Celtas: Historia y ubicación geográfica
Corría el siglo V a.C., cuando se fue configurando en el centro de Europa una cultura singular que, a partir de la conjunción de varias tribus encontraría una misma unidad lingüística (lengua celta). Unidad que traspasaría al campo social, económico y sobre todo al cultural. Paganos en el ámbito religioso, extraordinarios orfebres y joyeros, viajeros, agricultores y guerreros, los celtas se adaptaron a las más diversas geografías, llegaron a dominar el centro europeo y extendieron su influencia hacia Gales e Irlanda, donde su poder perduró por más tiempo.
El encuentro desafortunado con la expansiva Roma debilitará definitivamente sus fronteras, y los galos, denominación romana de los celtas, caerán bajo el imperio de la Loba cuatro siglos más tarde. La romanización de los celtas y su derrota en el primer siglo de la era cristiana en las Islas Británicas no impidieron, sin embargo, la expansión de un legado cultural asombroso, donde no faltan magos y hechiceros, temibles guerreros, grandes héroes y un nutrido elenco de sujetos maravillosos, como gigantes, hadas, elfos y gnomos.
Orígenes
La historia de los celtas difícilmente pueda ser considerada como una unidad homogénea. En verdad, lo que habitualmente se conoce como celtas es un conglomerado de tribus y pueblos de diversos orígenes que se asentaron en una franja amplia de Europa, durante un período que, convencionalmente, se acepta desde el año 500 a.C. hasta los primeros siglos de la era cristiana.
Área de asentamiento celta
Antecedentes e influencias pueden ser rastreados en una etapa más amplia, incluso en los finales de la Edad de Bronce. Este diverso conglomerado de tribus y pueblos compartirá una serie de rasgos comunes que, como las tradiciones, creencias y lenguas, entre otras, le otorgará al conjunto una misma identidad bajo el nombre de celtas.
Edad de Hierro
El origen y desarrollo de los pueblos celtas, está asociados a la Edad de Hierro europea datada entre los siglos VIII y V a.C., y más precisamente a la llamada Cultura de los Campos de Urnas, que floreció a finales de la Edad de Bronce. Esta cultura recibió su denominación por las prácticas crematorias que realizaban y la posterior inhumación de las cenizas en recipientes de cerámica. Dispersa por el este y centro de Europa entre los años 1300 y 800 a.C., la Cultura de los Campos de Urnas constituye el primer gran antecedente celta.
Culturas de los Campos de Urnas. De color naranja y rojo el área norte y central de los campos de urnas; otras regiones fuertemente influenciadas fueron la de Lausacia (púrpura), Knoviz (azul central) y el Danubio (marrón).
La Cultura de Hallstatt
Posteriormente, ya en los inicios mismos de la Edad de Hierro, surgirá en ese mismo espacio geográfico la Cultura del Hallstatt, que se desarrolla entre los siglos VIII y V a.C. A diferencia de la anterior, serán sus características los enterramientos de personajes de la elite dirigente, sumamente lujosos, y la construcción de edificios defensivos de mayor complejidad.
Heredera de la Cultura de los Campos de Urnas, la cultura de Hallstatt toma su nombre de la necrópolis homónima, en Austria, donde se hallaron cientos de tumbas y objetos. Dicha cultura tenía una gran producción salitre, lo que le permitió un creciente intercambio comercial con los pueblos vecinos. El desarrollo acunó la aparición de una casta dirigente que adoptó la jerarquización principesca. Entre sus creencias más importantes se cuenta la adoración del Sol, como lo manifiesta el Carro de Trundholm y su disco solar.
Carro de Trundholm y su disco solar. Colección del Museo Nacional de Dinamarca en Copenague. Data concretamente del año 1300 a. C.
En este período, los celtas compartieron la Cultura de Hallstatt con los ilirios, a la vez que extendieron su presencia hacia el interior de la Península Ibérica, en la que se establecieron en el siglo VII a.C. En el siglo siguiente hicieron lo propio hacia el noreste ibérico, donde se hallaban estacionados los íberos.
Todos estos movimientos que implicaban grandes migraciones eran bien conocidos por los antiguos griegos y romanos, quienes reconocieron la unidad cultural de este complejo y extenso conglomerado de pueblos y tribus. De hecho, Heródoto los denominó "keltoi", y los romanos comenzaron a definirlos como "galatae" o "galli".
Ubicación geográfica de la cultura del Hallstatt y la cultura de La Téne.
La Cultura de La Téne
Se acepta que durante la última fase de la Edad de Hierro, conocida como "La Téne", desarrollada a partir del siglo V a.C., la presencia celta se extendió sin pausa, alcanzando desde la Península Ibérica hasta las orillas del mar Negro.
El proceso se inició hacia fines del siglo V a.C., cuando a causa de la presión demográfica de otros pueblos del norte se generalizó un movimiento migratorio de enormes dimensiones, llegando así los pueblos celtas al corazón mismo del mundo grecorromano. Las incursiones celtas culminaron con la ocupación del valle del Po, en el norte de Italia. No tardarían mucho en iniciar incursiones hacia el sur y, en 387 a.C. los celtas asediaron la ciudad de Roma, a la que luego saquearon. Se iniciaba así una relación de conflicto que se extendería en los siguientes siglos.
La cultura de La Téne toma su nombre de un asentamiento descubierto a mediados del siglo XIX en las cercanías del lago Neuchatel, en Suiza. Allí, fueron descubiertos cientos de objetos como lanzas, espadas, corazas, cascos y joyas, que se hallaban enterrados junto a una gran cantidad de huesos animales y humanos. Las investigaciones asociaron este descubrimiento con una práctica religiosa y ritual, en la que los antiguos celtas realizaban sacrificios animales y humanos.
Vista actual del lago de Nauchatel en Suiza. En sus cercanías se encontró el mayor rastro de un asentamiento prehistórico europeo, al que se le denomino la cultura de La Téne.
El desarrollo de los celtas continuó hacia diferentes direcciones, entre ellas Gran Bretaña. Se admite que las primeras oleadas migratorias celtas hacia Gran Bretaña se realizaron durante el siglo V a.C., repitiéndose el movimiento dos siglos más tarde. De hecho, algunos registros arqueológicos revelan la presencia celta en Irlanda, ya en el siglo III a.C. Finalmente, a principios del siglo I a.C. se sucedió otra migración masiva, considerada la de mayor influencia.
También en el siglo IV a.C. los celtas dirigirán sus pasos hacia el sudeste europeo, alcanzando la región del Báltico y el occidente de Turquía. Alejandro Magno supo de ellos en Macedonia y es sabido que en 279 a.C. repitieron la operatoria del saqueo en Delfos, aunque parece ser que una nevada impidió concluirla.
Los celtas también alcanzaron Asia Menor, donde se establecieron en una región que aún conserva el nombre de Galacia.
Los celtíberos
Por lo general se habla de celtíberos como los pueblos prerromanos que habitaron la Península Ibérica. Algunos estudios establecen su origen como producto de la fusión entre celtas e iberos, aunque también se les señala como la evolución experimentada de pueblos célticos peninsulares durante la Edad de Hierro.
Se admite que los celtíberos se extendieron por un amplio territorio que abarcó la región de Soria y Guadalajara, y partes de La Rioja, Burgos, Zaragoza, Teruel y Cuenca. En términos políticos, los celtíberos no constituyeron un poder centralizado único, y agruparon a numerosas tribus en una suerte de gran grupo étnico.
Península Ibérica con la ubicación de los celtíberos.
Pero si bien estos pueblos carecieron de unidad política, tuvieron en cambio una misma lengua, el celtibérico, del que han quedado numerosos registros literarios. Los textos celtíberos más antiguos que se conocen datan aproximadamente de entre los siglos II a.C. y el I de la era cristiana, siendo el ibérico el alfabeto que fue utilizado en los mismos. Posteriormente se incorporará el alfabeto latino. Su organización social básica fue las gens, en la que primaban las relaciones de parentesco.
La decadencia celta
Las tribus y pueblos celtas compartían características comunes, pero ninguna de éstas incluía la capacidad de unidad. De hecho, los celtas desconocieron el poder centralizado y no pudieron establecer un imperio estable, a la manera de griegos y romanos. Los celtas debían lidiar con la falta de unidad desde sus mismos orígenes, cuando eran un ramillete de pueblos. No resulta extraño que con esta característica, hayan sido conquistados por los romanos, quienes entre los siglos II a.C. y I se adueñaron de la Galia transalpina y la mayor parte de Britania.
Con el tiempo, perdieron sus dominios en Hispania, y a finales del Imperio Romano apenas conservaban territorios en el noroeste de Francia, Irlanda y Gales.
Mapa de la distribución de los pueblos celtas
En Britania, en cambio, la resistencia celta, combinada con una breve estadía de las fuerzas romanas, permitió que su lengua y cultura sobrevivieran a la dominación. Incluso en el siglo VII los celtas realizaron aún un intento más de expandir su influencia, cuando los escotos irlandeses invadieron Caledonia, región rebautizada con el nombre de Escocia.
Campos de Urnas
Nombre que se le dio a la cultura de los pueblos del centro de Europa que desarrollaron la costumbre de incinerar a sus muertos y depositar las cenizas en urnas funerarias. Entre estos pueblos se cuentan los celtas, los itálicos y los ilirios, entre otros.
Conclusión sobre la expansión celta
Lejos de constituir un fenómeno homogéneo, la gran expansión de la civilización celta implicó la movilización de numerosas tribus independientes, aunque unidas entre sí por lazos culturales. Entre los siglos V y II a.C. estas tribus fueron expandiéndose en todas direcciones, fundando ciudades fortificadas en las que desarrollaron sus principales actividades productivas, a la vez que intensificaron el comercio con otras ciudades vecinas. Hacia el siglo II a.C. el proceso se detuvo, permitiendo el surgimiento de establecimientos permanentes de grandes dimensiones, llamados “oppidas”, que constituirán por un tiempo una valla para la expansión de otra civilización en pleno crecimiento: la romana.
En el siglo V a.C., tres elementos se aunaron para promover una nueva expansión de las originarias tribus celtas: el importante crecimiento demográfico, la presión ejercida por nuevas tribus llegadas desde el este y, finalmente, la vigencia de una nobleza guerrera capaz de iniciar una migración conquistadora. El resultado sería la colonización de vastos territorios de Europa central y occidental que incluyeron desde casi la totalidad de la Península Ibérica y territorios en Asia Menor.
La conquista romana
La expansión romana no tardó en hallar en las ciudades fortificadas celtas un límite preciso que no tardaron en franquear. Paulatinamente, cierto proceso de romanización fue extendiéndose entre los celtas, a los que los romanos llamaron galos, debilitando su frente interno de tal manera que permitió a los conquistadores iniciar campañas militares cada vez más osadas. La Galia Cisalpina, en el valle del Po, y la Transalpina, no tardaron en caer bajo la dominación romana. Posteriormente, Julio César terminaría con la resistencia gala al vencer a su último gran caudillo: Vercingétorix.
La derrota de Numancia
La guerra de los romanos contra las tribus celtibéricas alcanzó su punto más álgido cuando los primeros acosaron la ciudad de Numancia durante quince meses, hasta que cayó vencida por el hambre, en 133 a.C. Entonces los sitiados incendiaron su ciudad, y luego se suicidaron en masa.
La resistencia celta en la Península Ibérica fue retratada en el óleo “Los últimos días de Numancia”, de Alejo Vera y Estaca, de 1880.
La iracundia con la que los romanos emprendieron sus campañas contra los galos tenía como suatento una cuenta pendiente de vieja data. Es que en 387 a.C. los galos incendiaron Roma, a la que además le exigieron un elevado rescate en metálico.
Una nueva sublevación gala en 53 a.C. unificó a las tribus antirromanas bajo la dirección de Vercingétorix, quien eligió como táctica el asedio constante de sus enemigos, a la vez que incendiaba las aldeas y los campos para dificultar su abastecimiento. No obstante algunos reveses, Julio César venció en Avaricum (Bourges) y posteriormente en Alesia, donde el ejército galo fue sitiado y obligado a rendirse por la hambruna. Vercingétorix arrojó a los pies del vencedor sus armas, tras lo cual fue encadenado y encarcelado. Posteriormente fue expuesto en Roma como trofeo de guerra.
“Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César” por Lionel Noel Royer (1899). Museo Crozatier, en Le Puy en Velay Francia.
La dominación romana
La suerte de los pueblos celtas quedó definitivamente sellada cuando su mundo comenzó a cruzarse con el de los romanos. En un primer momento, durante el siglo III a.C., la fortuna les correspondió a los primeros, cuyas incursiones sobre Italia fueron coronadas con el sitio y posterior saqueo de Roma. Pero entre los años 58 y 51 a.C., la revancha sería a favor de los romanos, quienes en ese período llevarán adelante la llamada Guerra de las Galias, una serie de campañas militares que dirigidas por Julio César, llevaron a las legiones a dominar todo el territorio de la Galia y partes de Germania.
Según Plutarco, el resultado final de la campaña de César fue tan exitoso como escalofriante en total, alrededor de 800 ciudades cayeron bajo dominio romano y unas 300 tribus celtas fueron completamente sometidas, entre otras los helvecios, los nervios y los vénetos. Las víctimas de la Guerra de las Galias fueron numerosas y se calculan en aproximadamente tres millones, además de otro millón que, habiendo sido capturado, fue vendido en los mercados de los esclavos.
Un denario de plata romano con la cabeza de un galo cautivo en 48 a. C., luego de las campañas de César.
El sacrificio del pueblo galo fue uno de los temas recurrentes de la literatura y la escultura romanas, que dieron muestras de una clara admiración por la valentía de sus enconados enemigos.
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