El Bajo Imperio: Crisis del Imperio romano y su división
Una larga crisis
Muerto el 17 de marzo del año 180 el emperador Marco Aurelio, víctima de la peste que azotó la totalidad del imperio, le sucedió su hijo Cómodo un joven de 19 años. Con Cómodo se inicia la crisis del Imperio Romano.
En el bajo Imperio, entre el año 193 y el 284 d.C., entre los gobiernos de Septimio Severo y Diocleciano, se produce la crisis del siglo III. Desde el siglo III el Imperio romano vivió una grave crisis militar, política y económica. Las guerras civiles derivadas del asesinato político, la anarquía militar, las invasiones de pueblos extranjeros, los problemas económicos y los cambios religiosos como la aparición del cristianismo fueron sus causas más importantes.
El asesinato político
El desmedido afán de poder que empezó a dominar a los generales del ejército imperial y el papel que jugaban en la elección y sostenimiento del máximo jerarca, convirtió el asesinato en la forma más eficaz para hacerse con el control del Estado; en el año 192 Cómodo es asesinado por la guardia pretoriana, inaugurando un período en el cual murieron a manos de sus subordinados: Pertinax, Caracalla, Heliogábalo, Alejandro Severo, Maximino, Aureliano y Probo, entre los más notables.
La anarquía militar
Esta situación de inestabilidad política adquirirá su mayor agudización entre los años 235 en que muere Alejandro Severo, y 284 cuando es asesinado Probo; en 49 años se suceden 26 militares emperadores; cada jefe militar organiza un motín, marcha con sus ejércitos sobre Roma y se proclama emperador. Durante este período, perdieron el dominio sobre Armenia, en el Cáucaso, y Antioquía, en Siria. El primero de los gérmenes de crisis es la anarquía militar. Reinaba el descontento entre los soldados con respecto a la herencia del trono. Muy a pesar de que ésta ya no se producía de un modo directo a través de la descendencia sino a partir del consenso entre la tropa.
Surge un período de alta inestabilidad, durante el cual la estadía de un emperador no es garantizada en muchos casos sino por meses e incluso días. Los hijos de Septimio Severo le suceden, pero el asesinato de su último pariente abre medio siglo de anarquía, donde los ejércitos hacen y deshacen emperadores. De no haber monedas acuñadas ignoraríamos la existencia de algunos.
Después de la dinastía de los Severos, luego del asesinato del emperador Alejandro Severo, comenzó una etapa de anarquía militar. Es el fin de la "pax romana" que hasta entonces había garantizado la vida al interior del imperio. La gran extensión del Imperio dificultaba las comunicaciones entre las provincias y Roma, situación que favoreció la autonomía de los funcionarios provinciales. A la vez, la figura del emperador se debilitaba: muchos emperadores morían en combates o eran asesinados por militares que tenían sus propios candidatos. Además, los ejércitos de estas regiones incorporaban gente del lugar, lo que establecía vínculos de lealtad entre las tropas y sus comandantes. Los ejércitos provinciales comenzaron a deponer a los emperadores y elevar a sus comandantes a la dignidad imperial, hecho que indicaba la importancia que había alcanzado la fuerza militar en la vida política romana.
La anarquía militar, al apoderarse del imperio, debilitará la indispensable unidad de mando para enfrentar a los pueblos bárbaros asentados en sus fronteras. Tribus de francos y alamanes invadieron Galia; los sármatas, que provenían de la región del mar Negro, y los godos, que eran tribus germánicas, invadieron parte de Dacia. Este fenómeno promueve los ánimos separatistas e independentistas en Britania, Galia, Hispania o Palmira en oriente.
La migración de los bárbaros
Finalizada la época de las conquistas, el ejército trataba de defender el límite o frontera. La inestabilidad política surge con pequeños pueblos que hasta entonces habían sido abandonados en sus montañas o en sus desiertos creyendo que su conquista era excesivamente costosa, se enardecen y se ponen en movimiento. Entonces, en ocasiones, al acudir a campañas distantes, la guerra civil amenaza en el interior; en otros casos, el atender un frente de batalla imposibilita la custodia de otro flanco. El ejército se muestra insuficiente para acudir a todos los sitios. Por todos lados surgen nuevos peligros, desde África hasta la Europa central, igual que en Irán y en Mesopotamia.
El debilitamiento de la autoridad y la disciplina, así como el desplazamiento de los ejércitos romanos, dejaron desprotegidas las fronteras. Irónicamente el pueblo romano pasa de ser conquistador para convertirse en una codiciada presa. Las riquezas acumuladas durante siglos atraen las miradas de todo el mundo, pero especialmente de los "bárbaros del norte", los germanos que tienen una organización hecha para la guerra.
Mientras la crisis política, económica, social y militar se extiende por todo el imperio haciendo de éste un territorio ingobernable, dividido en múltiples grupos armados en el que escasean los productos, Roma se va llenando de enemigos más allá de sus límites: en el norte los germanos (sajones, francos, alemanes) y eslavos (godos, suevos); en el sur berberiscos, árabes y etíopes, mientras en el oriente la dinastía sasánida reconstruía el poderío persa y atacaba las posesiones romanas.
En el reinado de Diocleciano, un general proclamado emperador por sus legiones en el año 284 y que transcurrió entre los años 284 y 305, los pueblos germánicos aquejaban al Imperio en las fronteras del norte. Esto permitió la incursión de los pueblos germanos, que se desplazaron desde el norte y el este de Europa hacia el sur. Los germanos, fueron llamados por los romanos “bárbaros”, palabra con la que identificaban a todos los pueblos extranjeros, es decir, "persona que habita fuera de las fronteras del Imperio". Los bárbaros vivían organizados en tribus y mantenían contactos comerciales con los romanos (vendían piedras preciosas, pieles, maderas y esclavos). Algunos llegaron a participar, incluso, en las legiones romanas, o a explotar pequeñas propiedades dentro del Imperio. Por el este, presionaban los persas.
El río Rin era la frontera natural entre romanos y bárbaros. Los bárbaros se dividen en germanos occidentales francos, suevos y sajones y germanos orientales godos, burgundios y vándalos, entre otros, por sus particularidades lingüísticas. Estas tribus eran nómadas. Vivían de la caza, la pesca y el pastoreo. Se agrupaban en clanes sin diferencias sociales. Sus jefes eran elegidos en tiempos de guerra y tenían funciones militares. Los germanos ocuparon las principales ciudades romanas y lograron dominarlas.
La resistencia de los romanos fue débil debido a la corrupción en los organismos de poder, el caos financiero y la desorganización del ejército compuesto en su mayoría por bárbaros. Estos factores hacían imposible una resistencia eficaz ante unos guerreros que además de conocer las tácticas militares romanas, tenían una necesidad urgente de tierras.
Los visigodos pidieron al emperador Valente asilo en territorio romano. Se convirtieron en federados de Roma, con leyes y gobernantes independientes. Poco después, el rey visigodo Alarico, atacó Roma y logró penetrar en ella saqueándola por completo en el año 410, la capital imperial no encuentra quién la proteja.
Algunas de las causas que explicaron estas migraciones fueron:
■ Aumento de la población y difíciles condiciones de vida.
Como habitaban zonas cubiertas por bosques y pantanos, los germanos se vieron obligados a desplazarse constantemente en busca de mejores tierras para cultivar, para establecerse definitivamente en un lugar y así desarrollar actividades que les permitieran garantizar una economía estable.
■ Deseo de integración al Imperio romano.
Gracias a varios siglos de vecindad con los romanos, los germanos habían asimilado la tecnología y las tácticas de guerra romanas, por lo que fue muy difícil frenar sus avances. Algunos germanos se instalaron en áreas rurales y se convirtieron en trabajadores del campo. Otros ingresaron en calidad de federados, bajo la condición de servir al ejército y defender las fronteras de nuevas invasiones.
■ La presión de los hunos.
Los hunos eran un pueblo bárbaro nómada, proveniente de las estepas situadas al norte del mar Negro. Fueron rechazados por los chinos en el año 100, luego pasaron por el valle del Volga, entre los mares Caspio y Negro en el año 300, y en el 451 se enfrentaron con varios ejércitos europeos. Al ser expulsados de Asia se desplazaron atacando a los germanos, al Imperio romano y a los reinos de Persia e India. Los hunos han sido reconocidos en la historia por ser grandes guerreros y por sus acciones bélicas. Los germanos se vieron obligados a invadir los territorios del imperio romano, en el siglo V, debido al hostigamiento que realizaban el grupo de los hunos.
Los hunos, comandados por Atila, presionaron sobre los germanos y penetraron en Italia hacia el año 451. Su poder fue tan grande que se extendieron desde el Cáucaso hasta el río Elba. Bajo el mando de Atila invadieron la Galia y el valle del Po. Atila y sus ejércitos amenazaron a los gobernantes de Roma, quienes debieron pagar por la paz. La amenaza cesó cuando Atila y sus hombres fueron derrotados en la batalla de los Campos Cataláunicos, al norte de Francia, cerca de la actual ciudad de Chaolons-Sur Marde, en el año 451. El ejército que venció a Atila, pudo haber estado formado por tantos godos y hunos, en calidad de mercenarios y aliados, como el ejército que enfrentaba.
Problemas económicos
Para que la economía de un país o Estado se consolide y beneficie a quienes producen y consumen se necesita que exista orden interno, libertades, estabilidad en el gobierno; al no existir ninguno de estos requisitos en la Roma imperial del siglo III d.C., la economía entró en recesión, esto es, cada vez se producía menos y en consecuencia aumentaban las necesidades alimenticias de la población; a su vez crecían las dificultades para pagar impuestos, los cuales debían aumentarse con mayor frecuencia para atender las guerras y levantamientos permanentes, tanto civiles como militares.
El fin de la expansión romana desencadenó una crisis económica. El Estado ya no contaba con las riquezas obtenidas durante las conquistas militares. Para mantener el aparato burocrático y pagar los ejércitos, debió aumentar los impuestos. Los campesinos comenzaron a rebelarse contra la presión fiscal, se reclutaron más tropas para imponer el orden, generando a su vez, un mayor aumento de los gastos del Estado.
Además de la fuerte inflación y la crisis económica que se desencadenan rápidamente, se presenta un despoblamiento de los campos, motivado por las guerras, la inseguridad y el hambre. La producción agrícola sufre graves descalabros y los ejércitos no pueden ser abastecidos. La circulación de los productos está interrumpida y reina el pillaje en tierra y mar.
La desvalorización de la moneda y la inflación se sumaron a la angustia general, exacerbada por una balanza comercial adversa, que ocasionó una salida desmedida de oro hacia Oriente. La inflación alcanzó niveles gravísimos: incluso desde una perspectiva actual: una artaba de trigo (la artaba era una unidad de medida de grano en el antiguo Egipto) que en el siglo I d.C. costaba 6 dracmas en Egipto subió a 200 el año 276 (con las reformas de Aureliano), a 9000 el año 314 y a 78000 el año 334 y más tarde a más de 2 millones. No es de sorprenderse, entonces, que las protestas contra los impuestos se tornaran endémicas. En las fronteras se llegó incluso a la deserción con los bárbaros. Fue necesaria la acción de una serie de emperadores fuertes, entre los años 268 y 284, para revertir una ola de invasiones y restaurar el orden interno.
Por otra parte, la disminución del comercio, afectado por la inseguridad, y la vida política en las ciudades, llevó a muchos habitantes a trasladarse a sus propiedades rurales y a concentrar en ellas sus actividades, generando un proceso conocido con el nombre de ruralización. Sin embargo, las invasiones arruinaban campos y cosechas; las comunicaciones se interrumpieron y muchas ciudades eran saqueadas.
Es el fin de las obras públicas que estimulaban la economía y procuraban salarios adecuados a las clases trabajadoras. No se construyen más que fortificaciones para proteger núcleos urbanos con una población reducida.
Muy interesante
LA DECADENCIA DEL IMPERIO
El riesgo más sobresaliente de la vida económica del período final del Imperio romano fue el empobrecimiento progresivo. Cuanto más pobre iba siendo el pueblo, más primitiva se hacía la vida económica del Imperio.
El comercio decayó, no sólo por causa de la piratería y de las invasiones bárbaras, sino, sobre todo, por la falta de clientes. Los mejores clientes fueron disminuyendo en número y en capacidad adquisitiva. Los campesinos vivían con extremada pobreza y retornaron casi a la "economía doméstica", en la que cada familia producía por sí misma cuanto necesitaba.
La restauración del poder imperial
Aurelio Valerio Diocleciano era un liberto que se pasó la vida en el ejército. Consideró que el Imperio era demasiado grande y despertaba demasiados intereses de poder, como para que fuera gobernado por una sola persona. El imperio inicia el siglo IV bajo el mandato de Diocleciano, quien en su carácter de jefe de la guardia imperial había ocupado el trono en 284, tras la muerte violenta de Probo; con el propósito de poner fin al desorden que existía por todas partes y mejorar las defensas de las fronteras, se convirtió en un dictador.
Cuando se convirtió en emperador, trató de restablecer el derecho divino del emperador. Más aún, había que encontrar una nueva estructura para la autoridad imperial: bajo la influencia de ideas orientales el Princeps se convirtió en Dominus, es decir, en amo o gobernante absoluto a la cabeza de una gran burocracia. Para realzar la autoridad imperial, remplazó las tradicionales vestimentas y ceremonias romanas por trajes de estilo oriental con joyas, corona y pompa similares a los de los antiguos faraones y monarcas de Mesopotamia y exigió que la gente se arrodillara en su presencia y besara el extremo de su manto. Centralizó todo el poder en su persona, suprimió las magistraturas y disolvió la poderosa guardia petroriana.
La crisis comenzó a ceder con la llegada del emperador Diocleciano. Los problemas administrativos ocasionados por la crisis económica, el desorden general, la necesidad de contener las agresiones al territorio, mejorar la defensa y la administración de los territorios, y para solucionar el problema de la sucesión imperial, Diocleciano planeó efectuar una reforma, por la cual el Imperio se dividiría en dos grandes regiones: Oriente, con capital en Bizancio, y Occidente, con capital en Milán.
Con el fin de facilitar la gestión del gobierno, se impuso la diarquía para que otra persona ayudara en la administración del poder; Diocleciano optó por Maximiano, su compañero de armas, a quien confió el gobierno y el ejército de la parte occidental del Imperio como emperador de occidente mientras él gobernaba en oriente; a partir de esta decisión, el Imperio romano dejó de ser una unidad territorial, política, social y cultural centralizada. Había empezado la disolución del más grande imperio que conoció la humanidad en la Antigüedad.
Sin embargo, la diarquía fue incapaz de contener los ataques de varios pueblos en las fronteras del Imperio, por lo que se decidió transformar la diarquía en tetrarquía, un nuevo sistema de gobierno en el que los dos emperadores, decidieron nombrar como césares (cargos ayudantes) a Constancio Cloro y a Galerio.
Según la reforma que Diocleciano intentaba implementar, cada una de las partes del Imperio quedaba gobernada por un emperador, con el título de Augusto, el cual era asistido por un César. Después de 20 años, el Augusto debía renunciar para dar paso al César. Esta reforma político-administrativa se complementó concentrando todos los poderes en manos del emperador. El Senado y los magistrados perdieron toda autoridad. Diocleciano dio también nueva vida al paganismo, al proclamarse descendiente de Júpiter y ordenó la más violenta persecución contra los cristianos.
Con el fin de resolver los problemas económicos y militares, ordenó un censo de toda la población y las riquezas del Imperio, fijó un impuesto por regiones, un precio máximo a todos los artículos y el número de soldados que debía proporcionar cada región. Los ricos fueron los responsables de pagar el impuesto y cobrarlo a sus campesinos y dependientes. En lo sucesivo, cada hijo tuvo que continuar la profesión de soldado, comerciante o artesano de su padre. Se prohibió a los campesinos abandonar la tierra en que trabajaban. En los municipios, los cargos dejaron de ser electivos y el gobierno ejerció un poder despótico -como en el antiguo Oriente- sobre todos los ciudadanos por medio de numerosos funcionarios.
Durante su gobierno se restauró el orden, se frenaron las invasiones y se reanudó la construcción de obras públicas en todo el Imperio. Reestructuró el sistema financiero, aumentó el número de soldados, dio mayor autonomía administrativa a las provincias y por unos pocos años volvió la tranquilidad al Imperio. Las reformas de Diocleciano prolongaron la existencia del Imperio durante 200 años más. Pero, a partir de su reinado la civilización genuinamente romana fue perdiendo sus características de siglos porque impusieron formas e instituciones orientales. La ciudad de Roma dejó de ser el centro, cada tetrarca residió en una ciudad fronteriza. Al suprimirse la elección para cargos municipales, se acentuó la decadencia de las ciudades, desaparecieron las libertades e iniciativas de los ciudadanos y al hacerse hereditarias las profesiones, se quitó todo estímulo para el desarrollo de las actividades comerciales y artesanales que habían caracterizado la vida del Imperio.
Guerra civil y triunfo de Constantino
En el año 305 Diocleciano abdicó, y con él, el otro Augusto. De acuerdo con el plan de la tetrarquía, los césares Galerio y Constancio Cloro pasaron al trono y Galerio decretó en el 311 el cese de las persecuciones. La crisis estalló en toda su plenitud: después de una breve guerra entre caudillos militares, un joven venido con sus legiones desde las Galias, llamado Constantino, hijo de Constancio Cloro reclamó una posición en la tetrarquía, derrotó en el año 312 a Majencio, quien había sido proclamado emperador y entra victorioso en Roma donde es aclamado por la población como único gobernante de occidente.
A propósito de la derrota de Majencio a manos de Constantino, existe una versión según la cual, durante su marcha desde las Galias, Constantino observó una gran cruz en el firmamento en la cual se podía leer: "In hoc signo vinces", que significa: con este signo vencerás. En la noche, mientras dormía, una voz le dijo que grabara sus iniciales en los escudos de sus soldados, al día siguiente el guerrero mandó marcar la cruz en sus estandartes y su ejército venció. Este fue el comienzo de la conversión al cristianismo del primer emperador romano: Constantino.
El primer acto de Constantino fue proclamar la total libertad de cultos y la igualdad del cristianismo con las demás religiones, mediante el Edicto de Milán (313). La Iglesia ya constituía una institución poderosa y su doctrina contenía respuestas espirituales para los hombres de una época en que los valores tradicionales de los romanos estaban en decadencia. Constantino debió comprender que la unidad ideológica que quería encontrar Diocleciano en el paganismo la proporcionaría mejor la elevada moral cristiana.
Constantino, además, protegió abiertamente a la Iglesia, donándole templos y tierras y promoviendo la celebración del Concilio de Nicea (325), para poner fin a las disputas sobre cuestiones religiosas entre algunos miembros del clero. Dicha asamblea de obispos y sacerdotes fue el primer concilio ecuménico de la Iglesia y en él se redactó el Credo o profesión de fe cristiana. Los arrianos, o seguidores del obispo Arrio, sostenían que Cristo no era Dios, sino una creatura de Dios. Al no aceptar el Credo del Concilio, fueron declarados herejes (propagadores de error contra el dogma).
El emperador Constantino
Este emperador, reunificó el Imperio y restableció el carácter hereditario del trono. Debido a que la importancia política y económica de Roma había disminuido progresivamente, al tiempo que se fortalecía la parte oriental del Imperio, Constantino decidió trasladar la capital de Roma a Bizancio, antigua ciudad griega en el estrecho del Bósforo, en el año 324, y nombrarla Nueva Roma de Constantino o Constantinopla, donde residieron, a partir de él, los demás emperadores. Bizancio, pequeño poblado fundado en el año 650 a.C., es transformado en una gran ciudad para convertirse en la nueva capital del Imperio romano, desde la cual gobernaría Constantino; en su honor la ciudad fue rebautizada como Constantinópolis (330), hoy Constantinopla. Allí se construyeron palacios, iglesias, bibliotecas, termas y un gran hipódromo. Constantino entiende con claridad el papel que empieza a jugar en todos sus dominios el cristianismo; cuando asume esta religión, de hecho ya es mayoría entre los pobladores del imperio.
Esta nueva capital se fundó por razones político-estratégicas y por una razón religiosa: Roma era una ciudad predominantemente pagana. Además, su importancia económica había decaído y la zona oriental era más próspera. La nueva capital fue una ciudad de culto cristiano y de grandes iglesias.
Caída de Roma
La decisión de Constantino de trasladar la capital imperial a Bizancio en el oriente, no era un simple capricho del emperador, desde el siglo II d.C., las provincias orientales eran más ricas y cultas que el occidente: el comercio, la agricultura y el arte se desarrollaban con vigor.
Constantino aumentó la fuerza militar con soldados y comandantes bárbaros, quienes a su vez tenían que combatir los ataques de otros bárbaros. La crisis se agudizó porque la tierra estaba concentrada en pocas manos. Esto obligó a que los campesinos y los ciudadanos libres se convirtieran en colonos subyugados totalmente a su patrono, incluso muchos esclavos se convirtieron en arrendatarios. La corrupción y el abuso de poder de las autoridades locales y de los burócratas fue cada vez mayor. Fueron frecuentes los levantamientos de los campesinos, muchos de ellos se unieron a los bárbaros que comenzaban a adentrarse y asentarse en los territorios del Imperio.
Constantino dejó el poder en manos de sus tres hijos: Constantino, Constante y Constancio y de su sobrino Dalmacio. Bajo los sucesores de Constantino, los bárbaros arreciaron sus ataques por el Rin y el Danubio, mientras los persas reanudaron la guerra contra el Imperio. En el interior, se agudizaron las crisis: el Estado no podía sostener los gastos de la burocracia y los ejércitos, la antigua nobleza romana y los ricos terratenientes evadían los impuestos y se hacían fuertes en sus propiedades. A ellos acudían los emigrantes de las empobrecidas ciudades en busca de trabajo y protección para evadir impuestos y servicio militar. Al ejército se enviaban los peores soldados y el Gobierno contrataba bárbaros leales para pelear contra los propios bárbaros.
El último emperador que reinó sobre la totalidad del Imperio fue Teodosio II (379-395) de origen español, que logró pacificar y aliar a los bárbaros que habían entrado en el Imperio. Cerró todos los templos paganos que aún quedaban y convirtió al cristianismo en religión oficial del Estado. Tal como lo había planteado Diocleciano en el año 284 y ante la imposibilidad de una adecuada defensa de tan extenso territorio, el emperador Teodosio en su testamento (395) dividió el Imperio en dos: Imperio romano de oriente, con capital en Constantinopla e Imperio romano de occidente, con Milán por capital. Sus dos hijos, Honorio y Arcadio, cada uno gobernó una parte creyendo que con la división salvarían al Imperio de los ataques de los bárbaros, pero este desapareció cuando los bárbaros lograron invadirlo.
A todo lo anterior se sumaba la presencia de numerosos pueblos de origen eslavo y caucásico asentados en las fronteras, cuyas incursiones en el territorio imperial contribuirán de forma decisiva a la desintegración y decadencia de Roma; sucesivas invasiones de pueblos "bárbaros" llegan hasta ella: Alarico en el 410, Genserico en el 455. Cuando en el año 476, Odoacro, jefe de las huestes germánicas, destronó a Rómulo Augústulo, emperador de occidente y tomó posesión del trono, el Imperio Romano de occidente, con Roma como gran capital, dejó de existir para siempre; y así se fragmentó el Imperio romano de Occidente en muchos reinos.
La parte oriental del imperio con Constantinopla o Bizancio como gran capital, despojándose de la influencia romana, tomaría un camino propio, autónomo, como resultado del intenso intercambio cultural, económico y comercial que se desarrolló desde la capital de las provincias de Asia Menor hacia el oriente. Este imperio, conocido como bizantino, existirá hasta 1453 cuando Constantinopla cae en poder de los turcos otomanos creyentes de la doctrina predicada por Mahoma, el Islam.
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