Grecia: Legado cultural y filosófico
Los Juegos Olímpicos
"Discóbolo de Mirón". Así se le llama a esta famosa escultura griega realizada por Mirón de Eleuteras al rededor del 455 a.C. Representa a un atleta en el instante anterior al lanzamiento del disco.
Según la tradición, el rey de la Élide, próxima al santuario de Zeus en Olimpia, organizó en 776 a.C. la primera olimpíada en honor del supremo dios de la religión griega. Un torneo de diversas competencias gimnásticas y militares (carreras, lanzamiento de disco y jabalina, arquería, pugilato, etc.) que desde entonces y cada cuatro años congregó pacíficamente a las poblaciones del Egeo. El evento se constituyó en un símbolo de la profunda identidad que ligaba a ese infinito conglomerado de ciudades que jamás aceptarían ser subsumidas en un Estado unificado. El premio para las diversas pruebas era la rama de olivo que ceñía al ganador e inscribía su nombre en la historia de los juegos. Incluso, muchos de estos triunfadores accedieron al derecho de ser inmortalizados en una escultura que se erigía en el bosque cercano al templo. Miles de espectadores de la Hélade concurrían, difundiendo luego por el mundo la influencia de los valores estéticos y morales de la cultura griega.
Se celebraban cada cuatro años, en el mes de Hecatombion. Los Juegos Olímpicos se mantuvieron durante casi mil doscientos años, hasta el 384 d.C., año en que el emperador Teodosio los suprimió. En su celebración coincidían todos los griegos, ya que, además de un acto religioso, era una señal de que se hallaban en tiempos de paz. La participación femenina estaba prohibida bajo pena de muerte.
Pintura donde se representan a los atletas en sus diversas modalidades.
La primera carrera: Durante los juegos, la ciudad de Olimpia era considerada neutral. Una “tregua sagrada” impedía cualquier tipo de guerra. Una leyenda dice que, en 1255 a.C., Hércules limpió los establos de Angias, rey de la ciudad, quien se negó a pagarle. Hércules lo mató en combate. Para congraciarse con Zeus, organizó una fiesta y la celebración de una carrera. La distancia fue determinada por el mismo Hércules, quien midió con 600 de sus pies la longitud de un estadio (192.27 m). Ese fue el origen de la primera carrera olímpica.
La prueba del pentathlón: Triunfar en la prueba del pentathlón –carrera, salto, lucha y lanzamiento de disco y de jabalina- constituía la máxima aspiración de los atletas griegos. Imponerse en esta competición equivalía reunir todas las virtudes físicas y morales que los griegos resumían en la fórmula de “kalos kai agathós”, o sea, “bello y bueno”.
La lucha: Según determinados mitos, las leyes de dicho deporte fueron dadas a los hombres por la diosa Atenea, y lo hizo a través de Teseo, uno de los héroes legendarios de la mitología. No es de extrañar, entonces, que la lucha haya sido fundamental en los Juegos Olímpicos. Homero nos relata en el canto XXIII de “La Ilíada” el combate entre Áyax y Odiseo.
El arco: Apolo era el dios que presidía este deporte y quien, según la leyenda, había dictado las leyes que los arqueros debían respetar. La concentración mental como base de la puntería y la distancia alcanzada eran dones concedidos por el dios.
Fieras: El combate entre hombres y fieras fue una costumbre traída por Alejandro Magno de Oriente y que luego heredaron los romanos. Los griegos sentían profundo rechazo por este deporte y se resistieron a incorporarlo en las olimpiadas.
Poemas homéricos
Se le atribuyen a su vida tantos mitos como él plasmó en sus poemas. Incluso que no existió. Tan grande es el mundo de sus poemas, que hasta algunos afirman que Homero fue sólo el compilador de poemas hechos por otros poetas cuyos nombres nadie recuerda. Sin embargo, hasta el gran Hesíodo, el cantor de los Juegos Olímpicos, afirmaba que sus píticas no eran más que "las migajas del gran festín de Homero". De todos modos, el nombre de Homero se confunde con lo más propio de la Grecia clásica y de la poesía universal. "La Ilíada" y "La Odisea" son lectura obligatoria para quien quiera adentrarse en el mundo de la Hélade y de la poesía.
“Homero y su lazarillo”, por William Adolphe Bouguereau (1874).
¿QUIÉN ERA HOMERO?
Los helenistas coinciden en que Homero vivió en el siglo IX a.C. Según la versión más extendida, fue un rapsoda, acaso ciego, que cantaba sus poemas en fiestas y banquetes. Pero los griegos no dudaron en atribuirle "La Ilíada" y "La Odisea" dos obras referidas a la misma guerra de Troya, pero de distinto signo: la primera exalta épicamente el curso de la lucha colectiva; la segunda, la lucha individual por el retorno. “La Ilíada” y "La Odisea' constituyen, por su fuerza narrativa y estética, uno de los mayores exponentes de la literatura épica. Sin duda ambas obras son consideradas fundacionales de la literatura occidental, algunas de cuyas obras maestras se inspiran en ellas.
LEGADO FILOSÓFICO
Suele decirse que la filosofía nació en Grecia. Aunque la afirmación no es exacta por cuanto los pensadores presocráticos tienen origen en las ciudades jonias del Asia Menor, más precisamente en la ciudad de Mileto, ciertamente participaban de un fondo cultural griego que era común a todo el ámbito del mar Egeo. Se habla de presocráticos para aludir al pensamiento antiguo que efectuó las primeras preguntas sobre la naturaleza de la materia que constituye todos los seres vivos. Aunque los filósofos no cuestionaron mucho las "verdades" contenidas en las creencias religiosas de su sociedad, por otro lado el pensamiento griego gozó de una notable autonomía.
Tales de Mileto Anaximandro Anaxímenes
Los más antiguos pensadores, como Tales de Mileto, se preguntaron acerca de la naturaleza y su origen. El mencionado filósofo, por ejemplo, pensó que todo lo existente debía tener por origen el agua, puesto que ésta alcanzaba los tres estados que observaba en la naturaleza: líquido, sólido y gaseoso. Para su coterráneo Anaximandro, el principio común de todas las cosas debía ser el "apeirón", concepto que no llegó a definir o, si lo hizo, se perdió junto con sus escritos. En el mismo sentido, expusó que los hombres debían provenir de formas más primitivas y anteriores, como los peces, lo que representa una sorprendente anticipación del pensamiento darwiniano. Otro pensador de Mileto, Anaxímenes, señala al aire como origen de toda la vida. Así, nuestra alma es aire y el mismo fuego, aire calentado y enrarecido.
Un salto de proporciones se produce con la aparición del pensamiento pitagórico. Pitágoras de Samos fundó una escuela filosófica que tuvo una enorme influencia desde el sur de Italia en la Magna Grecia. En 530 a.C., el samita escapó de su isla gobernada entonces por el tirano Polícrates y se estableció en Crotona. A la edad de cuarenta años, ya Pitágoras era un hombre formado que marchaba del Asia helénica hacia las colonias griegas del sur de Italia, donde fundó una escuela científica, filosófica, política y religiosa. Sus discípulos exploraron las matemáticas, la astronomía, la música, la fisiología y la medicina. Teocrática y oligárquica, su secta fue obligada a emigrar a Metaponte por los indignados demócratas de Crotona. Pitágoras se adentró en la Italia profunda, intocada aún por sus compatriotas. Parece ser que el grupo trajo de Oriente la idea de la "transmigración de las almas".
Pitagóras Parménides de Elea
Pero Pitágoras es más recordado por sus descubrimientos matemáticos, sus teoremas, sus estudios de aritmética y de armonía musical. Por entonces, Jenófanes de Colofón fundaba en Elea, en la costa sur del mar Tirreno, una de las principales escuelas filosóficas. Lo hizo junto con dos lugareños, Parménides y Zenón, y un vecino de Samos, Melisso, un general victorioso que, al frente de la flota de su ciudad, había derrotado a los atenienses en 442 a.C.
“El ser y el no ser”: Parménides sentó las bases de la ontología occidental con su proposición fundamental: "el ser es y el no ser no es". Por su parte, Jenófanes de Colofón fue quizá el primero en atreverse a cuestionar a Homero y Hesíodo por su "antropomorfismo teológico". Para él, Dios sólo podía ser superior por su perfección y unidad, concepto que cuestionaba la diversidad y mediocridad de los dioses ancestrales. Se conservan de él muchos poemas satíricos y elegías. A Zenón de Elea, muerto prematuramente a raíz de las torturas ordenadas por el tirano Niarco, se lo señala como discípulo de Parménides, aunque su pensamiento tiene originalidad y sus argumentos parecen refutar la teoría pitagórica del número como principio de lo real. Se conservan de él un buen número de trabajos: "Comentarios a los escritos de Empédocles", "Contra los filósofos" y "Disputas".
Contemporáneo de los anteriores y crítico de Parménides, Heráclito de Éfeso (550-480 a.C.) fue el introductor del principio de relatividad. La armonía y la lógica oculta que Heráclito intuía en el sinsentido dieron origen al concepto de "logos" como razón oculta que dirige el mundo entero: la unidad en la contradicción.
Heráclito de Efeso Empédocles de Agriento
Empédocles de Agrigento fue otro hombre tan versátil como los ya mencionados. De una de las familias más ricas de su ciudad, fue médico, legislador y líder del partido democrático. De su obra poética se conservan más de 400 versos de "Sobre la naturaleza" y 150 de "Purificaciones". Antes de caer en un delirio místico que le llevó a creerse él mismo un dios y suicidarse, elaboró una teoría del principio a través de cuatro elementos: aire, tierra, fuego y agua, que se unen o repelen dando origen a todo lo existente. Algunas de sus hipótesis prefiguran la teoría de la evolución y la selección natural.
La teoría de los átomos
Otro salto paradigmático representa el pensamiento de Demócrito de Abdera, una ciudad fenicia cercana a la actual Almería (España). Discípulo de los geómetras egipcios, sus obras se han perdido y sólo se conservan fragmentos en los textos de sus comentadores. Aristóteles le atribuye un materialismo mecanicista, que distinguía al ser como formado por infinitas partículas indivisibles (átomos) y al no ser como el espacio vacío. Por ello se lo reconoce como antecedente de la moderna teoría atómica. Anaxágoras de Clazomene, reformó su planteo postulando la existencia de un principio incorpóreo "nous" que animaba el movimiento de los átomos.
Demócrito Protágoras
Tras esta increíble producción filosófica, cuya impronta quedó para siempre en el pensamiento universal, el siglo V a.C. se apagó con un cuestionamiento formidable a las verdades indiscutibles. Fue el tiempo de los sofistas, contra los que se alzaría Sócrates. Protágoras de Abdera y Gorgias, pensadores que emplearon magistralmente la retórica, llevaron la filosofía de la periferia al centro mismo del mundo griego, es decir, de los alrededores de la Magna Grecia a la hegemónica Atenas. Los sofistas serán contendientes formidables de Sócrates, Platón y el estagirita Aristóteles.
Sócrates
Sócrates
Sócrates, hijo del escultor Sofrenisco y una comadrona, la también ateniense Fenareta, nació en Alopeke, aldea cercana a la polis de Atenas hacia el 470 a.C. Como ningún texto escrito se conserva de él, muy probablemente por su negativa a renunciar al diálogo, su herramienta principal de trabajo, y confiar a la escritura su pensamiento, sólo se accede a él a través de sus discípulos: Platón, Antístenes y Jenofonte, sus principales comentadores y testigos de su gran actividad. Bautizó a su famoso método inductivo-deductivo, que operaba dialogando con los ciudadanos en la calle y en los banquetes y reuniones sociales, como "mayéutica" -el arte de las comadronas al asistir al parto-, un término que denunciaba la admiración que guardaba por su madre.
Los diálogos de Platón
Platón
Platón, un ateniense que fuera su discípulo durante casi una década, es quien a través de sus "Diálogos" -forma literaria que recrea el método "mayéutico" de Sócrates- da una vivida idea del maestro. Pero, en cualquier caso, es sobre todo a través de su testimonio que se vehiculiza uno de los pensamientos más originales y exhaustivos del mundo antiguo. Platón será reconocido desde entonces por su "doctrina de las ideas", ejemplificada por él mediante el "mito de la caverna", que especula con las ideas de unos hombres condenados a percibir solamente la sombra de lo que existe. En su criterio, el hombre es un prisionero encerrado en una cueva, en la que permanece sentado frente a un fuego. La percepción que tiene de la realidad son las sombras que se proyectan sobre el muro de la caverna. Obnubilado por la única percepción de sus sentidos, cree que lo que ve es real: sin embargo, la cosa en sí, o sea, las ideas, permanecen fuera de su alcance. Como lo haría también Aristóteles, Platón teorizó sobre la política y el Estado.
La filosofía de Aristóteles
Aristóteles
Sucesor del anterior y fundador del "Liceo", su propia escuela filosófica, Aristóteles había nacido en Estagira, al este de Calcídica, hacia el año 384 a.C. Asistió por tanto a la "Academia" que fundó Platón y se formó en el clima espiritual que dejó a sus discípulos el insuperable Sócrates. Hijo de un médico, Aristóteles aprendió medicina y biología, ciencias que constituyeron las bases de su pensamiento. En 342 a.C., su extensa fama le atrajo el interés de Filipo II de Macedonia, que necesitaba un preceptor para su joven hijo Alejandro.
Cuatro años después, aquél triunfó sobre Atenas y Tebas en la batalla de Queronea, abriendo un mundo nuevo a la inteligencia griega. Aristóteles no desaprovechó la oportunidad y fundó entonces su escuela en Atenas. Demócratas y patriotas atenienses le observaron siempre con gran recelo por su vinculación con Macedonia y Alejandro Magno. Tras la muerte de este caudillo convertido en emperador, el filósofo siguió su destino: fue desterrado a Calcis, en la isla de Eubea, donde murió en 322 a.C. Aristóteles desarrolló la lógica como doctrina de las formas y el método del "recto pensar", al que denominó "analítico".
No cabe duda de que la filosofía, el menos como se la entiende en el mundo occidental, es uno de los grandes aportes de la Grecia clásica. Aunque son muchos los pensadores de la Hélade que desarrollaron un pensamiento especulativo acerca de los grandes interrogantes de la vida, la filosofía clásica griega se resume en tres hombres fundamentales: Sócrates, Platón y Aristóteles. Verdaderos pilares de la filosofía, han alimentado las más diversas corrientes y teorías a lo largo de los siglos, y lo siguen haciendo. La incuestionable tríada procuró dar respuesta a las numerosas incógnitas que plantea la existencia humana, desde las elementales preguntas acerca del ser –qué hace que las cosas sean- y las posibilidades del conocimiento, hasta las que tienen que ver con la organización política de la vida del ser humano como ente social.
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