Roma: Creencias religiosas
La religión romana se fue conformando en sucesivas etapas, aunque mayoritariamente se basó en desviaciones procedentes de la mitología griega. Esta influencia se asentó sobre una religiosidad antigua, de tipo animista, que se mantuvo sobre todo en los cultos familiares. También se dio una absorción de divinidades locales a medida que el imperio romano conquistaba nuevos territorios. Roma solía conceder a los dioses propios de los pueblos sojuzgados los mismos honores que a los dioses antiguos que habían llevado consigo.
EL CULTO DOMÉSTICO
La religión originaria de la ciudad-estado de Roma rendía culto a unas fuerzas sobrenaturales de carácter animista e indefinido, llamadas “numina”. Estaban asociadas a los ciclos de la naturaleza, la fertilidad y la agricultura. Era el caso, por ejemplo, de Flora, diosa de la vegetación y las flores, o de Fauno, genio de los campos y los bosques. La vivienda familiar también tenía sus propias deidades, como los “Forculus” encargados de proteger las puertas y las ventanas; y los “Limentinus”, que impedían que los umbrales fuesen traspasados por las fuerzas maléficas. A este panteón doméstico pertenecía Cardea, que en latín significa “gozne”, diosa de la salud, los dinteles, las bisagras y los pomos de las puertas. Asociada con el viento, protegía a los niños de los vampiros y a los artesanos de los accidentes de trabajo.
Pintura con lares. El “lararium” del hogar eran habitáculos donde residían los dioses tutelares de la casa.
En esta primera etapa de la religiosidad romana se desarrolló un culto doméstico que se mantuvo a lo largo de toda la República y el Imperio, hasta recrearse, finalmente, en algunos aspectos del ritual religioso cristiano. El sacerdote del culto religioso doméstico era el “pater familias” y lo celebraba en el “lararium”, existente en toda vivienda romana. Había dioses específicos para la vida de todos los días, como, por ejemplo, Numidia, protectora del nacimiento; Educa y Pontina, dioses de la alimentación; Ossipago, dios encargado de fortalecer los huesos; Cuba, dios protector de la cuna; Abeona y Adeona, diosas encargadas de enseñar a caminar; Fabulinus, Farinus y Locutius, deidades a cargo de la adquisición del habla; Terduca, protector de la escuela; o Domiduca, diosa que protegía al niño al regresar de la escuela a su casa.
Los romanos también rendían culto a los “manes”, las almas de los muertos. Creían que, tras el fallecimiento, el alma salía como una sombra del cuerpo del difunto y luego marchaba al fondo de los abismos, donde se hallaba más próxima al mundo de los dioses. Por su parte, el campesino invocaba al dios del barbecho, de la labranza, de los sucos, de las sementeras, de la siega y de la trilla. Entre los dioses agrarios sobresalían Rucina, Messia, Tutulina, Terensis, Apulino, Tellumo Vervactor, Tellumo Occator y Tellumo Messor.
"Floralia" de Prospero Piatti, 1899. Las Floralias eran unas fiestas mantenidas en honor de la diosa Flora, comenzadas el 27 de abril, durante la época republicana o el 28 de abril en el calendario juliano.
LA INFLUENCIA HELÉNICA
Durante la expansión hacia el Peloponeso operada bajo la República, los romanos asimilaron la mitología de los griegos, cambiando los nombres de los dioses helénicos por otros equivalentes latinos. Sin embargo, tras un proceso de sincretismo entre las antiguas fuerzas locales y las nuevas deidades incorporadas, Roma plasmó sus propios rituales y creó escuelas sacerdotales y cargos religiosos originales, a los que sumó un rico conjunto de mitos referidos a la fundación de la ciudad de Roma, en los cuales se conjugaban las acciones de los héroes y los dioses. Estas referencias a las glorias de un remoto pasado apuntaban, a preparar los ánimos para un futuro de grandeza.
El modelo del panteón romano implicaba una forma de describir a los dioses muy diferente de los antiguos griegos. Fundamentalmente, ponía más el acento en la trama de sus vicisitudes intrigas que en la dimensión trágica de su destino. Tal es el caso, por ejemplo, de la diosa griega Deméter y su equivalente latina, la diosa Ceres. Entre los griegos, Deméter, diosa de la tierra -y, por lo tanto, asociada al mundo de los muertos-, evocaba ante todo la historia de su desesperación por el rapto de su hija Perséfone a manos de Hades, amo del mundo subterráneo. En cambio, los antiguos romanos concebían a Ceres como hija de Saturno y Ops, esposa y hermana de Júpiter, madre de Proserpina y hermana de Juno, Vesta, Neptuno y Plutón.
Ceres rogando por el rayo de Júpiter después del secuestro de su hija Proserpina. Museo de Bellas Artes, Boston.
En Roma, Ceres era esencialmente la diosa de la agricultura y, como tal, había enseñado a los hombres el arte de cultivar la tierra, de sembrar, recoger el trigo y elaborar pan. Su hermano Júpiter, prendado de su belleza, engendró con ella a Proserpina, equivalente de la Perséfone de la mitología griega. Pero también Neptuno, dios del mar, se enamoró de ella. Para escapar de éste, Ceres se transformó en yegua, pero el dios, advertido de ello, se transformó en caballo y pudo consumar sus amores.
Así es como Ceres llegó a ser la madre de Arión, fabuloso caballo alado de pezuñas negras que poseía el don de la palabra y la inmortalidad para los antiguos griegos, y que los romanos convirtieron en deidad protectora de las carreras circenses de cuadrigas.
LA INFLUENCIA ORIENTAL
La imparable expansión incidió en la vida religiosa romana. La extensión de sus dominios al norte de África, Asia Menor y la Mesopotamia franqueó las puertas a la incorporación de varios cultos de origen oriental. Por ejemplo, Roma asumió el culto de Cibeles, originario de Frigia (actual Turquía), que a su vez procedía de un culto de Anatolia, ya existente en el Neolítico. Representaba la tierra fértil, habitaba en las cavernas, las montañas, las murallas y las fortalezas.
Escultura de Cibeles en Madrid, España. Deidad de vida, muerte y resurrección, era representada sobre un carro que simbolizaba la superioridad de la madre Naturaleza.
Del Antiguo Egipto procedían los cultos de Isis y Osiris. En el panteón de los habitantes del Nilo, Isis había sido la Gran Maga, la Diosa Madre, reina de los dioses subterráneos, fuerza fecundadora de la naturaleza, diosa de la maternidad y del nacimiento. Parte de este culto se transfirió a la diosa griega Deméter y, posteriormente, al culto de la deidad romana Ceres. Osiris había sido el dios egipcio de la resurrección, de la regeneración y la fertilidad del Nilo. Entre los romanos, Osiris fue el primero que hizo trepar la vid por una estaca y pisó los racimos, por lo cual enseñó a la humanidad a cultivar y vendimiar la uva y guardar el vino.
EL CULTO IMPERIAL
Durante la Roma monárquica, los reyes habían revestido el carácter de jefes religiosos máximos. Tras el derrocamiento de Tarquino el Soberbio y la instauración de la República, el Senado procuró evitar la centralización de todas las funciones (también las religiosas) en manos de una sola persona. Es así como los pontífices se encargaron del culto público. Los pontífices estaban dirigidos por un Pontifex Maximus. La etimología del término “pontifex” significa “constructor de puentes”, lo que demuestra la importancia que revestía en Roma la ingeniería civil. Con el tiempo los pontífices se convirtieron en los guardianes supremos del culto. El Colegio de los Pontífices era elegido entre personajes, de origen patricio.
El Pontifex Maximus establecía el calendario -decisivo para la administración de la agricultura-, los días de fiesta, los días propicios, las celebraciones religiosas, y los destinados a la justicia.
A los dioses se les dedicaron santuarios (“aedicula”) y templos (“templum”), donde se encontraba la estatua del dios correspondiente. Numerosas congregaciones y hermandades tomaban parte de las fiestas romanas, como los “frates arvales” encargados de pedir en el mes de mayo los favores de la diosa Ceres. Los “flamines curialis” eran los sacerdotes encargados de la vigilancia de los fuegos sagrados de cada curia y los “salii” eran sacerdotes jóvenes que se encargaban de bailar y cantar la danza de las armas durante las campañas militares.
A su vez, los augures eran los responsables de adivinar el futuro en las entrañas de animales y el vuelo de las aves. Tenían autoridad para ordenar la suspensión de ciertos actos y, hasta podían lograr la anulación de votaciones, lo que les hacía muy influyentes.
Un augur era un sacerdote de la Antigua Roma que practicaba oficialmente la adivinación. En tiempos de la monarquía eran elegidos por el rey.
Otra institución vinculada a la vida religiosa era la de los “feciales” mensajeros estatales que actualizaban por vía oral los pactos concertados con otras ciudades, emitían dictámenes sobre violaciones de acuerdos y derechos relativos a los tratados. Sobre este trasfondo religioso “pagano” avanzó el cristianismo. A principios del siglo IV, Constantino I puso fin a la clandestinidad de los cristianos, otorgándoles ciertos privilegios y permitiéndoles la construcción de grandes templos.
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