el propósito de dar cumplimiento a las metas fijadas para “socializar” la economía de Rusia.
El terror del régimen estalinista
Una de las características de la dictadura de Stalin fue el recurso del terror como medio de imponer sus planes, que colocaron a la sociedad rusa en un clima de angustia permanente. Para conseguir último objetivo utilizó la policía política NVKD, ordenó "purgas" entre los antiguos dirigentes y el traslado de cientos de miles de personas a campos de concentración (gulags) en Siberia, para que realizaran trabajos forzados.
Aunque el terror persistió durante todo el régimen de Stalin (terminó con su muerte en 1953), alcanzó su máxima expresión en el periodo de 1935 a 1940, cuando las grandes purgas llegaron a niveles sin precedentes con el encarcelamiento, la deportación o la simple eliminación física de más de 6 millones de personas —dirigentes del Partido Comunista y miembros de la administración, el ejército, la industria y los círculos intelectuales— no sólo dentro de la Unión Soviética, sino también en el extranjero (asesinato de Trotsky en México en 1940).
La economía planificada y los planes quinquenales
En diciembre de 1927, el XV Congreso del Partido Comunista inició el desmantelamiento de la NEP al definir el primer plan quinquenal. En 1928, Stalin lanzó un programa de colectivización agraria y desarrollo industrial que sustituyó a la NEP (Nueva Política Económica) de Lenin. Se trataba de una economía planificada, dirigida por el Comité de Planificación Estatal (el GOSPLAN creado en 1921), cuyos objetivos básicos eran transformar la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) de un país agrícola en una potencia industrializada, llevar a cabo la completa colectivización de la agricultura, y transformar de una manera profunda la naturaleza de la sociedad rusa. Sin embargo, en la práctica el objetivo prioritario fue la industria pesada y de armamento, la producción de bienes de consumo y la agricultura quedaron relegadas a segundo término.
El GOSPLAN se encargó de elaborar cada cinco años planes en que se fijaban las cantidades a producir, precios y salarios, las necesidades de materias primas, energía, maquinaria y recursos humanos en función de los objetivos trazados en cada plan. Los planes quinquenales tenían carácter obligatorio y abarcaban todos los sectores de la economía bajo control del Estado, lo cual implicaba la eliminación del sector privado ya que una de las metas de Stalin era que la propiedad de los medios de producción pasara a manos de la colectividad.
Antes de 1939 se pusieron en práctica tres planes quinquenales en la URSS. El primer Plan Quinquenal (1928-1932) tenía como objetivo primordial la creación de la propiedad colectiva de la tierra y la modernización de la agricultura; además, daba fuerte impulso a la fabricación de bienes industriales, principalmente de la industria pesada y la producción de energía. El carbón, el petróleo y la electricidad duplicaron su producción. El desarrollo del primer plan fue acompañado de una gran campaña publicitaria que exaltaba el heroísmo de los obreros más productivos, a los que se estimulaba de diversas maneras, hecho que se conoce con el nombre de estajonovismo.
El Segundo Plan Quinquenal (1933-1937), que se centró en la educación bajo control estricto del Estado, pretendía formar los técnicos y profesionales que requería la aplicación del programa económico. El Tercer Plan Quinquenal (1938-1941) estuvo orientado a la fabricación acelerada de armamento para fortalecer la defensa del país ante las amenazas agresivas de la Alemania de Hitler, pero este plan no logró cumplirse en su totalidad ya que fue interrumpido al dar comienzo la Segunda Guerra Mundial. Desde 1939, las prioridades productivas de la Unión Soviética se orientaron al esfuerzo bélico, pero los éxitos de la planificación habían convertido ya a la Unión Soviética en un país industrializado y en una potencia económica dentro del contexto internacional, a pesar de los costes humanos.
Las consecuencias de esta economía planificada fueron las siguientes: industrialización a gran escala, gran desarrollo económico, ampliación de la red de cooperativas de distribución y almacenamiento, práctica desaparición del comercio, imposibilidad de existencia del sector privado por interdependencia de las empresas y control del Estado sobre toda la industria, la producción, el ahorro, la inversión, el consumo, los precios, los salarios, materias primas y medios de transporte. El programa tuvo tal éxito que superó las cifras de crecimiento industrial alcanzadas por los países occidentales en ese periodo; entre 1928 y 1938, la producción soviética de hierro y acero se cuadruplicó, la de carbón se multiplicó tres y media veces. Las cuatro quintas partes de toda la producción industrial rusa procedían de las instalaciones construidas en los diez años precedentes.
Pero en agricultura los planes quinquenales no tuvieron tan buenos resultados. En el nuevo panorama agrícola de la Unión Soviética se abolió la propiedad privada y la explotación de la tierra se organizó en dos tipos: se establecieron granjas estatales llamadas sovjoses, que empleaban mano de obra asalariada y grandes granjas colectivas o koljoses, controladas por el Estado, que eran la mayoría, cultivadas por los campesinos en forma conjunta utilizando tecnología proporcionada por el Estado. Cuando se vendían las cosechas, cada individuo de la granja recibía su parte de las ganancias de acuerdo con el trabajo que hubiese ejecutado, y no según sus necesidades como en teoría debía corresponder a un sistema comunista.
La colectivización agraria fue el medio utilizado por el régimen de Stalin para conseguir una gran producción de materias primas y productos de exportación que permitiera equilibrar las importaciones de la maquinaria requerida en la industrialización, lo cual significaba que el notable desarrollo de la industria estaba financiado por la agricultura. En 1936, el proceso de colectivización del campo había terminado, alcanzando a 245 mil granjas y 90% del campesinado. La oposición de los campesinos, sobre todo de los kulaks (“puños” en ruso) —que eran los más prósperos y se negaban a abandonar su parcela privada de tierra y a entregar al gobierno los productos de las cosechas—, fue vencida por la fuerza y se desencadenó una severa represión al grado de realizar ejecuciones en masa contra de los que se oponían a cumplir las órdenes gubernamentales. Los campesinos se rebelaron y muchos de ellos fueron enviados a campos de concentración (gulags) en Siberia, para que realizaran trabajos forzados.
Lo peor ocurrió en 1933, cuando el hambre sucedió a las matanzas y deportaciones en masa. En siete años, en la Rusia europea desaparecieron cinco millones de familias. Poco después Stalin acusó a sus partidarios de cometer excesos. Posteriormente declaro que la colectivización fue una prueba tan dura como la Segunda Guerra Mundial. Bajo este régimen de terror, Stalin cumplió con el objetivo de colectivizar la agricultura, pero no logró un rendimiento en la producción que diera completa satisfacción a los enormes requerimientos de la población de la Unión Soviética, lo cual habría de representar un obstáculo para el desarrollo de esta extensa nación.
Efectos sociales de la economía planificada
La industrialización en la Unión Soviética, como antes en otros países, se llevó a cabo a costa de un gran sacrificio de la población. No era sólo que los kulaks perdiesen la vida, o que otras personas consideradas enemigos del sistema fueran enviadas a campos correccionales. Se requería que todos aceptasen un programa de austeridad y abnegación, prescindiendo de los mejores alimentos, viviendas y otros artículos de consumo que podrían haberse producido, a fin de crear la riqueza y la industria pesada del país. El plan requería de trabajo duro y salarios bajos, y el pueblo vivía con la esperanza, alimentada por la propaganda del régimen, de que en el futuro, construidas las industrias básicas, mejorarían sus condiciones de vida y habría más oportunidad para el ocio.
Tal como se llevó a cabo en los planes quinquenales, el socialismo puso fin a algunos de los males que había generado la incipiente industrialización del régimen zarista. No había desempleo ni altibajos en la economía; en las fábricas no se explotaba el trabajo de las mujeres ni de los niños, y tampoco había una situación de miseria, excepto en transitorias circunstancias de escasez de alimentos. Pero tampoco se había alcanzado la igualdad económica que supuestamente traería consigo el socialismo; aunque no existía un grupo de oligarcas que concentrara la riqueza, las diferencias en los ingresos de la población eran muy grandes. Los altos funcionarios del gobierno, directores, ingenieros, y los intelectuales favorecidos por el régimen, recibían las más elevadas retribuciones y podían llegar a tener pequeñas fortunas mediante la compra de bonos del Estado o acumulando posesiones personales, aunque no podían ser dueños de ningún capital industrial.
Por otra parte, no desapareció la competencia; al contrario, el gobierno se encargaba de fomentarla publicando los éxitos de quienes lograban aumentar el rendimiento de su trabajo e incrementar sus salarios. Los obreros de todo el país empezaron a batir marcas de todo tipo y fueron llamados “héroes del trabajo” en lo que el régimen consideraba como “una nueva y superior etapa de competencia socialista”. Pero no solamente los trabajadores estaban bajo la presión de la competencia, sino también sus dirigentes; un director de fábrica que no alcanzaba el ingreso neto programado, o no lograba cumplir su cuota de producción, no sólo podía perder su trabajo sino también su posición social o incluso su vida. Un mal uso de los recursos asignados a una fábrica se consideraba como traición hacia los obreros soviéticos y despilfarro de la riqueza de la nación.
Hacia finales de la década de 1930 parecía que la vida comenzaba a ser menos dura. En 1935 se abolió el racionamiento alimenticio y en las tiendas soviéticas de venta al por menor empezaron a aparecer algunos productos de la industria ligera. Los niveles de vida estaban, por lo menos, como los de 1927 y con buenas perspectivas de sucesivos crecimientos en el futuro. Pero la necesidad de los preparativos de guerra interrumpió de golpe el proceso de bienestar social prometido por el régimen.
Las depuraciones políticas
Las deportaciones, los asesinatos y las torturas y juicios arbitrarios fueron constantes durante la época estalinista. Era una dictadura del terror cuyo instrumento era el NKVD (Narody Komissariat Vnutrennikh, Comisariado Popular de Asuntos Internos) o policía política, creada en tiempos de la guerra civil, pero ahora con un poder omnímodo sobre la sociedad y el partido, aunque también estaba sujeta a las depuraciones de Stalin. Mientras, la nomenklatura, o élite dirigente de miembros del Partido, acumulaba cargos y privilegios. El resto de la población estaba sometido a la posibilidad de ser fácilmente delatado por cualquier opinión o actitud contraria. La propia sociedad alimentó la dinámica del terror, produciendo fieles servidores al sistema.
Con el país estabilizado y controlado y la planificación económica en marcha, Stalin gozaba de gran prestigio. Por eso, resultó una sorpresa generalizada la intensificación de la represión del régimen, sobre todo en los años inmediatos a la II Guerra Mundial. El hecho es que, entre 1936 y 1939, Stalin ordenó depuraciones masivas, las purgas, que afectaron a miles de comunistas, entre los que figuraban dirigentes de la revolución de octubre, como Zinoviev, oficiales del ejército rojo, cuadros del Partido, técnicos de la planificación y representantes de la intelligentsia.
El mundo se desconcertó al ver que antiguos camaradas de Stalin y Lenin desfilaban ante los tribunales, se les obligaban a confesar delitos inverosímiles y se los fusilaban o se perdían en las cárceles y los campos de trabajos forzados de la policía secreta. Los juicios a los famosos sólo fueron la punta del iceberg. Desaparecieron cientos de miles de funcionarios de la administración pública y del Partido, a los que se supone asesinados; fue destituida la mitad de la oficialidad del ejercito y fusilaron, quizás, a nueve de cada diez generales. En 1939 estaban arrestados más de la mitad de los delegados del Partido que habían asistido al congreso de 1934. Juicios, grandes procesos, condenas a muerte y deportaciones masivas a los campos de concentración, los gulags, provocaron el terror durante estos años. El Congreso del Partido de 1939 puso fin a este período de terror, pero ya todos sus dirigentes eran fieles colaboradores de Stalin.
Esta fue la otra faceta de la revolución: Rusia pasó realmente a manos de los partidarios de Stalin. En 1939, el 70% de los miembros del Partido se habían afiliado a partir de 1929. Había crecido una nueva generación de rusos que daba por sentado el régimen de Stalin y lo admiraba. Sólo conocían el pasado a través de la historia oficial y las dudas quedaban descartadas en virtud de los avances enormes y visibles de Rusia desde 1917. Además de ser una gran potencia respetada, el estado soviético gobernaba la sexta parte de la superficie terrestre del planeta. Había reducido el analfabetismo en gran medida, creando una red básica de servicios de asistencia social, explotando nuevas fuentes de inteligencia, talento y capacidad, emancipando a las mujeres de alguna de las sociedades más atrasadas del mundo y desarrollando un enorme sistema educativo y científico para formar a los técnicos y docentes que necesitaba la nueva sociedad. También creó unas gigantescas fuerzas armadas para defender dichos avances: en 1933, defensa ocupaba poco más del 3% de los gastos del presupuesto nacional, mientras que en 1940 ascendía al 32,6%.
La Constitución de 1936
El 5 de diciembre de 1936 fue promulgada una nueva Constitución política que suponía, ante todo, la consolidación definitiva del socialismo en la URSS. En ella se plasmaron los principios fundamentales de la organización económica y social, de acuerdo con la estructura de la propiedad socialista sobre los medios de producción, reconociéndose también la propiedad privada de los bienes de consumo.
El texto constitucional soviético presentó cierta novedad al establecer los derechos y deberes de los ciudadanos; garantizaba la libertad de los individuos “de conformidad con los intereses de los trabajadores y la consolidación del socialismo”, lo cual significaba que la Constitución no concebía los derechos individuales como en las democracias occidentales, sino como la participación en una colectividad para dar firmeza al régimen comunista. Defendía la independencia del poder judicial y la libertad de cultos junto con la libertad de propaganda antirreligiosa.
De este modo, aunque la Constitución reconocía la libertad de asociación, se consagraba la existencia de una élite integrada por el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), concebido como “destacamento de vanguardia de los trabajadores en su lucha por edificar la sociedad comunista y núcleo dirigente de todas las organizaciones de trabajadores, tanto sociales como del Estado”. En consecuencia, las bases políticas del sistema continuaban siendo el Partido Comunista y los soviets. Así, si se quería participar en la vida política, era necesario pertenecer al Partido, ya que éste imponía las candidaturas. De esta manera, el Partido Comunista experimentó un enorme crecimiento, mientras aumentaba la coincidencia entre dirigentes y cargos en el gobierno.
La Constitución de 1936 introdujo un cambio sustancial en el sistema electoral al establecer el sufragio universal igual, directo y secreto, para los ciudadanos mayores de 18 años. Esto tuvo significativas consecuencias en la estructura de los órganos representativos. Así, el Congreso de los Soviets y el Comité Ejecutivo Central se funden en el Soviet Supremo del Estado, compuesto por dos Cámaras: el Soviet de la Unión —donde estaban representadas las repúblicas según su población— y el Soviet de las Nacionalidades, integrado por cinco miembros por república. La primera Cámara era elegida por todos los ciudadanos en razón de un diputado por cada 300 mil habitantes, y el Soviet de las Nacionalidades, como Cámara federal, lo elegían también los ciudadanos en razón de 32 diputados por cada República federada, once por cada República autónoma, cinco por cada Región autónoma, y uno por cada distrito nacional.
Un período controvertido
Durante la década de los años treinta, la Unión Soviética experimentó un profundo cambio en su estructura económica y pasó a ser un país industrializado. Se llevó a cabo una amplia campaña de alfabetización, y las mejoras en sanidad y en las vías de comunicación fueron también considerables.
Sin embargo, la gran burocratización de la vida política y económica, el escaso progreso de la agricultura, el aumento de los gastos en armamento, el incumplimiento de buena parte de las previsiones de los planes económicos, el bajo nivel de vida de la población, la represión política y la falta de libertades fueron los aspectos más negativos de los cambios producidos por la dictadura comunista de la Unión Soviética.
Política exterior
Durante los primeros años del gobierno de Stalin, entre 1928 y 1934, la política internacional soviética se caracterizó por el aislamiento para concentrarse en la transformación de la estructura interna del país. Sin embargo, a partir de 1934 se produjo un cambio radical ante la amenaza que representaba la aparición del expansionismo alemán. La URSS buscó entonces establecer alianzas con las potencias occidentales, las cuales le otorgaron su reconocimiento oficial y establecieron relaciones diplomáticas en 1934, año en que fue aceptada como miembro de la Sociedad de Naciones. En 1935, Stalin estableció alianzas con Francia y Checoslovaquia.
En cuanto a su participación en el movimiento comunista internacional, la nueva estrategia de Stalin para extender el socialismo hacia otros países se expresó en la doctrina del Frente Popular, la cual permitía a los partidos comunistas europeos aliarse y colaborar con los diferentes grupos que luchaban contra el fascismo y el nazismo. En este sentido, el gobierno de Stalin intervino en la Guerra Civil española a favor del bando republicano.
En 1939, ante el avance expansionista de Hitler y la amenaza de una guerra inminente para la que la Unión Soviética aún no estaba preparada, Stalin dio un nuevo giro a su política exterior con la firma del pacto germano-soviético de no agresión, cuyas cláusulas secretas conferían a la URSS amplios territorios en Polonia y el Báltico, además de la zona de Besarabia. Sin embargo, este pacto no detuvo la guerra, como Stalin suponía, sino que fue una de las maniobras del líder nazi para ganar tiempo en su camino hacia la confrontación armada.
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