Guerra Fría y política de bloques
En 1945 se extendía para los pueblos de Asia y América una gran esperanza como contrapunto a los anteriores años de sufrimiento. Los principios democráticos parecían haber triunfado definitivamente y la paz parecía asegurada. Asimismo, contribuían al optimismo la colaboración de las potencias occidentales con la Unión Soviética; comunistas, socialistas, cristianos, liberales compartían el gobierno en Francia, Italia y otros tantos países europeos; la independencia y la autodeterminación de las colonias en Asia; la nueva organización internacional para garantizar la paz: la Organización de las Naciones Unidas.
Sin embargo, los años venideros desecharían gran parte de esas esperanzas. Las dos grandes potencias surgidas de la guerra, la Unión Soviética y Estados Unidos, polarizaron el destino del resto de los países entorno a la lucha establecida entre ellas y a sus pugnas por asegurarse zonas de influencia económica, militar, etcétera, con lo que se llegó a la formación de bloques. A partir de 1945 las sociedades contemporáneas experimentaron profundos cambios y grandes transformaciones culturales.
No obstante, tales cambios afectaron parcialmente al mundo en las relaciones internacionales. Las grandes potencias daban la impresión de haber controlado, dentro de su estrategia global de lucha por la hegemonía y equilibrio sostenido, la mayor parte de esas transformaciones. Incluso a veces parecían haber perfeccionado la sofisticación de medios de enfrentamiento, aprovechando gran parte de esas transformaciones: el desarrollo científico y técnico, aplicado a las industrias de guerra; los grandes medios de comunicación de masas sometidos a manipulación, etcétera.
El reparto del mundo: Unión Soviética y Estados Unidos como potencias hegemónicas.
La situación de dominio de las dos potencias hay que buscarla en el resultado de 1945. Las conferencias de Yalta y Potsdam (febrero y julio de 1945, respectivamente) fijaron un primer reparto de zonas de influencia en tres bandos: Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Soviética. La distribución de Europa central y oriental resolvió problemas entre Inglaterra y los soviéticos en los Balcanes; dejó las manos libres a la Unión Soviética en Polonia, Yugoslavia, Hungría y Checoslovaquia. Sin embargo, Alemania y Austria se convirtieron en zonas de conflicto entre los occidentalistas y la Unión Soviética. Estados Unidos, por su par te, se iba convirtiendo cada vez más en el primer garante de tales acuerdos, mediante una constante intervención militar y diplomática en asuntos europeos y mediterráneos. En Asia y Oriente Medio el papel de gendarme de los intereses occidentales sería asumido cada vez más por el gobierno norteamericano, sustituyendo al decadente imperio inglés.
En esa época las dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, no estaban totalmente equilibradas, especialmente en el terreno económico y técnico, donde era evidente la superioridad norteamericana sobre la Unión Soviética, la cual estaba recién industrializada en sus sectores básicos. Sin embargo, otros factores equilibraban relativamente la balanza: la potencia y eficacia militar del Ejército Rojo y el apoyo político que los soviéticos encontraron en los partidos comunistas europeos, en los movimientos de resistencia guerrillera que aquéllos organizaron contra el avance del fascismo y, en resumen, en la gran simpatía que aún despertaba entre gran parte de la población europea “la patria del socialismo”, doblemente enaltecida por su tenaz resistencia y terminante victoria sobre Hitler.
Estados Unidos de América
Este país convirtió la Europa occidental castigada por la guerra, hundida económicamente y sin mayor fuerza militar, en una plataforma excelente para asegurar su expansión económica y militar. Contando para ello con el apoyo de una Inglaterra preocupada por salvar los restos de su imperio, los estadounidenses establecieron bases, inversiones y ayuda económica (Plan Marshall). Reconstruirían Europa sin duda, aunque también inevitablemente una Europa que a partir de entonces les quedaría sometida.
Políticamente también aseguraron esa reconstrucción con fuerza militar y económica europea bajo el patrocinio de regímenes políticos sobre los que podían tener confianza, es decir, no “contaminados” por el comunismo ni “sospechosos” de inclinarse del lado soviético. El interés norteamericano de combatir el socialismo en Europa, y fortalecerse como potencia, quedó de manifiesto con la ruptura de las alianzas con los comunistas en Italia y en Francia; el fortalecimiento de los gobiernos “occidentalistas”, como en Bélgica, Holanda, etcétera; la guerra civil en Grecia, entre monárquicos y guerrilleros comunistas, con intervención británica primero y norteamericana más tarde, y el establecimiento de un régimen occidentalista en la parte de Alemania que fue ocupada por Estados Unidos, Inglaterra y Francia (República Federal de Alemania, 1949). Sobre esas bases, el bloque político, económico y militar occidental, encabezado por Estados Unidos, obtuvo su forma jurídica institucionalizada en la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), claramente dirigida contra una amenaza comunista interior o exterior.
La OTAN se creó en Washington en 1949 con el objetivo, según sus estatutos, de la defensa de las libertades democráticas mediante una estrecha colaboración política y económica. Inicialmente formaron parte de ella Canadá, Francia, Dinamarca, Bélgica, Gran Bretaña, Italia, Islandia, Noruega, Luxemburgo, Portugal, Holanda, Estados Unidos y Grecia. En 1952 se unió Turquía, y en 1954, la República Federal Alemana.
En 1950 se unificaron los contingentes militares de estos países con un mando único y una estructuración propia. Este bloque actuaría conjuntamente en la labor de asegurar su hegemonía en Asia, frente al peligro de que la independencia de los pueblos asiáticos se tradujera en regímenes comunistas aliados a la Unión Soviética. Así surgirán la SEATO (Organización del Tratado del Sudeste Asiático), integrada por Inglaterra, Francia, Estados Unidos y otros países subordinados, como Pakistán, Tailandia y Filipinas, a raíz de la guerra de Indochina contra Francia (1954); y la CENTO (Organización del Tratado Central) en Oriente Medio, formado por Inglaterra con Turquía, Irán, Irak y Pakistán (1955).
Estados Unidos también intentó consolidar su hegemonía a través de la competencia económica, de su ayuda a otros países mediante relaciones de dependencia económica hacia ellos, de alianzas políticas y militares, de acciones diplomáticas en organismos internacionales, de “guerra secreta” y de acción ideológica y propaganda.
Unión Soviética
Apoyándose en la marcha victoriosa del Ejército Rojo y en los movimientos guerrilleros de resistencia antinazi, la URSS había conseguido establecer un importante “cinturón” de países amigos, que se encaminaban hacia la edificación de un modelo de sociedad socialista muy parecido al soviético.
Los gobiernos provisionales con participación comunista establecidos en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria y Yugoslavia, a través de un complejo proceso de elecciones (con garantías democráticas discutibles) y semigolpes de Estado, dados por los partidos comunistas, apoyados por sectores del ejército, se convirtieron en regímenes de clara mayoría comunista, que establecieron “democracias populares”, inspiradas en el modelo soviético y en estrecha alianza con la Unión Soviética.
En Yugoslavia se estableció este tipo de régimen en 1945 directamente por el ejército guerrillero que comandaba Tito. En el resto de los países se fue afirmando la total hegemonía comunista como sigue: Bulgaria y Albania en 1946, Rumania y Polonia en 1947, Checoslovaquia en 1948 y Hungría en 1949.
Como respuesta a la creación de la OTAN, en 1955 se estableció el Pacto de Varsovia, formado por Albania (hasta 1964), Checoslovaquia, Bulgaria, Polonia, Rumania, Hungría y la Unión Soviética. En 1956 se incorporaría la República Democrática de Alemania, mientras que la República Popular de Mongolia se asociaría como observadora.
La muerte de Stalin en 1953 desencadenó importantes luchas por su sucesión en el seno de PCUS. La generación de la “vieja guardia bolchevique”, que participó en la Revolución de Octubre, fue sustituida por la de oscuros funcionarios del partido y del Estado soviéticos, y de entre ellos quien consiguió el poder fue Nikita Kruschev.
A pesar de que desde 1953 se observaba una nueva orientación económica (más bienes de consumo, mayor libertad de iniciativa en los koljoses y en las industrias, autonomía de gestión ampliada, etcétera) fue en el Vigésimo Congreso del PCUS cuando este giro tomó forma espectacular. Kruschev presentó el “Informe secreto sobre Stalin”, acusándolo de “culto a la personalidad”, arbitrariedad y crueldad. La “desestalinización” se llevó a cabo rápida y eficazmente en los cuadros del partido y el ejército. Se incrementó la liberalización económica y se inició una política exterior más flexible y con más iniciativas diplomáticas, llevada en muchas ocasiones de un modo directo por Kruschev. El lema de esta política fue la “coexistencia pacífica”. En la visión de Kruschev, el mantenimiento de la paz y del status quo no estaba reñido con las rupturas, incluso “espectaculares” y la “emulación” entre el campo capitalista y el socialista, no sólo en los terrenos político o ideológico, sino también en el económico, técnico, militar, etcétera.
Las luchas internas en los partidos comunistas se trasladaron a los países del bloque socialista, y provocaron la desestabilización del sistema político en aquellos países donde la construcción del socialismo había generado mayor descontento. En Hungría y Polonia surgieron movimientos de protesta que, por la acción de los antiguos políticos desplazados por los comunistas, se transformaron en auténticas insurrecciones dominadas finalmente por la intervención de las tropas soviéticas.
Por su parte, Yugoslavia, bajo la dirección del mariscal Tito, había impuesto un modelo de desarrollo particular, mezclando elementos socialistas con otros nacionalistas, lo cual lo llevó a la ruptura con Moscú y a abandonar el bloque soviético en 1948.
Si bien China, bajo la dirección de Mao Tse Tung, había mostrado en ciertos momentos sus discrepancias hacia ciertas directrices emanadas de la Unión Soviética, fue a partir de la dinámica suscitada en 1956 dentro del bloque socialista cuando su distanciamiento sería mayor. De 1960 a 1962 las críticas de los dirigentes chinos a la Unión Soviética se centraron en dos puntos principales: 1. el tratamiento que Kruschev dio a la figura de Stalin, que los chinos consideraron injusto, aunque no dejarían de admitir ciertos errores en el antiguo dirigente soviético, y 2. la política de acercamiento a Estados Unidos, renunciando a apoyar las luchas de liberación del Tercer Mundo.
En 1960 el abandono de los técnicos soviéticos de China fue un claro síntoma de la ruptura. Los chinos acabarían por calificar a Kruschev y a los dirigentes de la Unión Soviética como “revisionistas”. Los años siguientes demostraron que, en realidad, se trataba de dos formas muy diferentes de concebir el socialismo.
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